La iniciación del ciclo lectivo de cada año es una nueva oportunidad para el debate de todos los temas que tienen que ver con la educación argentina. Desde el sueldo de los maestros hasta las evaluaciones de los alumnos, y desde la disputa entre el sistema público y el sistema privado, más allá que en los documentos se habla de educación pública de distinta gestión, la formación de los niños y los jóvenes a través de la instrucción es un tema presente en la discusión de los temas argentinos.
También, sin duda, el estado de los edificios escolares, que en todo el país superan varias decenas de miles, es un motivo para abordar las virtudes y los defectos de un sistema que es la columna vertebral del futuro nacional. Y desde la historia y la arquitectura, es posible describir la concepción ideológica con que los distintos gobiernos a lo largo de los años para enfrentar el desafío de una educación pública de calidad que abarque a todos los ciudadanos menores de edad, que por ley están obligados a cumplir con el ciclo de curso que culminan al llegar a los 18 años, o deberían hacerlo.
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Vamos hoy a recorrer la historia de los colegios más simbólicos del país y sus edificios, que son mucho más que ladrillos y mampostería, y se han convertido en expresión de las visiones de la educación a lo largo de siglos en la Argentina.
El Colegio Nacional de Monserrat
El Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Montserrat fue fundado en la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía el 1° de agosto de 1687 por el cura Ignacio Duarte y Quirós, quien donó a los jesuitas todo su patrimonio para solventar la institución. Ubicado en la “Manzana Jesuítica”, hoy patrimonio cultural de la humanidad declarado por la Unesco, el Colegio comenzó a funcionar el 10 de abril de 1695 por la autorización de Carlos II, el último rey Habsburgo de España, dada al gobernador cordobés Tomás de Argandoña, en el mismo solar que ocupa actualmente.
La aprobación final llegó con la Cédula Real del 2 de diciembre de 1716, firmada por Felipe V, el primer Borbón. Durante los primeros ochenta años del Convictorio, que como su nombre indica era un internado donde los niños eran considerados “convictos”, fue conducido por los jesuitas, que tenían en Córdoba la sede de la provincia de la Paraquaria, jurisdicción que abarcaba todo el actual territorio argentino, las misiones de Chiquitos en Bolivia y las del Paraguay, junto a todo el sistema de estancias. Al ser expulsados los jesuitas en 1767, la Junta de Temporalidades, órgano que administraba los bienes de los echados, entregó el Colegio a los franciscanos, que lo gobernaron los siguientes cuarenta años.
Convertido en el instituto de enseñanza más prestigioso al sur de Tarija desde la creación del virreinato del Río de la Plata, asistieron a sus aulas 16 firmantes del Acta de la Independencia del 9 de Julio de 1816. Estudiaron también Juan José Passo y Juan José Castelli, integrantes de la Junta de Mayo de 1810. Muchas veces, el relato historiográfico agiganta la influencia de la Universidad de Chuquisaca en los tiempos de la Independencia, en inmerecido desmedro de los institutos educativos de la “Docta”.
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Desde 1807 y por trece años, el Colegio fue entregado al clero secular en la figura del líder revolucionario cordobés deán Gregorio Funes, quien fuera alumno y llegó a ser rector del Convictorio y de la Universidad, modificando notablemente los planes de estudios. Fueron alumnos Dalmacio Vélez Sarsfield, redactor del Código Civil que rigió 140 años, y Mariano Fragueiro, presidente del Congreso Constituyente de 1860.
Al desaparecer el gobierno central luego de la batalla de Cepeda en 1820, el Colegio pasó a depender del gobierno provincial hasta 1854, en uno de los períodos más oscuros de su existencia. Estudia allí por entonces el primer cordobés que llega a la presidencia, Santiago Derqui. Organizada la Nación, el presidente Justo J. de Urquiza lo nacionaliza en 1854, pasando a llamarse Colegio Nacional de Monserrat hasta hoy. Caminaron sus claustros otros tres presidentes argentinos: Nicolás Avellaneda, Miguel Juárez Celman y José Figueroa Alcorta, además del escritor Leopoldo Lugones y Deodoro Roca, el líder de la Reforma Universitaria de 1918. En 1907 se incorporó el Colegio a la Universidad Nacional de Córdoba, la cuarta más antigua de América.
El edificio actual del Monserrat posee construcciones de trescientos años que remiten a los antiguos claustros y con sus pupitres centenarios, junto a sectores modernos remodelados hacia 1928 por el arquitecto Jaime Roca. Como dos curiosidades para estos tiempos que vivimos, recién en 1998 se aceptaron mujeres entre sus alumnos, que habían accedido mucho antes a las cátedras como profesoras, y se sigue imponiendo uniforme para los alumnos.
El Colegio Nacional de Buenos Aires
El Cabildo de Buenos Aires encomendó a los jesuitas la fundación de un colegio en 1654 frente a la plaza mayor. Sin embargo, las clases comenzaron recién en 1661 en un claustro contiguo a la iglesia de San Ignacio, donde se habían trasladado un par de años antes, en la actual esquina de Bolívar y Alsina, en el centro porteño. Hasta la expulsión de 1767 funcionó con cierta regularidad en la “Manzana de las Luces” el colegio de San Ignacio.
