Según se cuenta, Karina Milei terminó de hartarse de Santiago Caputo cuando este se apuró a plantearle al Presidente, poco antes de las elecciones, un radical cambio de gabinete que lo tendría a él como protagonista central y máximo beneficiario. No solo porque quiso vender la piel del oso antes de cazarlo. Sino porque la premisa con que actuó fue que el oso iba a ser más bien un osito, y esa era la condición esencial por la que su intervención salvadora se volvía más necesaria para el proyecto oficial.
No fue él el único que apostó a un triunfo acotado, que volviera a Milei más dependiente de la ayuda que otros pudieran brindarle. Mauricio Macri coincidió en este punto. Y en alguna medida fue también la premisa con que se comportó en los últimos meses Guillermo Francos. De allí que los tres estén ahora compartiendo un destino bastante incómodo: de entre los vencedores, ser los únicos que salieron claramente perdiendo.
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Es que solo en el escenario de un triunfo acotado, o un empate técnico, en el peor de los casos, su poder crecía. Si el Gobierno fracasaba en las urnas, iban a compartir la desgracia de una crisis de gobernabilidad con el resto del oficialismo. Si la victoria era amplia, como resultó, los Milei no los iban a necesitar tanto.
¿Hicieron más que esperar un resultado ajustado? ¿Será cierto que algunos de ellos incluso boicotearon las listas oficiales que menos les gustaban, como la que encabezaba Fargosi en CABA o algunas de las provincias andinas? Puede que esto último sea parte de la paranoia que habitualmente campea en el entorno presidencial, pero para el caso es secundario. Porque lo cierto es que la apuesta por un gobierno acotado existió, y se frustró.
Cambio de escenario
Encima hubo quien no advirtió que el escenario había cambiado tan imprevista como radicalmente una vez que se abrieron las urnas. Y quiso seguir asustando al tigre con vara corta, como dicen los brasileños: fue lo que hizo Macri cuando, antes de concurrir a Olivos, adelantó que el PRO presentaría un candidato propio en 2027, queriendo condicionar la reelección de Milei a una negociación seguramente orientada a quedarse con la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires. Una movida tan inoportuna y torpe que no puede hacerse el sorprendido si estas fueron las últimas milanesas que compartirá con el Presidente.
Y todo empeoró cuando, a la vista de la respuesta de Bullrich (romper definitivamente el bloque del PRO en Diputados) y del propio Milei (anunciar el ascenso de Adorni a la Jefatura de Gabinete en plena reunión con su predecesor), Macri reaccionó como suele hacer, presumiendo que él es una suerte de mentor del libertario al que este debe hacerle caso de una buena vez, si quiere que le vaya bien: descalificó a Adorni, en la propia reunión y en un tweet posterior (a lo que el presidente replicó bastante razonablemente: “de nuevo me estás subestimando”) y agregó que él tenía un candidato mejor, promoviendo a un CEO que en verdad no sumaría mucho y encima revela que no aprendió nada desde su fallido intento con “el mejor equipo de los últimos cincuenta años”.
Aquellos que pretenden “conducir” al mileismo deberían ya a esta altura aceptar que si algo no necesita ese movimiento es otro conductor. Porque de otro modo les va a pasar como a los desarrollistas frente al peronismo: creyendo que lo pueden manipular para sus propios objetivos, se volverán piezas descartables del líder emergente.
La caída de Francos tuvo otros condimentos
Es cierto que era el más consensualista de los funcionarios del Ejecutivo. Y también es cierto que casi todas sus tratativas terminaron en nada durante el último año. Pero este mal resultado no puede achacársele tanto a él: fueron Luis Caputo y el propio Presidente quienes más hicieron para que las negociaciones que el jefe de Gabinete tejía durante el día, terminaran destejiéndose durante la noche.

