Para la mayoría de las personas, los olores forman parte de la rutina diaria sin causar inconvenientes.
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Sin embargo, para quienes padecen sensibilidad química múltiple (SQM), el simple aroma de un perfume, un producto de limpieza o incluso un alimento pueden generar reacciones severas en su organismo.
Cuando los olores cotidianos se convierten en una amenaza
Paulina, una mujer que convive con esta condición, recuerda cómo todo comenzó en 2020, durante la pandemia. “Lavábamos ropa en casa y colgábamos todo adentro porque vivíamos en un departamento chico. Empecé a notar que el olor a jabón me descomponía, me daba náuseas y mareos”, relató en una entrevista con TN.

Sin embargo, la situación se agravó cuando volvió al trabajo presencial. “Yo era personal esencial en ese momento y en mi lugar de trabajo se usaba lavandina para desinfectar todo. Me empecé a sentir peor, me costaba respirar, me daba dolor de cabeza, se me irritaban los ojos”, cuenta.
Paulina no tardó en darse cuenta de que su problema no se limitaba solo a los productos de limpieza. “Mi hija comió un snack y cuando vino a saludarme me broté. Me pidió perdón, pero no era su culpa. No puede usar perfumes, no puede elegir un shampoo distinto al que uso yo. Es muy difícil para ella también”, confiesa.
Una enfermedad poco conocida y difícil de diagnosticar
La sensibilidad química múltiple es una afección crónica cuya prevalencia se estima entre 0,1% y 5% de la población mundial, afectando principalmente a mujeres de edad media. Se caracteriza por una hipersensibilidad extrema a ciertos olores y sustancias químicas, lo que provoca síntomas neurológicos, respiratorios y dermatológicos.
Según la otorrinolaringóloga Stella Cuevas (M.N. 81701), la SQM no es una patología psiquiátrica ni alérgica, aunque muchas veces se la confunde con ellas. “Las neuronas del sistema nervioso central tienen tres vías de entrada: la olfatoria (olores), la digestiva (comida) y la cutánea (contacto con la piel). En los pacientes con SQM, los químicos que ingresan a través de estas vías hiperexcitan las células neuronales, lo que genera una reacción en cadena que afecta no solo el sistema nervioso, sino también el inmunológico y el endócrino”, explica.
Paulina confirma que su cuerpo reacciona ante estímulos mínimos. “Si hay basura en la calle y el olor es fuerte, tengo que cruzar o irme por otra cuadra. No puedo viajar en transporte público porque el perfume de otra persona me puede hacer descomponer. No puedo ir a un restaurante porque los olores de la cocina me resultan insoportables”, cuenta.
Además de los síntomas físicos, la SQM tiene un fuerte impacto emocional. “Yo trabajaba en un organismo público y tuve que empezar a trabajar desde casa porque estar en la oficina se volvió imposible. Mis jefes no entendían lo que me pasaba, llegué a escuchar comentarios como ‘acomódate los pelos, mirá cómo tenés el color’. No entendían que yo ya no podía teñirme”, lamenta.
El impacto en la vida cotidiana y la necesidad de más investigación
Para poder salir de su casa, Paulina debe usar una máscara especial que la protege de los químicos en el ambiente. Sin embargo, esta solución no es perfecta. “Es pesadísima. Me genera presión en las cervicales y este año me diagnosticaron inversión en la curvatura cervical. Es difícil, pero es la única forma de poder moverme sin descomponerme”, explica.
En la Argentina, la sensibilidad química múltiple no está incluida en el Programa Médico Obligatorio (PMO), lo que significa que muchos pacientes no tienen acceso a tratamientos o cobertura médica. “En países como Japón, Austria, Alemania y España, la enfermedad ya fue incorporada a los sistemas de salud. En España, por ejemplo, fue aceptada en 2012 dentro del código internacional de enfermedades”, menciona Cuevas.
Paulina, por su parte, tiene un mensaje claro: “Quiero recuperar mi vida social, quiero que haya más investigación y que se encuentre un tratamiento que nos ayude. Estoy segura de que se va a poder encontrar algo, aunque sea para hacer la vida más fácil”.
Un llamado a la empatía y la concientización
Uno de los mayores desafíos para quienes padecen esta enfermedad es la falta de comprensión del entorno. “Las personas no entienden que esto es real. Me ven con máscara y me miran como si fuera rara. He tenido que explicar una y otra vez lo que me pasa y aun así hay gente que no lo cree”, lamenta Paulina.
Cuevas insiste en la necesidad de mayor información y empatía. “Estos pacientes no están exagerando, no están inventando sus síntomas. La contaminación odorífera es un problema real, aunque no se vea. Es fundamental generar conciencia y trabajar en soluciones que permitan mejorar su calidad de vida”, sostiene.
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Mientras tanto, Paulina sigue adelante con su lucha. “Mi hija me dice que va a llegar el día en que pueda volver a abrazarla sin miedo. Yo también lo creo. Voy a seguir buscando una forma de mejorar, porque quiero recuperar mis lugares, mi vida social y mi libertad”.