Máximo Kirchner está empecinado en hacer uso y abuso de los pocos recursos que aún controla: en particular, los sellos de goma y los cargos partidarios. Formalidades que, igual que la repartija de cargos en el Estado, siempre le han servido para ocultar su falta total de carisma, de sintonía afectiva y sensibilidad política.
Este viernes lo dejó ver en el encuentro que reunió al PJ provincial, cuya lapicera aún maneja (tal como su madre, la del PJ nacional, que siempre despreció), con sus fuerzas aliadas, Patria Grande, el Partido Comunista, Nuevo Encuentro y muchos otros por el estilo, para “marcar la cancha” de la interna del peronismo bonaerense. ¿A quién? A Kicillof, quien no dirige ningún partido, solo un “movimiento”, el llamado “Derecho al Futuro”, así que no fue invitado.
Estuvieron presentes varios dirigentes de partidos que participan de ese movimiento y oficiaron de delegados del kicillofismo, con lo cual, Máximo logró que este sector no fuera del todo excluido de su convocatoria, pero sí quedara diluido y disminuido.
¿Va a conseguir el hijísimo, con este tipo de jugarretas, disminuir el peso del kicillofismo en las listas para las próximas elecciones? Difícil, porque como uno de los delegados del gobernador allí presentes explicó, “las listas se discuten en otro lado”.
En esencia, esa discusión requiere que se reúnan los tres actores centrales de este baile, el camporismo, el massismo y el kicillofismo, sin mediadores ni formalidades, y en lo posible sin periodistas ni fotógrafos cerca. Y están obligados a hacerlo, porque todos ellos saben que juntos puede que igual pierdan, pero separados enfrentarían en septiembre una catástrofe de consecuencias probablemente irreversibles en la disputa del poder provincial, que tendría también efectos desastrosos en octubre para todo el peronismo.

Y es este cálculo, y el espanto que en todos ellos genera, el que finalmente le permite a Máximo seguir destilando desprecio y sobreactuando representatividad con formalidades: sabe que Massa y Kicillof van a aguantar sus tonterías y dilaciones, porque al final del día ninguno tendrá otra opción, tarde o temprano tendrán que sentarse a arreglar las cosas y “sellar la unidad”.
Y, lo más importante, al menos los otros dos, Massa y Kicillof, también saben que solo en apariencia o marginalmente la confirmación de la condena a Cristina y su consecuente y muy sonada “centralidad” han cambiado las condiciones a que deberá acomodarse esa “unidad”.
Estas condiciones son básicamente dos.
Primera, más allá de los sellos de goma a que pueda cada tanto apelar Máximo como “sus aliados en el territorio”, y el abuso que haga de su propia “centralidad” como presidente del PJ bonaerense (lo volverá a hacer el 5 de julio, con el Congreso partidario, otro ritual seguramente soporífero e inconducente), Kicillof y el MDF son por lejos el polo hoy más representativo del peronismo provincial.
De los intendentes de esta extracción, por lo menos 42 le responden, mientras que apenas 26, en el mejor de los casos, son leales a la expresidenta y 16, con aún más matices y diferencias, se referencian en el Frente Renovador de Massa.
Así que tarde o temprano Máximo y el camporismo deberán aceptar que sea el gobernador quien tenga la batuta en el armado de las listas que más le interesan, las de legisladores provinciales, porque la segunda parte de su gestión en La Plata no va a ser nada fácil si no tiene un mínimo control de la Legislatura que le permita sortear el asedio, no solo de la oposición (libertarios, macristas, etc.), sino de sus propios “compañeros” de La Cámpora, que en los últimos años no le votaron un solo proyecto sin oponer todo tipo de resistencias, objeciones y condicionamientos.
La segunda condición indica que, a cambio de un eventual reconocimiento de su preeminencia provincial, Kicillof deberá aceptar que camporistas y massistas tengan cierta prioridad en las listas de diputados nacionales. Lo que significará una implícita aceptación de que su “movimiento” es apenas un fenómeno bonaerense, no nacional. Y que su aspiración de reemplazar a quienes vienen conduciendo el peronismo en el país, Cristina y secundariamente Massa, deberá por lo menos postergarse.
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Claro que todo esto, aunque logre funcionar, estará igual agarrado con alfileres. Porque, ¿qué pasa si los massistas y camporistas aceptan que los candidatos de Kicillof encabecen las listas de las ocho secciones en que se elegirán legisladores en septiembre, pero para dejar a su suerte esas listas, quitarles todo apoyo y concentrar sus esfuerzos en los municipios que controlan, o reservarlos para la elección de octubre?
Y ¿qué pasaría si Máximo, o algún figurón camporista que él designe (opción que resultaría mucho más razonable, dados los números que arrojan las encuestas sobre él y sus inminentes problemas judiciales), encabeza en la tercera sección, y son los intendentes kicillofistas de esa sección los que hacen huelga de brazos caídos e indirectamente favorecen su derrota?, ¿o si ese quite de colaboración se da en octubre, cuando los intendentes bonaerenses que se alinean con el MDF bien pueden desinteresarse de una campaña encabezada por sus adversarios internos?

Es el tipo de problemas que surgen cuando la unidad no está sostenida por affectio societatis alguno, ningún diagnóstico ni horizonte compartido, sino apenas un común temor al derrumbe.
Y cuando todas las partes apelan a su “peso”, su “historia”, su “representatividad”, en suma, su “centralidad”, porque nadie conduce, ninguna facción tiene una idea superadora para salir del pozo y todas se niegan confiar en las demás.
Lo que nos lleva al centro del problema: Cristina.
Cada vez que la señora y sus admiradores festejan su “centralidad”, deberían recordar que en su momento, también Jack el Destripador la logró, y no por eso acumuló poder alguno sobre el prójimo, ni siquiera pudo disfrutar de su fama.
Su “centralidad”, más aún en la clave victimista en que está planteada, es más un obstáculo que un recurso para resolver los problemas que enfrenta en estos días el peronismo. Y cuando avance la campaña esto se volverá más visible. Porque Cristina se mete en más y más aprietos mientras empieza a cumplir su condena. Ahora circula la idea de que buscará sostener la atención de su público a través de un canal propio de streaming. Con lo que pasaría de competir con Milei a hacerlo con el Gordo Dan, y dejaría ver lo mucho que se ha degradado su moneda de tanto hacerla circular sin respaldo, al abusar de la fama con cada vez menos poder.
En este contexto, ¿una nueva derrota del kirchnerismo destrabará la renovación del peronismo? No sucedió con ninguna de las siete caídas previas del sector en elecciones nacionales, así que nada asegura que vaya a ser esta vez el caso.
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Y, ¿si se abriera de todos modos un poco más a nuevas figuras e ideas, eso se daría dentro o fuera del partido? Con Cristina abrazada como última tabla de salvación a la presidencia del PJ, es muy poco probable que suceda lo primero. También porque se trata, recordemos, de una organización bastante disminuida. Nunca tuvo tan poca representatividad territorial: solo seis gobernaciones le responden y tiene chances de perder varias de ellas en dos años y no poder compensarlas con victorias en otros lados. Encima, ninguno de sus gobernadores tiene proyección nacional, salvo Kicillof, quien, como hemos visto, si tiene alguna chance de salir bien parado de estas elecciones, será renunciando a trascender los límites de su distrito.
En este marco, el PJ deberá en los próximos días resolver otro asunto complicado: si extiende la campaña “Cristina libre” a la defensa de sus propiedades mal habidas. Va a ser un momento embarazoso, aun para una fuerza que acumula embarazos.