En la serie Fundación un régimen extremadamente evolucionado de dominación galáctica logra resolver los problemas de su continuidad en el tiempo a través de una sofisticada combinación de ingeniería genética y aprendizaje acumulativo: los emperadores se clonan, tres de ellos conviven compartiendo experiencias pasadas y nuevos desafíos, y todo ello se sostiene en un mecanismo de acumulación y selección de memorias que controla, finalmente, no quisiera spoilear la historia a nadie, una máquina pensante, el talón de Aquiles del sistema.
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Hacer algo por el estilo sería inaceptable en los sistemas democráticos. Y en los no democráticos, no es factible por restricciones técnicas. Pero muchos sueñan igual con intentarlo.
Puede que algo así haya estado dando vuelta en la cabecita loca de Cristina Kirchner en los últimos años: ¿creyó en serio alguna vez que podía funcionar con Máximo? Difícilmente. ¿Kicillof no era acaso hasta hace poco una alternativa, que seguía las pautas que ella debía desear, y de allí los resquemores históricos entre ambos retoños? Y ahora que está todo podrido con el gobernador bonaerense, ¿no está intentando la señora abrir otra opción, promover un nuevo vástago, más precisamente una, con una de sus costillas más queridas en el conurbano, con la que tal vez espera corregir los errores cometidos en los anteriores intentos? Ahí está al menos Mayra Mendoza a full anotada para iniciar el experimento.
Pero volvamos al fracaso con Kicillof. ¿A qué se debió?, ¿a que él la traicionó, se apuró a abrir su propio boliche al lanzar el MDF?
Hay quienes piensan que el problema que enfrentó el gobernador es que todo fue una farsa, porque Cristina nunca se va a jubilar, nunca pensó en serio en necesitar un reemplazo o sucesor. Y algo de esto seguro hay, porque le pasa a todos en la política argentina: nadie quiere retirarse, los expresidentes menos que menos.
Pero aun tomando en cuenta ese aspecto del problema, es llamativo que la relación entre ambos haya terminado tan mal y tan rápido. Lo que solo puede significar que no se entendieron, o se entendieron, pero al menos alguna de las partes decidió hacer oídos sordos a lo que él otro esperaba o necesitaba.
Con lo que volvemos a la cuestión de si Kicillof se apuró, se diferenció demasiado o demasiado pronto. Y en qué cosas lo hizo.

Hubo al menos dos motivos de tensión desde mucho tiempo atrás, que probablemente se agravaron en estos últimos tiempos. Primero, Kicillof se negó siempre a incorporarse a La Cámpora, entendiendo, con buen criterio, que su posibilidad de crecimiento político se reducía si lo hacía. Pero se ofreció igualmente a actuar, y varias veces lo hizo con buenos resultados, como su mascarón de proa electoral. Segundo, él siempre desempeñó el rol de pantalla “ideológicamente consecuente, pero honesta” de estructuras colusivas, corruptas, en ocasiones mafiosas, con las que nunca tampoco se metió. Y el problema fue que, al lanzar el MDF, esas dos tensiones se deben haber puesto al rojo vivo: porque este movimiento solo podía crecer a costa de otras estructuras territoriales, y La Cámpora era candidata preferida a estar entre los damnificados; y segundo, si pretendía seguir jugando con su ya clásica ambigüedad moral, el kicillofismo iba a traer más problemas al resto, en particular a quienes siempre entendieron su proyecto político adosado a un proyecto o a múltiples proyectos económicos.
Todo esto debe haber influido en empiojar la relación con Cristina, justo cuando su gravitación electoral está más amenazada por su condición de rea de la Justicia. Pero hubo sin duda otros problemas, que tienen que ver no con lo que diferencia a Kicillof de Máximo o de la señora. Sino con lo que tiene en común con ellos: su ADN político e ideológico es idéntico.
Porque en verdad el problema es que nunca Kicillof iba a poder hacer lo que debe hacer todo buen hijo, más un hijo político, con sus padres: traicionar, diferenciarse, romper, alejarse de ellos.
Por eso, aunque prometió Kicillof que iba a entonar nuevas canciones, nunca iba a poder cumplirlo: apenas se ponga a escribir la primera estrofa, se va a escuchar la voz de su madre a través de la suya, y va a estar liquidado.
Es el destino de los clones. Decepcionan a sus dueños si hacen lo que deben hacer, y también si intentan lo que no pueden hacer.

Ahora que, visto así, no es este entonces un problema exclusivo de Kicillof. En verdad es un problema estructural del entero kirchnerismo. De allí que sea por completo prisionero del destino de su jefa, no pueda sino seguir balcuceando el mantra que lo condena, “Cristina eterna”, “Nada sin Cristina”, hasta llegar a su peor versión, “Cristina libre”.
No es fácil evitar estas encerronas en la vida de los partidos. Menos lo ha sido en el caso de los nuestros, dado que no tenemos por costumbre jubilar a los jefes. Miremos sino lo que terminó pasando con Macri y sus dos hijos putativos, unos infames traidores que solo van a tener algún futuro si logran destruir no solo al padre, sino a la familia, al partido.
Pero también es cierto que el peronismo, en su momento, supo lidiar con esto. Atravesó el duelo, mal y tarde, pero lo hizo, con Perón, y se dio una mínima estructura y reglas para administrar la sucesión. Así consagró a Menem, y después destronó a Menem.
El problema con los Kirchner, beneficiarios de ese recambio, es que volvieron también en este aspecto el tiempo para atrás. Lograron que su partido desaprendiera todo lo que había aprendido, durante largo tiempo y con enormes costos. Lo hicieron sobre la inflación, también sobre el ejercicio y la finitud del liderazgo.
¿Le va a costar de nuevo al peronismo, como entre los setenta y los noventa, dos décadas de peleas espantosas y crisis descomunales sacarse de encima a los Kirchner? ¿El país se lo va a tolerar y lo va a estar esperando? Difícil. Lo único seguro es que Kicillof no tiene mucho para aportar a este respecto. Menos todavía si el final de su paso por la gobernación bonaerense es, como todo indica, uno bastante horrible, alimentado tanto desde afuera como desde dentro de sus propias filas.
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Porque, convengamos, ¿quién va a poner una moneda para sostener su administración en los últimos dos años, si sale derrotado de estas legislativas? Claro que el mileismo apuesta a su demolición. Pero los camporistas, los massistas, los intendentes y demás actores internos, ¿no buscarán acaso salvarse por la suya, alejándose lo más posible de él?
Puede que termine yéndole más o menos como a Jorge Macri. Otro aspirante fallido a suceder a su jefe, que fracasó finalmente por el imperio de la genética, más que por algún error puntual que podría haberse evitado.