En 1772 el gobernador de Buenos Aires, el yucateco Juan José Vértiz, funda el Real Colegio de San Carlos, homenaje al reinante Carlos III de España, el 10 de febrero de ese año, tomando las instalaciones del antiguo establecimiento jesuita. Cuando llegó a virrey, lo convirtió en el Real Convictorio Carolingio el 3 de noviembre de 1783. Estudiaron en él Manuel Belgrano, Cornelio de Saavedra y los dos primeros presidentes argentinos: Bernardino Rivadavia y Vicente López y Planes. Cuando Juan Martín de Pueyrredón, exalumno, fue Director Supremo de las Provincias Unidas, lo refundó como Colegio de la Unión del Sud el 2 de junio de 1816, y asistió a clases por entonces el primer presidente constitucional Urquiza.
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Rivadavia, como ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, reformula la institución en 1823 y lo llama Colegio de Ciencias Morales, invitando a las provincias a enviar jóvenes para su instrucción. Así llegaron a Buenos Aires el tucumano Juan B. Alberdi, el catamarqueño Marco Avellaneda y el sanjuanino Antonino Aberastain. En 1836 el gobernador porteño Juan Manuel de Rosas entrega el mando del Colegio nuevamente a los jesuitas, recientemente llegados al país, los que devuelven al colegio el nombre de San Ignacio, pero a los cinco años el Restaurador los echa acusándolos de conspiradores.
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En 1854 el primer gobernador constitucional de Buenos Aires Pastor Obligado fusiona varias instituciones, creando el Colegio Eclesiástico, Seminario y Estudios Generales, dirigido por el cura Eusebio Agüero, quien sigue al mando cuando el presidente Bartolomé Mitre estatiza el instituto y lo convierte en el Colegio Nacional de Buenos Aires el 14 de marzo de 1863, a través de un decreto que dice: “que uno de los deberes del Gobierno Nacional es fomentar la educación secundaria dándole aplicaciones útiles y variadas, a fin de proporcionar mayores facilidades a la juventud de las Provincias que se dedica a las carreras científicas y literarias…”.
Son los tiempos del legendario rector Amadeo Jacques, quien junto con su antecesor Agüero son los protagonistas de Juvenilia, obra de Miguel Cané que es un delicioso relato de estos nuevos tiempos. Estudiaron los presidentes Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña y Marcelo Torcuato de Alvear. Ricardo Rojas lo bautizó el “Colegio de la Patria”. Hasta el siglo XX sus instalaciones eran las del antiguo claustro jesuita, que comenzó a demolerse en 1906m cuando empiezan las obras del fastuoso edificio que lo cobija hoy, obra del francés Norbert Maillart, declarado monumento histórico nacional en 1942, habiendo sido en 1911 el Colegio incorporado a la Universidad de Buenos Aires. Sólo se conservó un arco del antiguo edificio, donde se ubica un busto del “mejor alumno del Colegio: Manuel Belgrano”.
El Colegio Superior del Uruguay
El 28 de julio de 1849 fue fundado el Colegio del Uruguay, por el gobernador entrerriano Urquiza, en la ciudad de Concepción del Uruguay. Fue el primer colegio laico y gratuito del país. En sólo dos años se construyó un edificio propio, con aires de claustro y vivienda para los alumnos, que llegaron de toda la Confederación a estudiar ya que Urquiza había imitado a Rivadavia e invitó a las provincias a mandar a sus mejores jóvenes.
Desde 1854, el rector Alberto Larroque dio una orientación moderna a los estudios, dividiendo los cursos en: Letras, Mercantil, Ciencias Exactas y Aula Militar. En esa década se convirtió en el colegio más relevante del país, superando a sus dos antecesores: los Nacionales de Monserrat y de Buenos Aires. Cuando pasó a la órbita nacional, el general Urquiza afirmó sobre su creación: “El Colegio del Uruguay es mi heredero”.
Estudiaron en sus aulas, hasta hoy las mismas del edificio original, los presidentes Victorino de la Plaza, Julio Argentino Roca y Arturo Frondizi, dos vicepresidentes, diez gobernadores de provincias y el presidente paraguayo José Félix Estigarribia, además de escritores, científicos y educadores. En su salón de actos recibió el título de bachiller la primera mujer que lo hizo en el país, Teresa Ratto, quien sería luego la quinta médica argentina. Como curiosidad en sus galerías hay un busto de bronce de Roca, que luce siempre su nariz pulida y en la placa conmemorativa brillan la I y la O de Julio, que de lejos parece un 10. Todo alumno del Colegio pasa a saludar al “general”, toca su rostro y roza la placa ya que trae suerte en el rendimiento académico.

Otro notable del Colegio es José B. Zubiaur, primer integrante hispanoamericano del Comité Olímpico Internacional, quien como rector permitió el ingreso de mujeres al establecimiento, mucho antes que en Buenos Aires y que en Córdoba. El edificio, ampliado en 1938 durante la presidencia de un uruguayense, Agustín Pedro Justo, fue declarado monumento histórico nacional en 1942, y la institución transferida a la órbita provincial en 1993, no siguiendo los pasos de sus hermanos mayores nacionales. Con el nuevo milenio, en el año 2000 pasó a depender de la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Hoy su nombre es Colegio Superior del Uruguay “Justo José de Urquiza”.
Joyas de la Argentina
Estas tres instituciones de la educación argentina son la expresión de la relación entre la modernidad y la tradición, entre el orgullo de la pertenencia y la innovación de la universalidad, y merecen ser consideradas como la mejor herencia de los planes educativos argentinos, que a lo largo de dos siglos de vida nacional buscaron un solo objetivo: educar al soberano.