El nuevo hombre fuerte del Gobierno, Sergio Massa, va a tener que elegir entre dos objetivos ya abiertamente contrapuestos: tratar de mantener a flote el régimen económico vigente unos meses más, para llegar a la elección del ‘23, como dijo Aníbal Fernández “profundizando el rumbo”, o comenzar a desmontarlo, para estabilizar la moneda y recuperar el crecimiento. Si elige lo primero se entenderá bien con Cristina Kirchner, que tal vez hasta lo acepte como su candidato. Si elige lo segundo, el conflicto entre ellos será inevitable. Puede también que intente una tercera opción, hacer un poco de las dos cosas: sería una salida típicamente “massista” o mejor, “albertista”. Pero entonces correrá el riesgo de no conformar a nadie y terminar como Alberto Fernández, Martín Guzmán y Silvina Batakis.
Sergio Massa nunca negó su admiración por Carlos Menem y sus reformas de los noventa, y tampoco creyó necesario explicar cómo se compatibiliza esa opinión con su devoción por Néstor Kirchner. ¿Es que no vio contradicción entre esas dos versiones tan distintas de la política peronista? Si no la vio hasta acá, es hora de que empiece a revisar el asunto, porque en la tarea que se acaba de poner al hombro va a tener que elegir inevitablemente entre un modelo u otro.
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Se dice de él que será un superministro y que va a tener las manos libres para tomar decisiones, ir para un lado o el otro, incluso puede que para ir hacia ambos lados a la vez. Y es cierto que el susto que se dieron en el último mes los capitostes del kirchnerismo, empezando por Cristina Kirchner, morigeró sus resistencias ante lo inevitable. Y que viniendo como venimos del fondo del pozo en materia de credibilidad y eficacia decisional, con poco esfuerzo puede hacerse una diferencia. Pero, para empezar, Massa va a tener que demostrar que puede sostener la expectativa inicial generada en torno suyo, y ser al menos más ministro que sus dos predecesores. Con eso ya tendrá bastante. Porque una cosa es recibir atribuciones y responsabilidades, y otra muy distinta disfrutar de autoridad y poder.
En principio, las funciones que va a ejercer estaban todas en manos de gente de Alberto Fernández. De ahí mucho poder o autoridad no va a recibir. Cristina Kirchner, en cambio, no le cedió nada, más allá de una ambigua autorización: “jugá vos”, “te toca”. Es más, los fieles a la jefa acumularon aún más de lo que tenían: se quedaron con la AFIP, y pronto puede que sumen la Jefatura de Gabinete, el Banco Central, o la presidencia de Diputados, o todos esos cargos a la vez. Al menos los tienen en la mira, y es dudoso que Sergio Massa se los logre disputar.
Tampoco tiene el tigrense otro recurso de poder imprescindible: tiempo. No se sabe cuánto durará el “voto de confianza” que recibió de su mandante, la señora, pero podemos imaginar que no va a ser muy prolongado: la campaña electoral está por comenzar, en particular en las provincias que adelantarán sus elecciones, donde se comenzaría a votar en marzo del año próximo, es decir dentro de poco más de un suspiro.
Para lo que parece tiene planeado intentar Sergio Massa hace falta, además, un lapso de tiempo considerable. Se dice que planea acumular reservas, otorgando un dólar especial a los exportadores, para luego devaluar y ajustar el gasto a través del fogonazo inflacionario subsecuente. Si fuera así, harían falta unos cuantos meses para completar esas medidas, achicar la brecha cambiaria y detener la fuga de la moneda, y luego un tiempo extra para que la economía se estabilice y repunte la actividad y el consumo.
Conclusión: parece que Sergio Massa llegó demasiado tarde para hacer lo que tal vez un año atrás hubiera sido viable. Culpa del tiempo precioso que Alberto Fernández estuvo perdiendo con Martín Guzmán, para firmar con el Fondo Monetario y luego para decidirse a hacer algo por cumplir el acuerdo.
Puede inferirse de eso, también, que muchos interesados en el oficialismo en avalar y acompañar un plan de estas características no van a haber. Sería algo parecido a lo que hizo Axel Kicillof en 2014, pero en condiciones mucho peores y en un plazo mucho más corto. Demasiado riesgo. Así que, para empezar los gobernadores, incluido el propio Kicillof, que no adelanta su reelección pero la tiene especialmente difícil, es seguro que se van a resistir. Lo mismo va a hacer Cristina Kirchner, claro, que vela por esos intereses, en particular los bonaerenses, y apuesta a satisfacerlos para preservar la unidad del oficialismo.
