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    La esfinge colla: Victorino de la Plaza, el presidente del norte

    Por su parquedad, fue bautizado con este apodo un argentino ilustre, poco conocido, cuya vida recorreremos hoy.

    Eduardo  Lazzari
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    Eduardo Lazzari

    04 de octubre 2025, 05:39hs
    Victorino de la Plaza (2 de noviembre de 1840 - 2 de octubre de 1919) fue un abogado, militar y político argentino, Presidente de la Nación Argentina entre el 9 de agosto de 1914 y el 12 de octubre de 1916.  (Foto: Gentileza Eduardo Lazzari)
    Victorino de la Plaza (2 de noviembre de 1840 - 2 de octubre de 1919) fue un abogado, militar y político argentino, Presidente de la Nación Argentina entre el 9 de agosto de 1914 y el 12 de octubre de 1916. (Foto: Gentileza Eduardo Lazzari)
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    El último de los presidentes conservadores fue Victorino de la Plaza, salteño de Payogasta, un pueblito cercano a Cachi, nacido el 2 de noviembre de 1840. Este hecho geográfico lo convierte en el mandatario más norteño de la historia. La temprana muerte de su padre, don José Mariano Roque, lo obligó a colaborar con el sostenimiento del hogar, ayudando a su madre con la venta de empanadas, dulces y jabones que ella misma producía. Fue el primer canillita de su pueblo. Su vocación intelectual quedó manifiesta desde que comenzó a leer y escribir en la escuela pública, lo que lo transformó en un voraz lector.

    Leé también: Las elecciones en la historia argentina

    Recorreremos hoy, si me acompañan, la vida de un argentino ilustre, poco conocido y de tal parquedad de gestos que fue bautizado la “Esfinge Colla”.

    Su formación

    Al comenzar la adolescencia, trabajó como escribiente en un estudio de abogados salteño, donde se formó prácticamente como escribano y procurador, hasta rendir un examen ante el Superior Tribunal de Justicia de Salta, que le otorgó el título de idóneo como notario. Desde entonces sus especialidades fueron la jurisprudencia y la economía política.

    Una idea genial y federal del gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, luego de fundar el Colegio del Uruguay en 1849, fue solicitar a las provincias el envío de sus jóvenes más notables para crear una élite intelectual del país que aún esperaba organizarse. En 1859, desde Salta, llegó Victorino de la Plaza, convertido en alumno y compañero de varios de sus futuros correligionarios políticos, como el tupiceño Eduardo Wilde y el tucumano Julio Argentino Roca, además de muchos que integraron el núcleo provinciano de la Generación del 80.

    Terminados sus estudios secundarios en el aula de Filosofía, el presidente Bartolomé Mitre lo nombró escribiente en la Contaduría General de la Nación.

    En 1865 se incorporó al Ejército que partió hacia el Litoral para enfrentar al Paraguay en la guerra de la Triple Alianza. Participó en varias batallas y fue condecorado por su accionar en Estero Bellaco y Tuyutí, la más sangrienta del conflicto. Llegó a capitán, pero debió retirarse a Buenos Aires debido a un grave problema de salud. Se inscribió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió de abogado y escribano. Se fogueó como hombre de leyes colaborando con Dalmacio Vélez Sársfield en la redacción del Código de Comercio, aprobado por unanimidad por el Congreso Nacional durante la presidencia de Sarmiento.

    El funcionario público y el abogado privado

    Sus conocimientos económicos lo convirtieron en un hombre de consulta permanente, por lo que el presidente Avellaneda lo nombró Procurador del Tesoro en 1874 y, luego, ministro de Hacienda, cargo que lo enfrentó a la primera gran crisis de deuda pública de la República organizada.

    En esos tiempos conoció a su esposa, la porteña Epifanía Ecilia Belvis, con quien no tendría hijos. Quedó viudo muy joven, a los 35 años. Más adelante vivió un romance con su ama de llaves, Emily Henry, madre del único hijo de Victorino, Victoriano. Aunque no lo reconoció legalmente como heredero, convivieron como padre e hijo, un tema aún debatido por los historiadores.

    Inauguración de la Línea A del subterráneo de Buenos Aires en 1913. (Foto: gentileza Eduardo Lazzari)
    Inauguración de la Línea A del subterráneo de Buenos Aires en 1913. (Foto: gentileza Eduardo Lazzari)

    Su compañero de estudios, el presidente Roca, lo nombró ministro de Relaciones Exteriores y luego de Hacienda. Su labor como abogado de las empresas ferroviarias de capital británico lo convirtió en un gran negociador, además de permitirle acumular una interesante fortuna.

    En la crisis de 1890, tras la renuncia de Juárez Celman, el presidente Pellegrini lo designó encargado de la negociación de la deuda con bancos europeos, en tiempos de una cesación de pagos estatal. Su fría y metódica forma de negociar, unida a su capacidad técnica, hizo que la diplomacia inglesa lo considerara su mejor discípulo. Al enfrentar a los banqueros acreedores, comenzó diciendo que era de sumo interés de la Argentina ocuparse “del problema que ellos tenían”. Ante la protesta, contestó que los que no cobraban eran los bancos: si la Argentina no pagaba, el perjuicio era de los acreedores. El mejor alumno se había convertido en el principal adversario.

    Siempre que se opusieron el interés público y sus trabajos privados, De la Plaza privilegió los asuntos nacionales. El arreglo de la deuda externa se firmó años después con gran mejora de plazos e intereses, favorable a la economía argentina.

