El barbijo es el primer obstáculo en el instante inicial de la cita. Porque no es lo mismo llegar al punto de encuentro y ver por fin a esa persona, que llegar y divisar su rostro a medias. Para empezar, el momento de reconocerse y acercarse se complica; después, se vuelve a crear una segunda imagen totalmente inventada de esa persona, ya que la primera se creó cuando se conocieron de forma virtual.
Lo que sucede en un caso así lo desarrolla la psicología de la Gestalt y su ley de cierre: “Al observar una imagen, tendemos a completar aquello que no se nos muestra del objeto, a cerrar, reintegrar y completar la información necesaria para conformar un objeto percibido".
Aunque la figura se presente incompleta, nuestra mente, con nuestra imaginación, la completa. Aquí tienen influencia informaciones previas almacenadas en nuestra memoria. Por ejemplo, en el caso de los barbijos, asociamos tipos de ojos a formas de labios y nariz por rostros previos que hemos ido viendo a lo largo de nuestra vida”, explica a la sección S Moda del diario El País la psicóloga María Caro. Ahí es nada.
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Existen un sinfín de perfiles y personalidades que afrontan este hecho de una u otra manera. “El perfil más introvertido y tímido es el que sale perjudicado y tiende a caer en la evitación o postergar el gesto, aunque también están viendo que se sienten cómodos al relacionarse con el mundo en general detrás de un barbijo”, apunta Caro refiriéndose a uno de los extremos del abanico. En el otro, una sensación que se ha popularizado en Twitter en los últimos meses: convertirlo en un gesto sensual.
Efectos secundarios y nuevos códigos
El debate está servido tanto si se habla de esa contraposición de sensaciones –la de retirar el barbijo como un gesto sensual es, al parecer, más propia de parejas ya consolidadas–, como si nos referimos a los comportamientos que está desencadenando la pandemia en el plano romántico.
Asier (30 años) usó aplicaciones de citas en los últimos meses: “Cuando he quedado con gente que he conocido a través de Tinder, la situación ha sido rara y no hemos sabido bien cómo gestionar el beso con barbijo, una vez me besé con un chico con el tapaboca puesto, aunque luego acabamos quitándonosla. Sin embargo, en otras como Grindr, he visto que la gente incluso queda para mantener relaciones sexuales saltándose cualquier tipo de norma. En general les da igual”.
Asier está valorando a sus potenciales conquistas por estas decisiones y así lo estamos haciendo también el resto: “Al igual que en los años 90 se generalizó el rechazar relaciones sexuales sin preservativo para la prevención del VIH, ahora se está comenzando a rechazar tener una cita con quien no respete las normas, no lleve el barbijo puesto o, simplemente, no tenga una percepción del riesgo similar a la propia”, indica la psicóloga María Gallego.
Como siempre ocurre, las dudas se convierten en temores: “Somos absolutamente un ser de costumbres y lo nuevo y desconocido siempre nos hace sentir falta de control y nos genera inseguridad. Ahora, a los miedos habituales, se une el cómo se tomará esa persona el contacto. Esa incertidumbre también perjudica”, advierte Caro. Y estos, a su vez, apartan viejas costumbres para generar nuevos códigos que nos guíen a la hora de conectar con los demás.
“El primer encuentro es muy importante y se encuentra absolutamente mediado por el barbijo, lo que ahora hace depositar mucho más peso sobre el cuerpo y la vestimenta, que antes adquirían menos importancia”, comenta Lionel Delgado, sociólogo especializado en género y masculinidades, abriendo un nuevo frente. Pero hay más. Según Gallego, el barbijo ya es, oficialmente, un nuevo accesorio: “Cuando alguien la toquetea constantemente o la lleva deteriorada o sin ajustar está dando pistas sobre su forma de ver las cosas y comportarse. Incluso el tipo de barbijo elegido dice mucho de quien la lleva”.
Y si llevamos el tapaboca para protegernos del virus, cabe darnos cuenta de que también puede convertirse en otro tipo de protección: “La distancia y el barbijo sirven como escudo personal y garantía y son una forma de evitar un contacto no deseado”, apunta Delgado. Como yo misma sentí durante la experiencia que exponía al comienzo de este artículo, el simple hecho de quitársela ha tornado en mensaje: “Quitándotela comunicas mucho más fácil que antes la intención de un beso. Pero también al revés, transmites fácilmente cuándo no quieres beso dando la posibilidad de evitar un momento incómodo”, añade el sociólogo.