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    Cuarentena: ¿Tenemos derecho a sentirnos mal?

    Ya pasaron varios días de aislamiento. Lo que empezó con propuestas de actividades y reuniones virtuales va dejando lugar a sensaciones más angustiantes. ¿Cómo hacer equilibrio entre lo positivo y lo negativo que sentimos?

    10 de abril 2020, 16:32hs
    Cuarentena: ¿Tenemos derecho a sentirnos mal?

    “Ya no aguanto más el encierro”. “Estoy con insomnio todos los días” .“ Me duele el cuerpo”.“ Lloro sin parar”.“ Tengo mucho que hacer y no me puedo concentrar” .“ Se me escurre el tiempo entre las manos”. “ Extraño a mis amigos”.“ Tengo miedo”.

    Ya pasaron unas semanas del encierro obligatorio y los mensajes que compartimos con los otros dejan de ser cadenas, audios de especialistas y videos esperanzadores que intentan recordarnos que este tiempo es de aprendizaje y sanación.

    Por ahora sólo nos queda seguir nadando y en cualquier caso permitirnos algún momento recuperar el aliento y al menos, flotar.

    Se empieza a hacer difícil sostener esta nueva forma de pasar los días y de imaginar a qué mundo saldremos cuando el peligro haya pasado. El tiempo se alarga y la orilla a dónde estamos tratando de llegar para volver a sentir que tocamos tierra firme, por momentos pareciera estar más lejos. "Más días pasan y más lejos está", como el horizonte, en aquella hermosa canción de Juan Manuel Serrat.

    En este mar de emociones contradictorias y de corrientes de pensamiento cálidos y fríos, a la vez, necesitamos encontrar algún lugar donde hacer pie para sostenernos y para ayudar a sostener. Por ahora sólo nos queda seguir nadando y en cualquier caso permitirnos algún momento recuperar el aliento y al menos, flotar.

    Por muchos días estuve con un pensamiento único y convencida de que nadie que tuviese un techo, comida en la heladera, la posibilidad de aburrirse y de preocuparse por no engordar en la cuarentena, tenía derecho a quejarse ni a victimizarse en esta situación extraordinaria.

    Sentir miedo y angustia es un lujo que muchos de nosotros que no nos podemos dar. Sin embargo, más allá del estoicismo de esta afirmación en la que aún creo, las emociones son otra cosa. Nos atacan, nos invaden o nos atraviesan sin que podamos hacer mucho más.

    El mal de muchos finalmente es un consuelo de tontos. La perspectiva de que hay otros que están pasando una crisis mayor tampoco nos termina de mantener a flote por completo.

    Esta crisis colectiva, pero también es individual.     Foto: Shutterstock.
    Esta crisis colectiva, pero también es individual. Foto: Shutterstock.

    ¿Tenemos derecho a sentirnos mal?

    Sí y no. Tenemos derecho porque esta crisis colectiva, también es individual y cada uno de nosotros está atravesando su propio infierno, su propia restricción y enfrentando el límite dónde más le duele, pero ¿qué vamos a hacer con ello? Sobre eso sí podemos decidir y accionar.

    Cuando la pandemia se desató, rápidamente aprendimos que mantener la distancia, limpiar la casa y quedarnos adentro son actos de solidaridad y de cuidado hacia el otro. Sostenernos en un buen ánimo, sin generar conversaciones de miedo, sin acrecentar las alertas del peligro y sin fabricar futuros posibles de caos y destrucción, vale igual.

    La energía de nuestras emociones, de nuestras charlas y la intención con la que nos comunicamos con los otros generan efectos e impacto como el virus que nos cambió la vida para siempre. La potencia de lo invisible se está manifestando en todos nuestros ámbitos.

    Por supuesto que no es simple mantenernos en la línea de flotación, con emociones constantes, y positividad en nuestros pensamientos. Pero sí podemos empezar a tomar conciencia sobre su impacto en nuestro sistema y en los sistemas de otros con los que estamos conectados.

    Sostenernos en un buen ánimo, sin generar conversaciones de miedo, sin acrecentar las alertas del peligro y sin fabricar futuros posibles de caos y destrucción, vale igual.

    La conocida enseñanza de los indios Cherokee

    Esta historia lo resume muy bien. Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que ocurre en el interior de las personas. Le dijo:

    - Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros. Uno es Malvado. Es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El otro es Bueno. Es alegría, paz amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe.

    El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo:

    -¿Qué lobo gana?”

    El viejo Cherokee respondió:

    - Aquél al que tú alimentes.

    Tenemos derecho a caer y seguramente vamos a seguir siendo como un electrocardiograma emocional con variabilidad de sentimientos y pensamientos que mutan de un lado al otro.

    Pero también tenemos una responsabilidad, con nosotros y con nuestros compromisos asumidos, de los que tal vez aún no somos del todo conscientes. También tenemos una responsabilidad con los otros, no sólo en lo invisible de aquello que compartimos, sino también en lo material.

    Por eso a la pregunta acerca de si podemos permitirnos la angustia, el miedo y el derrumbe de nuestra fuerza vital, le corresponde un "no" como respuesta.

    Nos quedan semanas difíciles. Será en ese momento cuando los privilegios de una casa segura, comida y vínculos de amor no nos darán derecho a la cobardía ni a que la crisis personal y a que la la falta de certezas sean excusa para no accionar en lo colectivo.

    Habrá que asumir la incertidumbre, el miedo, el insomnio y comprometerse igual a ayudar. Con las heridas abiertas, con el shock aún no procesado de cómo todo cambió tanto sin avisar y con el corazón quizás hecho pedazos latiendo en una mano.

    Poder conectar con lo que sí tenemos y principalmente con lo que sí somos más allá de las categorías impuestas de un tiempo que va llegando a su fin, será imperativo.

    Es urgente intentar recordar todo lo valioso de nosotros mismos y recuperar la certeza de que tenemos mucho para dar. Dinero, tiempo, vínculos, recursos, lo que sea.

    Las prioridades de todos están cambiando. Para muchos esto es un gran pesar y para otros es motivo de festejo y alivio, pero eso también dejará de importar cuando seamos llamados a la tarea de acompañar a los que necesitan de verdad.

    Será el tiempo de constatar también en la vida material que de verdad todos estamos enlazados y que de esta, salimos juntos.

    Ese llamado a reconectar con el poder personal que repiten como un eco sin fin en las redes del marketing espiritual, va a empezar a tomar cuerpo. Pero será ahora, una reconexión con lo que sí podemos, no al servicio del ego, si no a disposición de muchos más. Qué así sea.

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