Bajo la consigna “mal día para los mandriles y los econochantas”, el Gobierno celebró esta semana la disminución de la cantidad de pobres en el país que, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), pasaron de ser el 41,7 % en el segundo semestre de 2023 al 38,1 % en igual período del año pasado. Dicho de otra manera: dejaron de sumar 19.600.000 habitantes para ser 17.900.000. O sea que Javier Milei terminó su primer año con 1.700.000 pobres menos.
Los datos confirman que la pobreza sigue golpeando especialmente a los menores. Más de la mitad de los chicos entre 0 y 14 años lo son en el país: 51,9%. Es decir, unos 5,7 millones, aunque hace un año lo eran el 58,4 %. Los indigentes disminuyeron del 11,9 % al 8,2%. Expresado en cantidad de habitantes, de sumar 5,6 millones, bajaron a 3,6 millones, lo que implica que dejaron de serlo 1,8 millones.
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Obviamente, toda disminución de la pobreza -y ni qué decir de la indigencia- es bienvenida. Ahora bien: como el INDEC la mide por los ingresos económicos en los hogares, fue clave para que se produjera la baja, la desaceleración de la inflación, particularmente entre los pobres, así como el fuerte aumento de los planes sociales (la AUH y la Tarjeta Alimentar), especialmente entre los indigentes.
Pero la realidad social del país es más compleja como para dimensionarla solamente por el nivel de ingreso y dejar de lado otras consideraciones como las condiciones en las que viven millones de argentinos, dicen los expertos. “Las mediciones por ingresos son insuficientes para hacer una evaluación”, opina el director del Observatorio de la Deuda Social (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA), Agustín Salvia.

Más aún: para el ODSA, el cotejo entre el tercer trimestre de 2023 y el de 2024 arroja que subió la pobreza multidimensional, que toma en cuenta el porcentaje de personas a las que les resulta imposible acceder a ciertos alimentos, a los medicamentos, a la educación y la salud, a la vez que carece de agua de red o cloacas y debe postergar aspectos que hacen al cuidado personal o arreglos en la casa.
De acuerdo con el sondeo, la pobreza multidimensional tuvo un incremento entre los trimestres consignados del 1,8 %, al pasar del 39,8% en 2023 al 41,6% en 2024. El porcentaje viene creciendo desde 2017, cuando tocó un piso de 26,7%, lo cual revela que desde hace siete años cada vez más personas viven peor, más allá de si tuvieron algún grado de mejora en sus ingresos.
“No puede dejar de tenerse en cuenta que hay mucha gente que no tiene las cuatro comidas y que se alimenta con comestibles de menor poder nutritivo y poco saludables, que no puede comprar medicamentos o, como dijo días pasados un cardenal (el arzobispo de Córdoba, Ángel Rossi) refiriéndose a los jubilados, debe elegir entre la comida o el remedio”, explica Salvia.

Pero no solo la UCA mide la pobreza multidimensional. Si bien no son comparables porque utilizan metodologías diferentes, el Ministerio de Capital Humano que encabeza Sandra Petovello también lo hace. Su último informe, de diciembre, estableció que el 43,6% de la población estaba dentro de los que la abarca, un 1% menos que hace un año.
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Una reciente investigación del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), de los jesuitas, que dirige el padre Rodrigo Zarazaga, y el Centro de Estudios y Diseño de Políticas Públicas FUNDAR expone un dramático cuatro de la situación de los jóvenes entre 16 y 24 años en los barrios populares de la Capital Federal y el gran Buenos Aires.
El estudio -basado en 600 casos y 47 entrevistas en profundidad en puntos nodales de cinco barrios- determinó que la mitad de las familias -en el 43 % la madre es la principal responsable de todo- no tiene las herramientas mínimas para la crianza de sus hijos. “El abandono de los niños en situación de calle -advierte- es el peor resultado posible”.
El 57% de los jóvenes entre 19 y 24 años no terminó la secundaria. El consumo de drogas aparece entre las causas del abandono. El 76% dijeron que tuvieron que salir a trabajar desde niños. Además, el 34% describe a la escuela como aburrida; el 56% como violenta, y el 55% afirma que con frecuencia se suspenden las clases.

Más allá de que los jóvenes creen que la escuela es clave para su progreso y hasta no son pocos los que les gustaría ingresar a la universidad, testimonios de aquellos que lo logran dicen que el nivel de capacitación con el que llegan dista mucho del de sus compañeros. “Yo lloraba porque iba y no entendía nada”, contó una chica.
La mitad de los entrevistados admitió que consume o consumió drogas por tres razones: olvidar las dificultades, obtener ingresos o lograr reconocimiento. Un 43% dijo tener conocidos que la venden. Además, afirmaron que se llegó a un punto en que los transas les preguntan: “Te pago con droga o con plata”.
Todos coinciden en que el consumo suele comenzar a los 13 o 14 años, pero también en que cada vez se inicia a edades más tempranas, con tan solo 9 o 10 años, y que la vida “en la esquina” es “el primer paso que comienza con una cerveza entre amigos y puede terminar en robos y enfrentamientos con la policía”.
El estudio concluye que el 40% de los jóvenes que viven en barrios populares del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) tienen serias dudas de que vayan a ascender en la pirámide social, el 20% considera que sus posibilidades son mínimas y el 40% restante directamente no cree tener futuro y renunció a sus aspiraciones.
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En otras palabras, los jóvenes que están en la pobreza o la indigencia no abrigan la esperanza -o tienen escasas expectativas- de que en algún momento de su vida vayan a dejar de ser pobres, lo que evidenciaría que la movilidad social que caracterizó a la Argentina es parte del pasado.
Está claro que no se le puede demandar a un gobierno que revierta en un año, ni siquiera en cuatro, un deterioro social que lleva décadas. Hace 50 años, el porcentaje de pobres era del 5% y varias cuestiones que hacen a la calidad de vida eran mejores, como la educación pública.
Pero es imprescindible que los gobernantes sean conscientes de que para ello no alcanza con el descenso de la inflación y la mejora en los ingresos, sino que hace falta un abordaje integral de mediano y largo plazo que requerirá de acuerdos multipartidarios y multisectoriales.
¿Es mucho pedir eso en la Argentina de la grieta y las descalificaciones interminables?