En los últimos tiempos, se habla de las adolescencias prolongadas, de chicas y chicos que parecen no querer madurar como para su ingreso en la edad adulta. Después de unos breves comentarios referidos a este tema, desearíamos pasar a otro, que nos parece muy relacionado, y se refiere a los adultos, su forma de vida y el modelo que ofrecen (ofrecemos) a los más jóvenes.
En cuanto a la frecuente prolongación de la adolescencia, lo primero que debemos decir, sin duda, es que se trata de un fenómeno causado por múltiples factores. No trataremos de abarcarlos exhaustivamente, sino solamente mencionaremos algunos.
Además de la cómoda dependencia económica de los padres, si pensamos en las familias de clase media o en las de clase acomodada, es observable que los adolescentes gozan, hoy en día, de amplias libertades. Muchas veces los adultos no quieren o no pueden poner límites y eso genera situaciones en las que los padres se adaptan a las conductas de los hijos que van creciendo, mucho más que los hijos a la voluntad de los mayores.
El temprano acceso a las salidas diurnas y nocturnas, al consumo de alcohol o al de otras sustancias y la iniciación sexual temprana parecen ser factores que contribuyen a que el adolescente no se sienta motivado a buscar en la adultez la independencia y la libertad de las que ya es dueño.
Lo dicho, que puede preocuparnos, pretende ser lo más descriptivo posible y no implica ningún juicio de valor. Así nos parecen ser las cosas, hoy por hoy, en general.
La convivencia familiar
Es verdad que hay muchos hogares en los cuales el crecimiento de los hijos toma otro carácter, que se diferencia a lo descripto anteriormente. En esos casos, puede verse estimulado el deseo de los niños y de los adolescentes de llegar, lo antes posible, a la adultez.
Por algo, sin embargo, es tan frecuente en la actualidad ver a jóvenes y a no tan jóvenes, seguir conviviendo con mamá y papá, al abrigo de la casa familiar. Con este último comentario, deseamos pasar al tema de los adultos, a los cuales la conducta de los más jóvenes interpela y es bueno que haga reflexionar.
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Podríamos preguntarnos en qué medida nuestra manera de ver la vida, nuestras conductas cotidianas, el esfuerzo que realizamos para llegar a las metas que nos ponemos y nuestra propia felicidad o infelicidad influyeron e influyen en las elecciones de nuestros hijos.
Los herederos y los mandatos
Herederos de un “deber ser” y de un “deber hacer” que nos viene de las generaciones anteriores, cabe dudar de que les estemos ofreciendo a los descendientes un modelo atractivo, que despierte en ellos el deseo de “ser como mamá o como papá”.
A esto se refiere el título de estas reflexiones: “¿Qué ven cuando nos ven?”, parafraseando el nombre de una famosa canción de Divididos. Esta pregunta no se refiere ni a las consecuencias de la pandemia, con sus miedos y angustias, ni a la crisis actual, que genera incertidumbre e inseguridad. Estamos tratando de pensar en nosotros mismos (adultos) a lo largo de la vida y frente a nuestros hijos, como para entenderlos mejor a ellos y también a nosotros.
Nos parece que nuestra vida ha estado más bajo el signo del cumplir que del querer. Hemos hecho elecciones, es cierto, optamos por una profesión o por un oficio, elegimos a nuestra pareja, eventualmente optamos por fundar una familia, por criar lo mejor posible a nuestros hijos e hicimos miles de otras elecciones a lo largo de nuestras vidas. Sin embargo, es válido que nos interroguemos en torno al tema de la mayor o menor libertad emocional que tuvimos cuando hicimos esas elecciones.
Esforzados, consciente o inconscientemente, por cumplir con los deseos, aspiraciones y mandatos de nuestros mayores, ¿en qué medida pudimos integrar aquellos deseos con las verdaderas y auténticas aspiraciones propias?
De la respuesta a esta pregunta naturalmente dependerá el mayor o menor grado de felicidad que hayamos logrado y mostrado, diríamos, pensando en que nuestros hijos han crecido mirándonos y observándonos.
Transmitir valores
También nosotros hemos “bajado línea” transmitiendo valores no solamente con la palabra, sino también con la acción y el ejemplo. Podemos preguntarnos si dimos un buen ejemplo. Con frecuencia la respuesta podría ser que sí, en algunos aspectos de la conducta cotidiana, pero en lo que se refiere a la libre búsqueda de la felicidad, a la legitimación del placer, al saludable amor por uno mismo, ¿podemos decir lo mismo?
Puede ser que, entre muchos otros motivos, muchos adolescentes no quieran dejar de serlo y muchos jóvenes quieran seguir siendo como adolescentes porque nuestra forma de ser adultos no les gusta.
Si la adultez se aprecia como demasiado vinculada al esfuerzo, al sacrificio y al sufrimiento y demasiado poco relacionada con la libertad y la felicidad, la motivación del que está creciendo no será la de llegar lo antes posible a esta etapa de la vida.
(*) Jorge Thieberger (M.N. 30.936) es médico especialista en Psiquiatría. Psicoanalista y miembro titular de APDEBA y de la API.