El consumo de video es cada vez mayor. Según difundió el Global Internet Phenomena Report a fines del año pasado, el 58% del tráfico en internet está dedicado a este formato y las plataformas de streaming, como Netflix o YouTube, ofrecen contenido casi sin límites y muchos usuarios intentan consumir la mayor cantidad posible.
Ante ese escenario de muchas opciones para elegir, algunos estudios nos muestran la aparición de síntomas de ansiedad y angustia que sufren los internautas toda vez que se sientan frente a la pantalla a seleccionar la próxima serie por ver. Se reiteran y comentan escenas de frustración ante la imposibilidad de elegir, algoritmos mediante, un nuevo contenido.
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Sin embargo, este tipo de conductas en los consumidores de algún producto cultural en absoluto es nueva, sino que tiende a repetirse a lo largo de la historia, independientemente del soporte.
Cuenta la historiadora británica Karin Littau que hacia fines del siglo XVIII, y con la imprenta de tipos móviles extraordinariamente desarrollada, algunos médicos comenzaron a diagnosticar una furia desmedida por la lectura provocada, en gran parte, por la enorme cantidad de libros impresos producidos durante ese período. Esta especialista cita al poeta británico Alfred Austin quien decía en 1874 que las personas no leían, sino que devoraban las obras de ficción, y describe la conducta de los lectores como un "vicio" que los hacía salir fuera de control.
Estos ávidos lectores que retrata Littau no estaban caracterizados como personas sanas sino como presos de conductas compulsivas hacia los libros, con hábitos de lectura totalmente desordenados. Inclusive, esta historiadora recoge testimonios de la época en los que surgen las críticas hacia los lectores que "devoran" cuatro libros al mismo tiempo. Las personas que tenían el "vicio de leer", dice Littau, olvidaban el relacionamiento con el otro, no conocen a sus vecinos y no tienen tiempo de recordar caras o nombres por la lectura.
Las conductas que se describen en los lectores de los siglos XVIII y XIX guardan, como vemos, demasiada similitud con los comportamientos hoy analizados a la luz de las grandes plataformas de contenidos y de los tipos de consumo: las famosísimas "maratones de series" han sido acusadas de generar obesidad, sedentarismo y afectar los hábitos de sueño.
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¿Qué es lo que intenta demostrar esta comparación entre la fiebre lectora del milenio pasado y el "exceso" de streaming del presente? En primer lugar, reafirman la idea de remediación de Bolter y Grusin: todo medio "activo" se apropia, honra o menciona a medios anteriores. Esto quiere decir, en esencia, el consumo de series y otros productos culturales honra, menciona o remeda al de los libros durante el siglo XIX.
No deberíamos, en principio, sorprendernos por las conductas de los consumidores de las grandes plataformas audiovisuales, sin olvidar, lógicamente, la debida condición material que el acto de lectura siempre conlleva. En segundo lugar, y quitando ya del medio la cuestión de los soportes, cabría preguntarnos entonces acerca del sentido de lo infinito en su relación con los productos culturales y sus consumos.
Lo infinito en la información ya provoca avalanchas de contenido que provoca, a su vez, la baja de atención y distracciones en consumidores que necesitan estar pendientes de notificaciones, pantallas titilantes, mensajes y sonidos.
Si analizáramos entonces las conductas de la "fiebre lectora" y de la "maratón de series" en función de lo infinito podríamos identificar, más allá de los soportes y/o de los medios, alguna cuestión antropológica definitoria del hombre. Una angustia frente a aquello que no tiene un límite claro, o al menos un límite al que nosotros podamos distinguir y comprender.
Sería, en palabras de Sartre, el precio que los hombres tenemos que pagar por estar condenados a ser libres.
(*) Director Área de Educación. Profesor de Semiótica y Lingüística. Universidad del Salvador.