    Su actitud de permanecer por encima de los conflictos partidarios lo ubicó en un lugar de respeto y consideración general. No se le conocían enemigos ni adversarios políticos, y en los albores del siglo XX ya era legendario su dominio de los gestos. Debido a su rostro indiano y a su capacidad de controlar emociones, lo apodaban familiarmente el “Chino”, y en política, la “Esfinge Colla”.

    Fue diputado en varias ocasiones, aunque pasó largas temporadas en Londres atendiendo intereses económicos de contratantes privados. Volvió a la Cancillería en 1908, nombrado por el presidente José Figueroa Alcorta.

    Su presidencia inesperada

    El buen concepto que inspiraba hizo que su candidatura a la vicepresidencia, acompañando a Roque Sáenz Peña, fuera aceptada mayoritariamente, sobre todo porque equilibraba los aires modernistas de su compañero de fórmula. Llegó a la segunda magistratura con 69 años y se convirtió en eficaz colaborador del presidente, aunque no coincidiera con todos sus lineamientos. Fue uno de los pocos casos de un vicepresidente leal al mandatario.

    Solía caminar por las calles porteñas con su amigo Benito Villanueva, lo que les valió el mote de los “solterones alegres”. Como vicepresidente, inauguró la línea A de subterráneos de Buenos Aires, la primera del mundo en una ciudad de habla hispana, en representación del enfermo Sáenz Peña.

    El deterioro de la salud de Sáenz Peña y su posterior muerte dieron a De la Plaza una relevancia inesperada. Asumió la presidencia el 9 de agosto de 1914, año en el que fallecieron tres presidentes: Sáenz Peña, Roca y Uriburu, un canto del cisne para la Generación del 80. Apenas tres días antes de la muerte de su antecesor, De la Plaza fue testigo del inicio de la Primera Guerra Mundial.

    Su gestión se vio enormemente dificultada por el conflicto bélico. Tuvo que aplicar duras medidas económicas, ya que en esos tiempos los ingresos del Estado dependían del comercio exterior, que se derrumbó como consecuencia de la guerra. Se produjo la mayor deflación (caída de precios) de la historia argentina. Como hecho curioso, la supresión del té vespertino al que tenían derecho los empleados públicos provocó la primera huelga estatal del país. Recién en 1919, Yrigoyen restauraría el beneficio, aunque permitiendo optar por mate cocido.

    A pesar de las dificultades, mantuvo la neutralidad argentina en el conflicto, reclamó por violaciones a ciudadanos y propiedades nacionales y equilibró las cuentas externas. Las embajadas argentinas en Europa se convirtieron en depositarias del oro que los habitantes confiaban a nuestro país: recibieron más depósitos que las oficinas estadounidenses.

    Entre sus logros destacan la inauguración de la Estación Retiro del Ferrocarril Central Argentino (hoy Mitre), el mayor edificio de pasajeros del continente en su época; la apertura de la primera línea ferroviaria electrificada de trocha ancha del mundo; la creación de la Caja de Ahorro Postal y la concreción del tercer censo nacional, que arrojó una cifra impactante: 8 millones de habitantes, frente a los 2 millones de cuarenta años antes. Nunca en la historia universal se registró un incremento poblacional tan grande en tan poco tiempo.

    Leé también: Sarmiento: relatos de una gran presidencia

    Los dirigentes conservadores temían aplicar la ley del voto secreto, obligatorio y universal en las presidenciales. Le propusieron a De la Plaza modificarla, pero él se negó: afirmó haber sido elegido para continuar el plan de Sáenz Peña, aunque no lo compartiera del todo. “Hicimos tan bien las cosas durante tanto tiempo que la gente va a seguir confiando en nosotros”, dijo. No fue así: en 1916 los radicales llegaron al poder con Hipólito Yrigoyen.

    De la Plaza se comportó como un caballero: entregó en la Casa Rosada los atributos del mando a Yrigoyen, a quien conoció ese mismo día, y volvió caminando a su casa de la calle Libertad, de galera y bastón, entre la gente. Dejó el poder a los 75 años, siendo el presidente más longevo hasta entonces.

    Victorino de la Plaza se retira luego de entregar los atributos a Hipólito Yrigoyen. (Foto: gentileza Eduardo Lazzari)
    Victorino de la Plaza se retira luego de entregar los atributos a Hipólito Yrigoyen. (Foto: gentileza Eduardo Lazzari)

    Su retiro, su muerte y los homenajes

    Donó $50.000 a la Universidad de Buenos Aires en agradecimiento por su formación, que le permitió servir al país como funcionario fiel. Sus libros fueron destinados a la Biblioteca Pública de Salta, que hoy lleva su nombre.

    Asistió en Córdoba al homenaje nacional a Vélez Sársfield, uno de sus grandes maestros. Al regresar a Buenos Aires contrajo una pulmonía que lo llevó a la muerte en su casa de la calle Libertad 1230 (hoy sede de la Escuela Nacional de Inteligencia) el 2 de octubre de 1919.

    Su nombre perdura en pueblos y ciudades, calles y avenidas, escuelas y bibliotecas. Como curiosidad, la calle que lo homenajea en Buenos Aires es la antigua pista del Hipódromo Nacional, en las cercanías de la cancha de River Plate, y gira sobre sí misma.

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