Y esta contradicción se puso al rojo vivo con la aparición de la ayuda norteamericana: Milei descubrió que podía encontrar afuera, a través del Toto, la garantía de gobernabilidad que, más cara e incierta, quería tejer Francos negociando adentro, con Macri y los gobernadores. Y es lógico entonces que busque, tras los comicios, llevar esta negociación desde una posición de fuerza, no con una lógica tan transaccional.
También hay que decir que la forma en que lo despidieron al jefe de Gabinete no fue la más elegante: él se hartó del todo de la situación cuando en la reunión con los gobernadores, Milei se negó a reconocerle su rol como mediador. Quedó del todo claro que no tenía más que hacer en el cargo. El Presidente debería aprender de una buena vez no solo a reclutar mejor a su gente, sino a despedirla de buena manera, sobre todo cuando han cumplido lo mejor posible su función.
Pero lo fundamental es si va a aprender a tener un jefe de Gabinete: alguien que coordine en su nombre, con cierta autonomía, como para que las decisiones que tome sean refrendadas, no desautorizadas a cada rato. Y es difícil saber si Adorni podría brindarle la oportunidad, porque él primero debería ser capaz de tomar decisiones. Por eso, hasta el sábado los cambios en el Ejecutivo parecían encaminados a fortalecer el control presidencial sobre el gobierno, pero no a fortalecer el gobierno como tal.
El caso Santilli
Y de allí que la designación de Diego Santilli, el domingo, haya cobrado una doble significación. Por un lado, amplió ahora sí el gobierno, con alguien que pertenece a otro partido (y hasta aquí no se ha planteado abandonarlo), que tiene votos propios, porque fue en gran medida gracias a él que el oficialismo ganó en Provincia, y tiene una larga experiencia en las dos cosas que al gobierno en general, y a Adorni en particular, le faltan: gestión y negociación.

Por otro, resuelve la relación con el PRO sin la intermediación de Macri. Que se enteró de la designación por vía del propio Santilli. Y tuvo que festejarla, casi como quien mira desde la platea cómo sus hijos progresan en el escenario, sin necesitar de su ayuda, incluso contra sus torpes intentos de ayudarlos.
Ojo, no es que la presencia de Santilli prefigura un gobierno de coalición. Eso no puede existir mientras Milei sea presidente. Pero sí es posible que lo ayude a cumplir las dos tareas contradictorias que ahora se propone:
- fortalecer el control del gobierno
 - ampliar su influencia sobre otros actores.
 
Su primer desafío en la Jefatura será contribuir a que, en extraordinarias, salga el presupuesto y al menos se inicie el trámite legislativo de las reformas que se han puesto en agenda. El segundo, ofrecer una candidatura competitiva en provincia de Buenos Aires para 2027, que ayude a la reelección de Milei en la presidencia, para lo cual este ya cuenta varias figuras que le harán fácil la tarea desde CABA.
Esto último ¿Santilli lo hará todavía como “hombre del PRO”, como adelanta Cristian Ritondo y desea el propio Mauricio, o replicando el recorrido de Bullrich? Habrá que ver. En parte, va a depender de lo que haga el propio expresidente, si es capaz de una buena vez de aceptar que su tiempo pasó y da un paso al costado, contribuyendo a una sucesión ordenada. Y en parte también de lo que haga el resto del partido amarillo, hoy excesivamente elástico, y estirado como un resorte a punto de reventar, entre la oposición dura de Horacio Rodríguez Larreta, que sigue afiliado y sigue insistiendo en que Milei es el demonio encarnado, y el colaboracionismo irrestricto de los diputados que se fueron al “interbloque libertario”, pasando por la oposición moderada de Nacho Torres y la “cooperación con autonomía” de Rogelio Frigerio.
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Seguramente la van a tener más fácil estos dos últimos. Igual que los demás gobernadores, que siempre pueden desdoblar sus comicios y cuentan con coaliciones locales propias muy competitivas. Milei lo sabe, y por eso se está concentrando en controlar los distritos principales, no el resto del territorio, donde lo que pueda pasar con una coalición nacional alternativa es por completo incierto.
Pero no es ahora el momento de encarar estos problemas, ni va a ser Santilli el que pueda resolverlos. Probablemente para que ni lo intente es, precisamente, que Milei se apuró a sacarlo definitivamente de la órbita de Macri. Aprendió rápido su oficio el Presidente: eso de que “la política no se le da” suena cada vez más como una humorada.



