La historia del arte que, desde sus orígenes incluye la pintura, la escultura y la arquitectura, registra desde la antigüedad hasta la modernidad una escasísima presencia de mujeres dedicadas a las artes plásticas. El arribo de la edad contemporánea, posterior a las revoluciones de los siglos XVII y XVIII: la inglesa hasta 1688, la estadounidense de 1776 y la francesa de 1789, permitió la apertura del arte para la mujer, aunque no sin dificultades. En nuestra historia nacional hay una mujer que marca un antes y un después. Se trata de Lola Mora, una joven pintora a la que un maestro descubrió escultora y se convirtió en una de las más grandes artistas de América y cuyas obras siguen embelleciendo ciudades y museos a ambos lados del Atlántico. Por eso hoy recorreremos su vida de artista genial
El nacimiento y la polémica que duró 150 años
Dolores Candelaria Mora de la Vega nació el 17 de noviembre de 1866, en el hogar formado por el tucumano Romualdo Alejandro Mora y la salteña Regina Vega, en los tiempos de la guerra de la Triple Alianza, que encontró a la Argentina junto al imperio del Brasil y la República Oriental del Uruguay contra el Paraguay. Era presidente del país Bartolomé Mitre. Lola fue la tercera entre siete hermanos y sus padres, que se casaron en la iglesia San Joaquín de las Trancas, vivieron once años en el pueblo salteño de El Tala, aunque sus hijos fueron bautizados en el paraje tucumano. Durante años las provincias norteñas se disputaron la filiación de Lola Mora.
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Finalmente, investigaciones arqueológicas e históricas determinaron el lugar exacto del nacimiento, que quedó ubicado en la provincia de Salta, en un pueblo al que se accede con facilidad desde el Tucumán. Sin embargo, se debe considerar que la escultora siempre se sintió y vivió como tucumana, por lo que es adecuado respetar esa decisión personal. Lo mismo nos ocurre con aquellos patriotas como Guillermo Brown (irlandés) o Domingo Matheu (catalán), entre muchos otras, que a pesar de su lugar de nacimiento, vivieron y se sintieron argentinos para siempre.
Su formación en el país
A los siete años comienza a asistir regularmente a la escuela, donde manifiesta su interés por las artes plásticas. En 1885 mueren sus padres, con dos días de diferencia, lo que cambia brutalmente su paradigma vital cuando no había llegado aún a los veinte años. Dos años más tarde se produce el encuentro que cambiará la perspectiva artística de la joven Dolores y proyectará el arte argentino a la universalidad. Cuando llega a San Miguel del Tucumán el pintor italiano Santiago Falcucci, Lola comienza a tomar clases de pintura y dibujo con él. Con Falcucci se introduce en el neoclasicismo y el romanticismo italiano, dos características que acompañarán como estilos en toda su obra. Eran los tiempos de la pintora Mora.
Su condición de excelente retratista la vincula con la aristocracia tucumana, que le encarga pinturas para la posteridad. De esta manera nace su relación con los círculos del poder político y económico de su provincia, que luego prolongará en Buenos Aires y en Europa. El gobernador de Tucumán le encarga una serie de retratos de todos los gobernadores provinciales desde la sanción de la Constitución Nacional de 1853, trabajo que realiza durante 1894, recibiendo honorarios por cinco mil pesos y extraordinarias críticas por las veinte carbonillas, que hoy se encuentran expuestas en el Museo Histórico Provincial.
Era una celebridad en la provincia para mediados de la década de 1890, viajando a Buenos Aires para gestionar una beca para perfeccionarse en Europa, cosa que logra del gobierno de José Evaristo Uriburu, el primer presidente salteño de la historia. Hay que desmentir sus contactos con el tucumano Julio Argentino Roca, que serán posteriores a su consagración internacional.
Europa la recibe con los brazos abiertos
Siempre enfocada en la pintura, llega a Roma con 30 años y decide tomar clases con el pintor Francesco Michetti, Se instala en la capital italiana comenzado a pertenecer al mundo bohemio del arte europeo de fines del siglo XIX. Será providencial su encuentro con el maestro romano Giulio Monteverde, relacionado con nuestro país por sus trabajos destinados a Buenos Aires: el Cristo Muerto de la capilla del Cementerio de la Recoleta, y la estatua de Giuseppe Mazzini (la primera realizada en el mundo) que está en la plaza Roma de Buenos Aires. Al verla pintar, Monteverde le dice: “No pintas, esculpes”, y la convence de dedicarse exclusivamente a la escultura.
Era animadora de los círculos artísticos de Roma y se consagra al obtener una medalla de oro en una exposición de bellas artes en París gracias a una escultura que era un retrato de sí misma. Para el inicio del siglo XX regresa a la Argentina. Se cuenta que en Italia tuvo un romance con Gabriel D’Annunzzio, de quien se fue alejando cuando él se inclinó por propuestas autoritarias en su país posteriores a la I Guerra Mundial. Recibe en su atelier de la Via Dogali 3, sito en una casona que ella misma había diseñado y construido y aún existe, al rey de Italia Vittorio Emanuelle, y al ex presidente Roca, quien le agradecería muy calurosamente su hospitalidad.
