El encuentro nos enriquece porque nos cuenta que no solo estamos ligados por compromisos y obligaciones, sino que nos une lo afectivo, cimiento básico que sustenta cada una de nuestras acciones.
Padres e hijos sentimos su presencia o ausencia. Si crecemos sin encuentro no se entiende para qué estamos juntos, el sentido de nuestro vínculo se diluye. Por eso decimos que el encuentro forma y el desencuentro deforma. “Me deformo para poder soportar, evitar, neutralizar el dolor del desencuentro”.
El encuentro, entonces, está lejos del trámite cotidiano y de la acción y necesita de un tiempo y un espacio especial, donde los secretos del alma puedan surgir.
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Alrededor de la mesa, nuestra cena familiar informal, sencilla reúne sin embargo lo más importante porque nos asegura el encuentro. Porque se educa sin solemnidad, se educa en la sencillez de la palabra y el acto cotidiano. Es allí, en ese encuentro diario, donde aprendemos tantos valores fundantes.
Nadie puede extenderse de más porque le está sacando el tiempo al otro, o sea aprendo a compartir el tiempo. A que todo es bienvenido en esa mesa familiar. No siempre pasamos días pacíficos y positivos, sabemos que podemos traer una mala nota, una pelea con un amigo, un desacuerdo de puntos de vista, etcétera.
Qué aprendo en el encuentro
- Aprendo a compartir mi vida cotidiana con todos sus contratiempos.
- Aprendo que a alguien le interesa lo que me pasa, lo que pienso y lo que siento, es decir aprendo a ser amado.
- Aprendo a que a mí me interesa lo que le pasa al otro, lo que piensa y lo que siente, es decir, aprendo a amar.
- Aprendo a tener un tiempo para hablar y otro, para escuchar.
Tal vez esta cena familiar, esta garantía de encuentro cotidiano sea mucho pedir para nuestra cultura donde es muy frecuente que los padres lleguen agotados de jornadas laborales muy largas, de viajar en varios medios de transporte y que aún tengan que organizar la cena. Es más fácil prender la tele, comer en silencio e irse a dormir. O todavía más, picotear cuando cada uno tiene hambre en su cuarto, en compañía de las múltiples pantallas.
Tal vez la familia ya no sea un papá y una mamá sentados con niños revoloteando alrededor de una mesa, sino una mamá sola o un papá solo con un hijo con mochila a cuestas que deambula entre dos casas.
No puedo cambiar las características de nuestra cultura, no presumo de ese poder, pero tampoco me permito transmitir un mensaje desesperanzador.
Baso mi esperanza en transmitir convicción sobre dos puntos básicos: la importancia vital que tienen las rutinas de encuentro y el gesto amoroso que vertebra cada encuentro. Entonces podremos unir los dos conceptos: Rutinas de encuentro + gesto amoroso
Apelo a fortalecer esta convicción en cada madre y en cada padre, porque cuando tenemos una convicción interna que nos guía, todos nuestros actos se alinean en esa dirección y sentido. Estoy segura de que si abrazamos esta convicción de encuentro amoroso, cada uno de nosotros encontrará una forma original y propia de llevarlo a cabo. Porque siempre hay una forma para hacerle sentir al otro que lo amamos.
El relato de Ana
Ana es madre soltera y manicura. Trabaja muchas horas fuera de su casa para mantener a su hija de 12 años. Me cuenta que su hija tiene celular desde los 3 años y que eso las salvó porque tienen una comunicación constante: “Es nuestro cordón”, dice.
“Por ejemplo, cuando sale del colegio enseguida me llama para contarme cómo le fue y lo que necesita para el día siguiente. Así yo se lo compro antes de llegar a casa. Me acostumbré tanto que le escucho la voz y ya se cómo está de ánimo”, cuenta.
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“Eso sí cuando es mi franco estamos juntas todo el día, sabemos que contamos con ese espacio de encuentro libre de horarios y obligaciones una vez por semana”.
Ana transmite tranquilidad y alegría en la crianza de su hija porque tiene convicción de encuentro. Ha encontrado la forma de no dejarla sola, al contrario, la hace sentir acompañada todo el tiempo.
En el otro extremo social es común ver a padres que delegan hijos al área de servicios, entonces hay choferes, cocineras y niñeras que asisten al niño, pero nunca habrá una charla dentro de la intimidad que propone un viaje en auto, nunca habrá un flan casero con gusto a mamá o un gol gritado por un papá. No hay convicción de encuentro
Cuando el encuentro amoroso falta, debemos saber que las consecuencias podrán ser nefastas. Porque siempre lo nefasto es el desamor.
Así como es muy posible que la sumatoria de desencuentros y desamores den como resultado personas difíciles que han tenido que defenderse de la soledad, el vacío afectivo y la confusión; es muy probable que la sumatoria de encuentros amorosos den como resultado buenas personas. Entonces es ahí donde surge nuestra esperanza.
Creá tu propia forma de encuentro y una vez allí haz que sea amoroso. El resto vendrá solo naturalmente.
(*) Adriana Grande (M.N. 58.804), es médica (UBA), psicoanalista integrante de APDEBA e IPA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y Asociación Psicoanalítica Internacional). Especialista en vínculos padres-hijos.