Si te agarro con otro, te mato.
Te doy una paliza y después me escapo...
Prefiero verte muerta, nena,
Antes que verte con otro hombre.
Mejor que te cuides, nena, o no vas
saber dónde estoy.
Mejor que corras por tu vida, nena.
Escondé la cabeza en la arena,
si te agarro con otro,
Ese es el final, nena...
La autoría ¿intelectual? de la primera estrofa transcripta es de Cacho Castaña. Se habló mucho de esta canción en lo que va de la semana, como consecuencia de que su autor declarara “si la violación es inevitable, relájate y goza”.
Su tristemente célebre expresión pareció más una frase de un violador al oído de su víctima que un consejo, o lo que sea que haya pretendido hacer a la hora de decir lo que dijo.
Todo esto sucedió en el pasaje de una entrevista en vivo en la que sólo un periodista expresó su desagrado, mientras el resto -entre la costumbre, el estupor o el desconcierto- permanecía en un incómodo silencio. Otro lo intentó cuidar, alegando que después lo iban a sacar de contexto.
“Cacho es así”, se escuchaba resonar como una suerte de mantra en los análisis posteriores.
El problema no es, solamente, que Cacho sea así. El quilombo es cuando se celebra. Cuando se hace culto del macho, de la milonga, las putas, el perico y la noche eterna. Cuando la misoginia se aplaude en pos de la supuesta gracia que debería generar esa retrógrada picardía arrabalera.
Así todo, nobleza obliga, Cacho pidió disculpas. No sabemos bien qué reparan, pero al menos su torpeza verbal (a la que no quiero llamar ignorancia) mantuvo más vivo el debate que nos estamos dando como sociedad desde hace algún par de años con causas como la de #NiUnaMenos, #MeToo (“Yo también”), #TimesUp (“Se acabó el tiempo”) o #NoEsNo.
El conflicto que conlleva esto es caer en el reduccionismo de pensar que esto es un problema de Cacho, porque su historial de actos y declaraciones fueron siempre en ese misógino sentido, y que ya debería aprender.
Esto no es la música de Cacho sino nuestra misma cultura. Y no hablo del tango. Si volvemos a las estrofas que están al comienzo de este texto, si sacan la primera estrofa, todo el resto es el final de Rubber Soul. Sí, uno de los mejores discos de los Beatles termina con esos coros. Se trata de Run for your life, más propiedad de Lennon que del resto porque fue él quien la compuso.
Cuesta imaginar a ese hombre que compuso el himno internacional de la paz gritando furioso al final de una de sus mejores obras (hablo del disco, claro está) que iba a matar a su chica.
Lo que resulta evidente es que Yoko algo le debe haber enseñado a su novio para que, después de tener tales ideas, termine escribiendo odas a la mujer como Woman.
Es loco, pero a pesar de eso, se le suele echar la culpa por la separación de los Beatles. Carga la machista cruz de haber sido la exclusiva artífice de la disolución del grupo musical más importante de la modernidad. Por su culpa, por su culpa, por su gran culpa.
Se ve que todo el tiempo reaccionamos igual cuando nos muestran nuestra bestialidad. Culpa de ellas.
Es hora de dejar que nuestras Yokos actúen, nos eduquen y transformen. No se trata de salir a la caza de las que están gritando que la sociedad está enferma.
Porque tienen razón. Y no se puede seguir culpando a la víctima.
Porque decirles feminazis, por tomar solo un ejemplo de todos los insultos que reciben quienes deciden defender la igualdad de género, es eso. Culparlas de sostener algo que no es tan complejo: “Tenemos los mismos derechos que los hombres”.
Y si eso, tan fácil y concreto, cuesta tanto… Quizá nos falte a todos un cachito de Yoko.