Por esos años participa de un concurso para realizar la escultura de homenaje al jubileo por los sesenta años del reinado de Victoria de Inglaterra, a cumplirse en 1901, con el objeto de ser emplazada en Australia. Lola Mora lo gana y su premio es de un millón de libras esterlinas. Pero la condición para ejecutar el monumento era que abandonara su condición de argentina y se convirtiera en ciudadana inglesa, lo que lleva a la genial escultura a a rechazar el encargo.
Su regreso a la Argentina
Ya en Buenos Aires continúa con la ejecución de una fuente que le había encargado la municipalidad de la capital federal, iniciada en Roma. En 1903, frente a la Casa Rosada se inaugura su obra más célebre: la Fuente de las Nereidas. Es curioso que sea la única mujer que asiste al acto. Quince años después será trasladada a la Costanera Sur, por ser considerada la obra procaz y provocativa. Es contratada por el gobierno argentino para realizar las esculturas de completamiento del Congreso Nacional, por entonces en construcción. Dedica varios años a la realización de las estatuas de los presidentes de las reuniones constituyentes a ser emplazadas en el salón Azul bajo la cúpula del Palacio: Carlos de Alvear por la Asamblea del año XIII; Francisco Narciso de Laprida por el Congreso de 1816; Facundo de Zuviría por el Congreso de 1852 y Mariano Fragueiro por la Convención de 1860. También realiza los conjuntos escultóricos para enmarcar el acceso principal.
Conoce a Luis Hernández, un lejano pariente del autor del poema Martín Fierro, con quien se casa en 1909 y se separa en 1917. Por entonces, participa de la concreción de un invento para proyectar imágenes cinematográficas a la luz del día e invierte en minería y ferrocarriles, siempre sin dejar de esculpir cotidianamente. El matrimonio viaja varias veces a Europa y de esos tiempos son las estatuas de Avellaneda y Alberdi, y el comienzo de su obra magna inconclusa: el Monumento a la Bandera. Entre sus grandes trabajos, siempre tuvo tiempo para ejecutar obras funerarias: tumbas, panteones y lápidas. Los bajorrelieves que engalanan el patio trasero de la Casa de la Independencia en San Miguel del Tucumán constituyen una de sus inspiraciones más ambiciosas y Lola se permitió allí algunos detalles extemporáneos, como la inclusión de su amigo Julio Argentino Roca entre los diputados.
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Es curioso que sus obras del Congreso Nacional hayan sido retiradas por un proyecto de los conservadores, partido al que ella adhería, y repartidas por el país durante la década de 1920: el conjunto principal sobre la calle Entre Ríos fue llevado a los jardines de la casa de gobierno de Jujuy, y las estatuas del salón Azul tuvieron estos destinos: Laprida a San José de Jáchal, Fragueiro a Córdoba, Alvear al pueblo con su nombre y Zuviría a Salta, todos a sus provincias natales. Hay decenas de obras de Lola Mora en el país y varias en Roma, su destino europeo.
Sus últimos años
Ya a fines de los años 1920 muestra signos de extravío mental y se retira del arte. Cae en el olvido de la sociedad y de aquellos que disfrutaron de su compañía y de sus obras. Vive con una de sus hermanas. Recibe una pensión del estado en 1935 y paralizada por un ataque cerebral, se reencuentra con su esposo pocos días antes de morir. Fallece en Buenos Aires el 7 de junio de 1936 a los sesenta y nueve años. Fue sepultada en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, pero debido a la falta de pago de su nicho sepulcral, sus restos fueron depositados en el osario del cementerio porteño de la Chacarita. En 1970, un grupo de investigadores tucumanos recuperaron sus cenizas y las llevaron a San Miguel del Tucumán, donde yacen en el cementerio del Oeste.
Homenajes y revalorización
Una ley nacional fijó el día de su nacimiento como el día del escultor en la República Argentina desde 1998. Por ese tiempo son rescatados los fragmentos de su frustrado Monumento a la Bandera, y son emplazados en un espacio detrás del actual conjunto, en Rosario. De a poco su obra fue revalorizada y hace cinco años, copias de sus esculturas originales destinadas a los pedestales de la escalinata principal del Congreso Nacional fueron ubicadas en dicho lugar. Las originales fueron restauradas y serán destinadas a un museo en su homenaje en San Salvador de Jujuy. Se espera la reposición, aunque sea de copias fieles, de los monumentos retirados del Salón Azul del Congreso.
La embajada argentina en Italia está gestionando hace ya demasiado tiempo la instalación de una placa de mármol en el inmueble ubicado en la casa atelier de Lola Mora en Roma. Su casa natal en El Tala, provincia de Salta, fue declarada monumento histórico nacional. Su retrato había sido incluido en el desarmado Salón de las Mujeres Argentinas en la Casa Rosada, donde también se encuentra en el despacho presidencial el tintero que obsequiara al primer mandatario de la República. Todavía falta ubicar en el lugar justo del olimpo de nuestra cultura a la más grande escultora latinoamericana y una de las personalidades artísticas más originales de nuestra historia.