El LSD, una droga que todavía se relaciona con el movimiento hippie, vuelve poco a poco al ámbito de la investigación médica cuando se cumplen 75 años de su descubrimiento en las probetas de un gran laboratorio farmacéutico suizo.
Antes de convertirse en la droga recreativa asociada al Festival de Woodstock, a los artistas de los años '60 y a numerosas creaciones psicodélicas, la sustancia alucinógena creada en 1943 fue un medicamento experimental, muy utilizado en psiquiatría. Pero su uso cesó después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertara sobre su consumo abusivo y llamara a los gobiernos a tomar medidas al respecto.
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El ácido, que la ONU considera como un psicotrópico ilícito desde 1971, quedó al margen de la investigación médica durante cerca de 40 años, para disgusto del doctor Albert Hofmann (1906-2008), uno de los padres del LSD, que siempre defendió las virtudes terapéuticas de su descubrimiento.
Sin embargo, años después, la droga va camino de ser rehabilitada.
"En 2006, se organizó una gran conferencia en Basilea sobre el doctor Hofmann con motivo del centenario de su nacimiento", explica Hannes Mangold, el comisario de una exposición en la biblioteca nacional suiza, en Berna, dedicada al libro de este químico suizo titulado LSD: mi hijo monstruo.
Científicos del mundo entero escribieron entonces a sus gobiernos para solicitarles permiso para retomar sus investigaciones, especialmente para estudiar los efectos de la droga en el tratamiento de depresiones profundas o en el seguimiento de pacientes con enfermedades incurables.
Fase II
Entre los pocos estudios autorizados desde entonces, se destaca uno realizado por Peter Gasser, un psiquiatra y psicoterapeuta de la pequeña ciudad suiza de Soleure. El objetivo de esa investigación, llevada a cabo con 12 pacientes, es entender cómo puede el LSD ayudar a los pacientes a sobrellevar su ansiedad después de que se les haya diagnosticado un cáncer en estado avanzado.
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"Todo esto acaba de empezar, pero es posible que el LSD pueda regresar en forma de un medicamento", considera Mangold.
El LSD, acrónimo del término alemán Lysergsäurediethylamid (dietilamida de ácido lisérgico), nació durante experiencias con el cornezuelo, un hongo que ataca las espigas del centeno y que el laboratorio suizo Sandoz utilizaba en aquella época para fabricar un fármaco contra la migraña.
Mientras manipulaba uno de los alcaloides presentes en el cornezuelo para descubrir sus propiedades, el doctor Hofmann experimentó una sensación extraña. Para salir de dudas, ingirió una gran dosis de la sustancia y tuvo fuertes alucinaciones.
Arthur Stoll, el jefe de investigación de Sandoz, propuso entonces a su hijo, psiquiatra en Zurich, probar la sustancia con sus pacientes, antes de que el laboratorio decidiera distribuirla a mayor escala con fines experimentales.
Como en un acuario
El prospecto entregado en los años '50 a los médicos que deseaban ingerir LSD explicaba que la sustancia provocaba una especie de psicosis artificial y pasajera, que podía permitirles entender mejor los pensamientos de sus enfermos. Y respecto a sus pacientes, ese tratamiento milagroso iba a permitir atenuar la ansiedad y las neurosis obsesivas.
Pero el LSD salió del ámbito médico y se propagó en los círculos artísticos y literarios, bajo la influencia de personalidades como el profesor de psicología Timothy Leary, despedido de su puesto en Harvard por haber compartido la droga con estudiantes y del escritor estadounidense Ken Kesey, el autor de Alguien voló sobre el nido del cuco (que llegó a la Argentina en su versión cinematográfica Atrapado sin salida).
En sus archivos, la radiotelevisión suiza (RTS) encontró un reportaje de 1966 en el que tres voluntarios probaban LSD ante la cámara para mostrar los efectos de la sustancia. "No sabe a nada", dijo el primer voluntario, un poco decepcionado, al ingerir una gran dosis de la droga antes de empezar a describir sus alucinaciones.
Se sentía "como en un acuario", le contó al médico y al equipo de televisión. "Los veía como si fueran algas", añadió, explicando que la droga había liberado su creatividad.
¿Niño monstruo o prodigio?
Al final de los años '60, las autoridades empezaron a prohibir el LSD, incluso en Suiza, en 1968. El doctor Hofmann decidió entonces escribir un libro para defender su invento. LSD: mi hijo monstruo es "un documento absolutamente fascinante, a medio camino entre un libro de química y un tratado de metafísica", dice Mangold que encontró varias ediciones de la obra para la exposición en Berna.
El comisario de la exposición sobre Hofmann reconoce, sin embargo, que el libro está marcado por una gran parcialidad: "El doctor escribió esta obra con el objetivo de aportar nuevos argumentos al debate en torno al LSD y durante toda su vida intentó dar una visión positiva sobre la sustancia, aunque para ello tuviera que ocultar algunos aspectos criticables".
"Si lográramos aprender a utilizar mejor, en una práctica médica relacionada con la meditación, las capacidades del LSD para provocar experiencias visionarias en determinadas condiciones, entonces, creo que podría dejar de ser un niño monstruo y convertirse en un niño prodigio", escribió el químico en su libro.