“Pregunta al planeta, allí están todas las respuestas”, afirma una y otra vez Janine Benyus, una científica reconocida mundialmente por sus desarrollos en biomímesis.
Biomímesis es la ciencia que se basa en la naturaleza como fuente de inspiración para crear desarrollos tecnológicos, modelos predictivos, formas de organización, sistemas y nuevas posibilidades de ser sustentable, ahorrar energía, mejorar la eficiencia de cualquier proceso y para muchas otras cosas más.
Benyus sintetiza todo en una afirmación muy simple: “La naturaleza tiene más de 3800 millones de años de experiencia creando formas de vida que se adaptan a todos los ambientes. Si hay que desarrollar alguna tecnología, hay que preguntarse cómo lo hubiera resuelto la naturaleza?”. Así de claro.
En este tiempo, a pesar del avance acelerado en todos los campos del saber, tenemos infinitas preguntas y vivimos en un estado permanente de alerta e incertidumbre. La biomímesis vuelve a imponerse como un generador de respuestas posibles. La sabiduría de la Tierra emerge nuevamente frente a la pretenciosa razón y a la especulación del hombre perdido y derrotado por algo más grande que él.
Como lo saben y lo enseñan los grandes maestros de todas las escuelas y saberes sagrados, las respuestas correctas están siempre están ahí, cerca. Solo tenemos que aquietarnos y volver a ver lo mismo de siempre con otros ojos, con extrañamiento, con asombro, con atención. Pero ahí, ¿dónde? Quizás, en la vereda de tu calle cuando un brote nace de entre las baldosas, en las macetas de tu balcón, en el ruido del cielo que anuncia la tormenta, en la forma de dormir del gato, en la mano arrugada de tu abuela y en la inesperada sincronicidad entre “te estaba pensando” y un teléfono que suena.
La biomímesis como inspiración y como forma de entender el mundo ha llevado a plasmar increíbles y complejas creaciones. Se aplica en los más diversos campos. De esta manera, muchos de nosotros, queriendo o sin querer, con intención de búsqueda o como resultado de una mirada perpleja y atenta a un diminuto insecto que nos posa en el brazo, convertimos esos momentos en metáfora, en símbolo, en un sí, en un instante sagrado que nos recuerda lo que importa y que recicla nuestra perspectiva.
¿De qué se trata esto que estoy viviendo? ¿Voy a terminar de quebrarme o podré resistir tantos cambios incesantes? ¿Qué será de mí que tan dañado me siento? ¿Cómo voy a salir de este barro? ¿Por qué no veo nada suceder si me esfuerzo a diario para que algo cambie? ¿En que me estoy equivocando? ¿Qué viene después de sentirme así de rota? La naturaleza tiene las respuestas.
La bioinspiración es imitar la vida en nuestra vida. Podemos aprender a autorrepararnos, a adaptarnos a ambientes hostiles, a modificar nuestras necesidades, a saber que hay un tiempo de echar raíces y otro de florecer. Así de obvio, así de trillado y así de cursi parece al escribirlo y al leerlo, pero ¿qué nos parece al vivirlo? Cuando la naturaleza se hace presente en nosotros, nos invade la magia del misterio. Sin saber cómo, hay certeza de que algo de todo eso es correcto y que no importa el proceso que estemos atravesando, tiene un sentido evolutivo, a favor de nuestra vida y que de alguna forma, va a terminar bien.
¿Qué haría la Naturaleza en esta situación?
Hay ejemplos a nuestro alrededor de cómo se comporta ante determinadas situaciones. Basta con prestar atención.
La flor de loto
Es aquí donde podemos aprender de la Flor de Loto, tal como lo enseña en tan sabias palabras Thich Nhat Hanh :“La flor de loto no piensa: ‘no quiero el barro’”. Sabe que puede florecer tan bella sólo gracias al barro. Para nosotros, ocurre lo mismo. Tenemos semillas negativas en nuestro interior, el elemento del barro; si sabemos cómo aceptarlo, nos aceptamos a nosotros mismos. La flor de loto no necesita deshacerse del barro. Sin barro, moriría. Si no tenemos desechos, no podemos florecer. No deberíamos juzgarnos, ni juzgar a los demás. Sólo necesitamos practicar la aceptación y así progresar sin lucha. El proceso de transformación y sanación requiere prácticas continuadas. Producimos basura cada día, y por este motivo necesitamos practicar continuamente para cuidarnos de nuestra basura y convertirla en flores.”
El bambú japonés
En la perseverancia del Bambú, también hay enseñanza. ¿Cuántas veces hemos sentido que a pesar de los diarios esfuerzos por estar mejor, de intentar que algo se sane y crezca nada pasa - Entonces. ¿ todo parece en vano? A simple vista, nada se mueve, todo está igual, pero el crecimiento del bambú nos hace comprender que mientras parece que lo que hacemos no tiene ningún resultado, lo más importante está sucediendo. Durante los primeros siete años, el bambú japonés no brota. Una persona inexperta pensaría que la semilla es infértil, pero sorprendentemente, después de ser regado a diario durante un septenio, el bambú crece más de treinta metros en seis semanas. Durante los primeros siete años el bambú se dedica a desarrollar y fortalecer las raíces para luego lograr ese crecimiento tan rápido y repentino.
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Junco
Más cerca de nuestra tierra, se cuenta la fábula del Roble y el Junco. El Roble siempre se había jactado con mucha arrogancia de su fortaleza y robustez mientras despreciaba al junco que crecía cerca de él. Un día, la fuerte tormenta hizo que todo aquello que él consideraba atributos fuera sólo debilidad. El roble, fuerte, duro e inflexible quedo devastado por los vientos y la lluvia. No resistió las inclemencias del tiempo y se quebró. El junco, que al parecer era débil, sobrevivió ese tiempo sin un rasguño, gracias a su estructura flexible y a su posibilidad de adaptarse a la tormenta. La historia habla de dos formas de enfrentar las crisis. Una, la del roble, se basa en su grandeza aparentemente indestructible por los privilegios estructurales con los que ha sido concebido. Otra, la del junco, que parece débil pero su flexibilidad para fluir con la corriente y permitirse inclinarse por el viento hace que jamás se quiebre.
Suculentas
Cultivar suculentas es un llamado permanente de la Naturaleza que nos recuerda que nuestras partes rotas se autorreparan y que de ellas podrán nacer nuevas creaciones si le damos el tiempo necesario. Cada parte que se desprende de la planta tiene la posibilidad de crear una callosidad y de echar raíces por sí misma. Solo necesita descansar y ser apoyada sobre tierra fértil. Si la enterramos, no crecerá. Desde otra mirada, todo a nuestro alrededor se vuelve tan literal que sorprende y emociona.
Quizás una de las grandes respuestas que buscamos, la haya sintetizado hace años Hermann Hesse en este párrafo
“En las copas de los árboles susurra el mundo, sus raíces descansan en el infinito, pero no se pierden, sino que con toda la fuerza de su existencia pretenden solo una cosa: cumplir la propia ley, la ley que reside escondida en su interior, desarrollar la forma propia, representarse a sí mismos. No hay nada que sea más sagrado, nada que sea más ejemplar, que un árbol”.