Así que Sergio Massa va a tener que lidiar con un conflicto de proporciones, en el cortísimo plazo: ¿Qué hará? ¿Intentará convencer a los peronistas de que un ajuste y un plan de estabilización aún son posibles, pero para eso hay que apurarse, pasar el mal trago cuanto antes y todo junto, y además hay que volver atrás con el desdoblamiento de las elecciones, es decir que todo el peronismo, o la mayor parte, se encolumne y ate a la suerte de su gestión en Economía? Lograr algo por el estilo sería milagroso. Y tal vez lo intente, voluntarismo no le falta. Ante todo, supone desafiar abiertamente el liderazgo de Cristina Kirchner, y seducir al resto, para reordenar la interna oficialista. Y hacer todo eso desde la gestión económica, hasta hoy el agujero negro que se devora los apoyos y la cohesión del Frente de Todos. Suena mucho.
Algo parecido consiguió Fernando Henrique Cardoso en Brasil, en 1993, cuando se convirtió en ministro de Economía de un gobierno desahuciado, frente a un Lula que parecía tener asegurada la conquista de la Presidencia, pero al cabo logró derrotarlo, convirtiéndose en el presidente más exitoso y prestigioso de la región, líder de una coalición y eje de un sistema político moldeados según sus necesidades. Cardoso se inspiró para lograr todo eso, y en especial para su programa de estabilización, recordemos, en el de Carlos Menem. El mismo que Sergio Massa admiraba siendo un joven retoño de la UCEDE. Y que todavía dice recordar con cariño.
Claro que Sergio Massa no es Fernando Henrique Cardoso, ni el FR es el PSDB, ni por asomo, y tampoco la situación argentina actual se parece mucho a la del Brasil de principios de los noventa. Así que las chances de que algo así se produzca son muy escasas. El propio Massa debe saberlo: será voluntarista, pero no tonto. Así que es muy probable que su apuesta sea bastante más modesta: hacer algunos ajustes, pero lo menos conflictivos posible, para que el barco llegue a puerto, nada más, y mostrar que pudo evitar lo peor.
Ya eso sería un gran mérito. Implicaría detener el círculo vicioso de deterioro de la gobernabilidad en el que Alberto Fernández ha estado sumido durante ya demasiado tiempo, y crear mecanismos de mínima contención de la crisis. ¿Para qué? Pues para mantener vivo, artificialmente vivo, el modelo económico en el que estamos atrapados hace dos décadas, y que hace más de diez años nos impide crecer.
Tampoco esta es una meta que a Sergio Massa le desagrade: supondría rendirle un postrero homenaje a su otro ídolo, el fundador de la actual dinastía gobernante, y de la cual él siempre se reconoció como hijo putativo. Algo descarriado, pero hijo al fin.
El problema es que cada paso que de en dirección a mantener a flote el “modelo” va a ser un acto de rendición ante Cristina Kirchner. Le sucedió a Alberto Fernández y le va a suceder también a él, por más pro empresario y amigo de Estados Unidos que se declare. Entenderá, entonces, que si llegara a lograr algún éxito en esa dirección, va a ser difícil que sea él quien lo capitalice, y no más bien ella y sus seguidores más fieles, que esperan que el 2023 les de la oportunidad de demostrar que si en algo se equivocaron en 2019 fue en moderarse. Y que por más que Cristina se haya resignado a aceptar su ingreso al Gabinete, no se resignó para nada a tenerlo bajo control, y aplicarle la misma receta que al Presidente: los beneficios y logros serán exclusivamente de ella, los costos y fracasos serán suyos.
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Sergio Massa, además, por más que recuerde también con cariño su paso por la gestión de Néstor Kirchner, no fue nunca tan lunático como Alberto Fernández para pensar que podría repetirse esa experiencia sin un mango en el Banco Central y con un Estado elefantiásico aplastando la economía. En la comprensión de ese problema, y sus consecuentes limitaciones, le lleva una enorme ventaja al todavía presidente. Y cuenta para recordarlo con la aleccionadora experiencia de su fracaso.
Así que va a tener que elegir, y bien pronto: ser útil para Cristina Kirchner o enfrentarla como no lo hizo Alberto Fernández, ser fiel a Néstor Kirchner o a Carlos Menem. Cualquiera de los dos caminos que elija tiene chances escasas de éxito. Pero al menos uno de los dos va a tener la marca de la audacia, esa marca que Alberto nunca podrá reclamar.