Cuando fue electo, Javier Milei era una incógnita. No se sabía cuán dogmático o pragmático iba a ser como presidente, cuánto de extremismo iban a tener sus políticas concretas, ni siquiera con quiénes pretendería gobernar.
A medida que avanzó con su gestión, durante el año que está concluyendo, pudimos conocerlo mejor, y eso nos permite sacar algunas conclusiones generales sobre su comportamiento, identificar algo así como normas de conducta que guían sus pasos, sino siempre, al menos tendencialmente.
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Las dos leyes de hierro de Milei
Primera ley de hierro mileista: cada vez que le convenga negociar y ceder para avanzar, el Presidente lo va a hacer. Afortunadamente, Milei no es propenso a las batallas inútiles, sabe lo que le conviene, tiene una aguda intuición sobre las mejores vías para construir y conservar el poder, y lo que no sabía, en este corto tiempo transcurrido en la Presidencia ya lo aprendió: ha recorrido sorprendentemente rápido su curva de aprendizaje al respecto.
Y muchos valoran que haya logrado combinar, gracias a esta disposición, la radicalidad de sus iniciativas con cierto cálculo prudencial en sus pasos concretos. Porque pudo así desmentir los temores iniciales por la ingobernabilidad a que nos condenarían un presidente inflexible y un Congreso masivamente opositor.
Y pudo también dejar en el olvido, sin mayor remilgos, sus inviables promesas de dolarización y cierre del Banco Central, así como la inflexibilidad con que encaró en un comienzo el tratamiento legislativo de la Ley Bases, los virulentos conflictos con los gobernadores por la asignación de recursos, y hasta varias crisis diplomáticas con nuestros socios externos, originadas en pruritos ideológicos y ataques personales inconducentes.
Segunda ley de hierro: cada vez que al Presidente le sobre una moneda, gane un mayor grado de libertad y tenga más recursos a su disposición, los invertirá en gobernar más solo, más discrecionalmente, y con mayor influjo de sus preferencias ideológicas extremas.
Esta segunda ley, como es fácil advertir, está en tensión con la primera. Por eso el presidente Milei tiende a funcionar mejor en un contexto de restricciones fuertes. Mientras que cuando tiene más margen para equivocarse, lo usa y se equivoca.
Es lo que estamos viendo sucede con la discusión del Presupuesto 2025: parece haber optado, definitivamente (aunque se dio un par de días más para publicarlo en el Boletín Oficial, puede que para pensarlo mejor, y ojalá lo haga), por no incluir el proyecto en las sesiones extraordinarias, en reacción a lo que considera “exigencias excesivas de los gobernadores”; siendo que lo que estos reclaman para apoyar la ley, al menos según los cálculos que ellos ofrecen, no excedería por mucho un punto del PBI.
Pero si Milei prefiere no sentarse a esa mesa de negociación es no solo por lo que implican esos recursos y él quiere ahorrarse, sino por el beneficio político que espera obtener de presentarse como un presidente que “enfrenta solo la adversidad”, y cuando triunfe, no estará obligado a compartir los laureles con nadie.
Como se ve, gobernar solo, como hizo ya en alguna medida este año, al utilizar el presupuesto de 2023, no es solo fruto de una necesidad, su reacción pragmática ante la escasez de apoyos en las Cámaras, sino el resultado de una preferencia, una apuesta estratégica. A la que piensa dar aire a partir de ahora, porque siente que tiene más apoyo de la sociedad, y logró cierto control de la economía. Usando ese apoyo y este control no para negociar en mejores condiciones con los demás partidos, sino para ignorarlos, dejarlos fuera del juego y borrarlos del mapa.
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Lo que deja bastante en claro que Milei concibe la democracia de modo no muy distinto a como la concebía Cristina Kirchner: como el régimen donde manda el presidente, representando al pueblo, y los demás actores institucionales, o bien colaboran dócilmente con él, o bien son un obstáculo a remover.
Es cierto que él ha hecho profesión de fe republicana, jurando defender la división de poderes. Pero en su concepción de las cosas no hay motivos legítimos para que los demás poderes piensen distinto que él, o defiendan otros intereses. Porque el mundo es binario, está el cielo y el infierno, los buenos y los malos, los libertarios y los “zurdos de mierda”, y si queda alguien en el medio es aún peor que esos zurdos de mierda, gente que quiere confundir y hace aún más daño.
¿Qué augura la aplicación entusiasta de esta ley en el segundo año de mandato de Milei? Ante todo, un Parlamento más penoso y estéril, donde la negociación con los moderados ni siquiera se emprenda, o se frustre más frecuentemente que en 2024, y mileistas y kirchneristas usen las Cámaras como caja de resonancia para chuzarse. Como estamos viendo ya hacen desde ahora, con la edificante controversia de estos días sobre quién ha dado más cobijo y aliento a legisladores corruptos, y quién presenta el proyecto más ridículo para simular que los combate.
El problema que enfrenta Milei al querer aplicar más intensamente su segunda ley de hierro a partir de ahora, gracias a los mayores grados de libertad de que espera disponer, es que los combustibles que ella necesita no evolucionan con la misma lógica.
No solo Milei, sino cualquier presidente democrático que quiera “gobernar solo” va a tener que echar mano a dos surtidores de combustible (y de justificaciones) para alimentar sus planes: polarización y emergencia. Y mientras que la polarización, el libertario la tiene garantizada por bastante tiempo más, gracias a Cristina, de emergencia la va quedando cada vez menos, gracias a él mismo.
De allí que enfrente un problema, que pronto le va a ser imposible ignorar: si no se dio cuenta ya, se le va a hacer evidente bastante pronto que no es lo mismo querer gobernar durante 2025 sin presupuesto que haberlo hecho este año que termina; al asumir nadie o casi nadie le reprochó no haber buscado la aprobación del proyecto que había elaborado Sergio Massa para programar los gastos, ni tampoco que no presentara uno nuevo; pero que se haya negado a siquiera sentarse a negociar su plan de gastos para este año sí va a ser motivo de controversia, y por largo tiempo: probablemente se lo van a recordar cada vez que dicte un decreto ampliatorio del presupuesto 2023, ya dibujadísimo dos años atrás, antes del 600% de inflación que nos cayó encima en ese lapso, imagínense cuán inútil para el tiempo por venir.
Lo que va a agravarse si además designa por decreto a candidatos para la Corte que han sido resistidos en el Congreso. Lo que configuraría una burla a la división de poderes mucho más grave y evidente que la que en su momento cometió Macri en esta misma materia, y que sigue reprochándosele (e incluso él mismo se la reprocha).
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Es cierto que el éxito económico puede actuar como agua bendita sobre casi cualquier error o abuso institucional que escandalice nuestra vida política. Pero tampoco es tan seguro que este tercer combustible le vaya a sobrar.
Milei gobernó hasta aquí una sociedad dominada por el pesimismo, con casi nulas expectativas de crecimiento; que rogaba tan solo porque alguien pusiera mínimo orden y frenara la inflación galopante.
A partir de su segundo año es probable que tenga que lidiar con una bastante distinta, que ya no tolere la inflación residual, todavía muchísimo más alta que la de cualquier país normal, y recupere expectativas y demandas olvidadas durante el último tiempo. Y como él habrá dejado de ser un recién llegado, los déficits se van a empezar a cargar a su cuenta con mucho más encono que hasta ahora.