Como adultos nos cuesta mucho entender que siente un niño que comienza a caminar. ¿Quién fue durante este primer año de vida? Un total dependiente que desde los brazos de mamá ha visto como sus semejantes se desplazan con total libertad y autonomía hacia sus múltiples objetivos.
Si bien disfruta del regazo que lo sostiene, a medida que crece el chico empieza a desear con vehemencia esa capacidad de la cual aún no puede gozar. Ni hablar si tiene hermanos que caminan, corren y saltan a su alrededor. ¡Cuanto desearía, sobre todo, poder seguirlos!
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¿Cómo se siente al descubrir que, entre golpes y caídas, puede empezar a caminar solo? ¡Se siente con la intrepidez de un guerrero, la curiosidad de un científico, la fuerza de un gladiador y la alegría de un explorador!
- Puede llegar hasta el cajón de la mesa de luz y abrirlo o al estante de la cocina y sacar todas las cacerolas.
- Puede arrastrar sillas, apretar botones, saltar obstáculos, subir escaleras, abrir puertas, apilar cosas para que ninguna altura se le resista.
El mundo no tiene límites, todo está a su alcance
Si pudiera expresarse tal vez nos diría: “Me muevo casi continuamente porque necesito explorar, cualquier rincón despierta mi curiosidad, todo lo que está delante de mis ojos me resulta atractivo, nada de lo que se me cruza es banal. Tengo sed de aprendizaje”.
¿Cómo nos preparamos, nosotros padres, para encarar semejante pila cargada? ¿Tenemos un ambiente adecuado donde su energía y curiosidad puedan desplegarse? En general, la repuesta es negativa porque vivimos en espacios reducidos donde debemos decir NO todo el tiempo, porque esto es peligroso o se rompe o no debe llevarse a la boca.
Si pretendemos que se quede quieto y no toque nada (y creemos que eso es educar) estamos totalmente equivocados. ¡Lo que estamos haciendo es anular una capacidad, nada menos!
El chico se revelará y tendremos instalada una lucha infernal que desgasta y agota. Porque él querrá moverse y siente que los adultos lo atamos y coartamos.
Tal vez nos diría: ”Por favor no me pisen el brote de mi iniciativa, el brote de la curiosidad, la inquietud, las ansias de conocer y saber (mi instinto epistemofilico). Lo que luego será mi fuego sagrado”.
Qué hacer con un deambulador en casa
- Armemos el día teniendo en cuenta esta sed de movimiento y conocimiento: una plaza, un patio, un balcón (cerrado) son aliados para nuestro inquieto deambulador.
- Todos los días, así como no dudamos en dar de comer, debemos alimentar su sed de acción y conocimiento. La salida diaria es ley.
Entonces finalmente quedará cansado y el descanso será bienvenido. Ese baño que relaja, alguna pantalla que entretiene o una siesta reparadora... para luego volver a empezar. Así, hemos instalado un ritmo sano entre acción y reposo que se acuñara para toda la vida.
Educar a un deambulador es algo serio porque implica:
- Poder dar cauce a su enorme energía.
- Saciar su necesidad de investigar.
- Respetar su permanente iniciativa.
¡Debemos agradecerle porque nos mantiene alertas, despiertos e intensamente vivos!
(*) Adriana Grande (M.N. 58.804), es médica (UBA), psicoanalista miembro de APDEBA e IPA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y Asociación Psicoanalítica Internacional). Especialista en vínculos padres-hijos.