Estamos siempre frente a misterios, a una cantidad de historias ligadas a lo judicial y policial que se cruzan con la política y donde el mapa de torpezas, chapucerías, olvidos, distracciones e irregularidades es tan grande que uno tiende a pensar que hay una cabeza pensando todo eso. Que hay alguien planificando el caos si es que el caos se puede planificar.
Este viernes vamos a tener la novedad o tal vez no de uno de esos misterios. Vamos a ver si obtenemos información con respecto a algo emblemático: el teléfono de Fernando Sabag Montiel. El “copito” que disparó a la cabeza de la entonces vicepresidenta Cristina Kirchner. Ese celular es el objeto de una cantidad de manipulaciones que uno no puede concebir en la trama de rarezas que rodea a ese intento de asesinato.
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La primera rareza es que ese dispositivo no lo rescata la Policía, en aquella noche en la calle Uruguay y Juncal, a donde había llegado la vicepresidenta. Lo rescatan los militantes de La Cámpora que también detienen a Sabag Montiel.
La custodia policial prácticamente no hizo nada, lo hizo tarde. Resulta que esa noche carecía de jefe porque Diego Carbone, el responsable, no estaba.
Capturaron a Sabag Montiel, raro que no lo hayan linchado, y alguien pisó sobre la vereda el teléfono para que nadie se lo lleve. Primer episodio raro o que puede tener consecuencias. Después sí se hizo cargo la Policía -y funcionarios del gobierno de Cristina Kirchner- y tuvieron ese teléfono hasta las tres de la mañana.
Una vez que el celular llegó al juzgado, de la Dra. María Eugenia Capuchetti que estaba de turno, lo opera un cabo de la Policía Federal, Alejandro Heredia. Que no era de la especialidad tecnológica habilitada para manipular teléfonos, era un cabo de seguridad cibernética, es decir un hombre que anda metido en Internet, probablemente un hacker o un anti-hacker. Pero no era un experto en celulares, por eso cuando lo empieza a manipular, lo bloquea. Raro.
Heredia le entrega el teléfono a la jueza y va a la caja fuerte del juzgado. Y acá es lo que empieza a volverse todavía más raro y es lo que se tratará de dilucidar este viernes en una audiencia de Servini de Cubría, donde tiene que declarar el secretario de la jueza Capuchetti.
Abren la caja fuerte y a las once de la noche de ese día, ya había pasado todo un día y más, ese celular va a la Policía de Seguridad Aeroportuaria para ver si lo pueden desbloquear. Llega en un sobre y lo reciben los oficiales, quienes afirman que el dispositivo “estaba roto”. ¿Dónde se rompió? Misterio. ¿Adentro de la caja fuerte? ¿Alguien lo manipuló ese día? Ese día hicieron un último intento de desbloquearlo y por eso, lo resetearon y lo arruinaron todavía más.
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¿Qué quiere decir todo esto? Que no sabemos lo que había en el teléfono de Sabag Montiel, aunque sí sabemos lo que había en la tarjeta de la memoria, donde había una cantidad de fotos. Pero el material o la información valiosa que había adentro de ese celular, no la tenemos. Sí conocemos los mensajes de él con amigos y cómplices, Brenda Uliarte -su novia-, Nicolás Carrizo -que era el jefe de “la banda de los copitos”-, pero la información clave no está.
Es un enigma policial, judicial pero es un dato de primera magnitud político, porque estamos demasiados acostumbrados a que estas cosas sucedan. Desde hace prácticamente un mes, las fuerzas federales y de Corrientes no pueden encontrar a un chico, Loan. Este 18 de julio se van a cumplir 30 años de que todavía no sabemos a ciencia cierta lo qué pasó en la AMIA. Quiere decir que tenemos un problema gigantesco con la seguridad y la Justicia. Y eso horada la confianza en la democracia y en las instituciones, porque sucede que, a pesar de que nos pueden poner la verdad por delante, ya no la queremos.