Para implementar el ajuste, el ministro de Economía (en este caso Sergio Massa, pero lo mismo valía para Martín Guzmán) requiere, de máxima, que Cristina Kirchner lo apoye de manera explícita o, de mínima, que no lo cuestione públicamente ni vete sus políticas.
Lo primero (una Cristina militando el sinceramiento tarifario y preocupada por los equilibrios macroeconómicos) es una fantasía inalcanzable para cualquiera. Lo segundo es factible: es un privilegio del cual Guzmán no gozó, pero con el que Massa por ahora cuenta.
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Con su silencio, la vicepresidente se ha transformado en la Cristina que Massa necesita. También le ha permitido reemplazar a los funcionarios de Energía, Darío Martínez y Federico Basualdo, un área que había quedado vedada para Guzmán.
Esta semana, la reemplazante de Darío Martínez, Flavia Royón, y la titular de AYSA, Malena Galmarini, anunciaron los aumentos de luz, gas y agua. La segmentación por ingresos, las diferencias por tipo de usuario (comercial, particular, consorcios) y por cantidad consumida, y las excepciones que supuestamente se consideraran hacen de los anuncios un inentendible jeroglífico.
Sin embargo, algo es seguro: los consumidores lo sentirán en sus bolsillos, y esto será así por más que Malena Galmarini quiera convencer a los argentinos de que “no es un aumento de tarifas, es una redistribución de subsidios”. Mientras tanto, Cristina en silencio, aunque la pregunta central es si seguirá este apoyo tácito cuando comiencen a llegar las facturas, es decir, cuando sea hora de pagar los verdaderos costos políticos.
Pero el apoyo del kirchnerismo no solo se basa en mantener el silencio. Hay sectores que van incluso más allá y con gestos contundentes favorecen un entorno político distinto que favorece a Massa: el miércoles, en un encuentro reservado, en la antesala del Council of the Americas, el ministro “Wado” De Pedro cenó con empresarios en el Hotel Alvear. El referente de La Cámpora, que por supuesto contó con el aval de Cristina, busca un rara avis: un acercamiento entre el establishment y el kirchnerismo. Al día siguiente, ya oficialmente en el Council of the Americas, le tocó el turno a Massa.
Paradójicamente, quien asume ahora la tarea de polarizar, representar posiciones más duras y debatir con la línea de acción de Massa es el presidente Alberto Fernández y su entorno cercano (cada vez más reducido). Curiosamente, el jueves, mismo día que Massa se presentó en la reunión del Hotel Alvear, enviando con su discurso señales de acercamiento con Washington, el presidente Fernández asistió a un encuentro de la CELAC en el CCK, donde pidió por “el fin de los bloqueos” contra Cuba y Venezuela, en una clara acusación a los Estados Unidos. ¿Sabe el presidente Fernández que, mientras tanto, Diosdado Cabello lo acusa por televisión directamente él de ponerse “del lado de quienes han atropellado al pueblo de Venezuela”, por el avión que se encuentra retenido en Ezeiza? Estos son los efectos de una política internacional ambigua y confusa.
Más tarde, la nota la dio su portavoz, Gabriela Cerruti, quien se ha convertido en uno de los pocos alfiles que le quedan al presidente. El embajador Mark Stanley le sugirió a la clase política argentina que trabaje en acuerdos desde ahora y no esperar hasta 2023. Tras este pedido de acuerdo, Cerruti contestó: “Empecemos por casa”. Y habló de no volver a viejas épocas en las que el embajador de Estados Unidos definía las políticas económicas. Así es como el gobierno se prepara para la reunión bilateral que Joe Biden y Alberto Fernández mantendrán el 20 de septiembre. El marco no parece ser el mejor.
El presidente Fernández de economía no habla: respecto de los aumentos tarifarios no dijo una palabra. Lo paradójico es que la agenda que Massa intenta desplegar es en gran parte la misma que él y Guzmán no podían implementar porque Cristina los bloqueaba. Ahora, el mandatario no bloquea dicha agenda, pero se diferencia como puede en materia ideológica. A la derecha de Massa no habla nadie. La oposición no critica los objetivos en sí, sino que cuestiona la instrumentación: cree que no es suficiente. Y desde la izquierda, al margen de los sectores piqueteros y movimientos sociales, ante el silencio de Cristina, aparece Alberto Fernández.
Sabíamos que, en el triángulo del Frente de Todos, el dirigente más a la derecha era Sergio Massa. Lo que es una novedad es el giro a la izquierda del presidente Fernández. Al hacerlo, no obtiene el efecto que en su momento logró Cristina, es decir, bloquear la agenda de los sectores moderados. El mandatario tiene la capacidad institucional para hacerlo (tiene la lapicera de la que hablaba la vicepresidente), sin embargo, no puede o no quiere utilizarla. En definitiva, lo que termina sucediendo es que su confusa radicalización ideológica termina exhibiendo su propia flaqueza.
De hecho, esta semana desde Casa Rosada salieron a difundir la noticia de que Alberto le había pedido la renuncia a la titular del Instituto de Asuntos Indígenas (INAI), María Magdalena Odarda, quien tuvo un papel polémico en el marco del agravamiento del conflicto mapuche. Sin embargo, el entramado político es otro. El despido se terminó dando por un acuerdo entre Massa y Weretilneck, exgobernador y actual senador de Río Negro, provincia que viene sufriendo de manera creciente la violencia de los grupos radicalizados, especialmente de la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM). ¿Quién maneja, entonces, la lapicera? Alguien debería recordar que el presidente de la nación se sigue llamando Alberto Fernández, y no Sergio Massa como dijo el embajador Jorge Argüello en el Council of The Americas. Un furcio que dice mucho.