Mollie Perrin nació con sólo trece semanas de gestación y con apenas 480 gramos. Era tan chica que su mano podía pasar por en medio del anillo de su padre, con espacio de sobra. Los médicos advirtieron a su familia que la beba tenía ante sí una dura batalla y que había muy pocas chances de que la ganara.
Los malos pronósticos arrancaron cuando la pequeña Mollie estaba en la panza de su mamá. Durante la primera ecografía el médico le informó a los papás que la pequeña apenas viviría tres semanas. El feto sufría de restricción de crecimiento intrauterino, lo que significa que no estaba creciendo a un ritmo normal en el útero.
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"Los dos nos quebramos", recordó su madre, Stephanie Perrin. "Cada semana se quedó atrás en tamaño. Fue devastador”, indicó. Mollie nació por cesárea de emergencia el 27 de abril de 2015 después de que la mujer estuvo en el hospital durante dos semanas bajo observación.
Después de nacer, Mollie ganó peso paulatinamente. Al cumplir 25 días, sus papás pudieron abrazarla por primera vez. Cuatro meses después de su llegada al mundo, a fines de agosto de 2015, pudieron llevarla a casa. Pero en Navidad aún pesaba apenas 3,6 kilos.
Los terribles pronósticos no se cumplieron, puesto que el mes pasado Mollie arrancó el jardín con tres años. "No podemos creer lo bien que le ha ido. Cuando tuvo su primer día en la escuela, fue un momento de orgullo. Ella ha llegado tan lejos", expresó su mamá Stephanie.
“Ella es tan fuerte e independiente, es difícil creer que tuvo un comienzo tan traumático en la vida. Ella ciertamente lo está compensando ahora, y al mirarla con su uniforme escolar es encantador ver hasta dónde ha llegado. Cuando ella nació, todos la llamaban Milagro Mollie, y ella sigue siéndolo", manifestó su mamá.
