Aunque fue una semana corta igual le alcanzó para ser la peor en lo que va de la gestión de Mauricio Macri. Pero pasó y, con ella, parece haber quedado atrás lo más duro de la tormenta financiera desatada a raíz del alza de las tasas internacionales.
Nos dejó de todos modos unas cuantas secuelas. Entre ellas, un debate que ya era intenso y que se actualizó e intensificó: ¿qué está bien y qué está mal de la gestión económica de Cambiemos, qué cosas podrían haber hecho mejor, o mucho antes?, ¿qué problemas deberían haber anticipado, qué instrumentos o pasos, aunque les funcionaran por un tiempo, deberían haber revisado? Y qué otros no podían saber que iban a tener que usar, porque nadie puede preverlo todo.
Una convicción parece estar bastante extendida: ante la emergencia terminaron actuando bien, pero tardaron, podrían haber coordinado antes y mejor sus reacciones. Por ejemplo, la conferencia de prensa de Dujovne y Caputo podría haberse realizado un par de días antes, y entonces la tasa en vez de a 40 tal vez alcanzaba con ponerla a 35. El Central dio la impresión de que vendía o dejaba de vender dólares, en los días previos al desenlace, sin una idea clara de a qué nivel pretendía anclar el tipo de cambio, como si no tuviera un diagnóstico de la gravedad de la situación. El gesto de “en esta cerramos filas” finalmente brindado por el oficialismo fue además de tardío, parcial: no se entiende por qué los radicales no estuvieron en la Casa Rosada ni en Olivos en los momentos críticos, como sí estuvieron Carrió y su gente; ¿no los llamaron, ellos no quisieron ir, a nadie se le ocurrió que fuera necesario que estuvieran (que es lo más probable, y lo más incomprensible después de los disensos con el tema tarifas)?
Son más discutibles, en cambio, algunos señalamientos que se hacen sobre “errores de origen”, que también desde un comienzo se vienen achacando al macrismo y según algunos analistas y observadores ahora ya no cabría duda que son graves y deberían corregirse: Cavallo criticó una vez más que no haya un ministro de Economía y que Macri pretenda, igual que Kirchner, cumplir él esa función; algunos se han vuelto a tirar contra el gradualismo, u objetan la supuesta o real descoordinación en el gabinete, la autoconfianza de la Jefatura de Gabinete, incluso la falta de un pacto de gobernabilidad con sectores de oposición. En general siguen siendo opiniones sobre las que es difícil tomar una fundada posición: puede ser que algo de todo esto esté perjudicando la gestión, pero ¿cómo saberlo con precisión sin sopesar también las desventajas y dificultades de las soluciones alternativas propuestas?
De todos modos, sí probablemente sea cierto que se subestimaron dos cambios parametrales registrados en los meses previos al estallido de la crisis, y que la hacían en alguna medida previsible: la suba de tasas y el cambio de humor de la sociedad.
Desde un principio lo que determinó cuán estrecho sería el andarivel por el que habría de avanzar el programa económico gradualista fue el ritmo al que subiría sus tasas de interés la Reserva Federal. Cuando a comienzos de este año ese ritmo se aceleró era de prever no sólo que, como se encarecía el crédito al sector público, aumentaría la presión sobre el dólar, sino que ella podría aumentar aún más si optaban por migrar fondos especulativos que hasta allí habían sido atraídos por las Lebacs.
Mucho no se podría hacer por evitar el sacudón. Pero tal vez hubiera sido conveniente y razonable que los anuncios sobre un mayor esfuerzo fiscal y una más limitada toma de deuda no fueran adelantada dos o tres días sino varias semanas. ¿No era mejor prevenir que curar dada la centralidad de esta cuestión para la entera estrategia gubernamental? ¿Hubo una vez más un exceso de optimismo detrás de la renuencia a atender los factores de riesgo y anticiparse al agravamiento de los problemas?
Algo similar cabe decir de la actitud adoptada ante el cambio de humor social, y los consecuentes efectos políticos: el endurecimiento de la oposición y el aumento de los disensos en la coalición oficial.
Desde fines del año pasado era ostensible que, una vez corrida del centro de la escena Cristina Kirchner por su derrota en las elecciones legislativas, habría menos motivos para que los ciudadanos toleraran sacrificios impuestos a sus bolsillos. Más todavía cuando el propio presidente decía que “lo peor había quedado atrás”. Sin embargo, el malhumor ante la reforma previsional y luego los tarifazos fue subestimado por los voceros oficiales: “Acá no pasa nada, son unos pocos puntos de imagen que en unos meses se recuperan, porque la gente no tiene en quién más confiar, por eso ningún opositor crece en las encuestas”, repetían a diestra y siniestra; ignorando el hecho de que la política odia el vacío, y los peronistas lo odian más todavía, así que se lanzaron a coordinar su “resistencia al ajuste”.
Por lo que se sabe, además, el Ejecutivo ignoró las muy concretas señales que desde el Congreso sus propios representantes le enviaron de que se estaba gestando una movida capaz de unir por primera vez a todo el arco opositor. Movida que era posible desbaratar con una reacción anticipada, actuando sobre alguno de esos grupos de oposición, como luego se haría, también tarde y a los ponchazos, con los reclamos de los radicales. Y podría evitarse lo que terminó sucediendo con la cuestión “tarifas”: que ella transmutara de un asunto puntual y mayormente despolitizado al caldero en que se calentó una inédita tensión entre el Ejecutivo y el Congreso, encima justo cuando el dólar se desbocaba.
¿Errores de origen disimulados hasta allí por éxitos circunstanciales? ¿Barridos bajo la alfombra por la sistemática propensión al optimismo y la subestimación de los riesgos, agravados para colmo ahora por la reincidencia y la coincidencia de varios frentes de tormenta en el peor escenario imaginable? Si es así, no sería del todo inconveniente que el susto esta vez haya sido mayúsculo y los efectos duren en el tiempo.
Porque es claro que si las tasas tienen que seguir en 40% durante meses el crecimiento va resentirse. Pero si todo volviera rápido a la normalidad podría suceder algo aún peor: tener que ver a algunos funcionarios que deberían poner sus barbas en remojo, hinchar de nuevo el pecho y espetarnos: "¿vieron que teníamos todo bajo control y acá no pasa nada?".