Me gustaría que alguien me mostrara una genuina innovación en Milei, ya habían sido todas inventadas, comenzando por su descalificación corrosiva contra la política, la “casta”, antes de que él iniciara su carrera a la Presidencia. Esa descalificación es más antigua que los propios políticos. Pero bueno, políticos hay de todas las clases, parafraseando a Vinicius de Moraes, algunos difíciles y otros fáciles.
Para mí, los fáciles son los que creen que somos tontos. El mecanismo específico de esta convicción es muy sencillo. Consiste en creer que pueden decirnos impunemente cualquier cosa porque nos las creemos. Sobre todo si lo que nos dicen nos gusta, coincide con nuestros deseos o expectativas.
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La cuestión Malvinas
Malvinas es un cantero inagotable de tonterías grandes, medianas y pequeñas proferidas por políticos fáciles. Diana Mondino, otra política tradicional, ya había sido designada ministra de Relaciones Exteriores cuando declaró en Londres (The Daily Telegraph) que los derechos de los malvineses debían ser respetados. Hasta ahí todo bien, ¡qué audacia! Pero no pasaron más que unas horas sin descubrir que se había metido en apuros.
Y aquí viene el punto: hizo nuevas declaraciones que constituyen una solemne tontería. Dio en el clavo, ¿no? ¿Por qué no puede decir estas cosas si subestima a los argentinos? Declaró que se había referido a algo obvio y evidente: ¿no son argentinos los malvinenses? Bueno, entonces tenían los mismos derechos que todos los argentinos. ¿No había que respetarlos?
Este es para mí un ejemplo prístino de subestimarnos. Nos toma por tontos al suponer que no somos capaces de discernir entre la primera y filosa declaración y la segunda, roma, y que vamos a admirar sus entendederas. Delante nuestro se pueden decir las mayores necedades porque de puro necios nos quedamos tranquilos, y hasta aplaudimos, sobre todo si son dichas de un modo enérgico y valeroso, y si se consigue acompañar lo dicho con la gestualidad inteligente del Superagente 86 mejor.
Pero decía que Malvinas es una cantera inagotable donde se puede decir cualquier cosa. El gobierno anterior nos ha proporcionado miles de ejemplos de tonterías del tipo que discuto aquí: está bien decirlas porque creen que los argentinos somos tontos y nos las tragamos. Pero el gobierno anterior es anterior, y Malvinas nos muestra la tradicionalidad del actual, que le ha robado todos los tics en materia de necedad.
El que viene haciendo punta es el presidente Javier Milei. En una entrevista reciente (dada a Alejandro Fantino), Milei declaró estar pensando en la recuperación de Malvinas, aunque por vía diplomática y a largo plazo. En fin. Lo curioso es que se refirió tras su entrevista con la general del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, como si fuera, digamos, la piedra fundamental de la perspectiva de recuperación.
Así, remarcó (y no estoy sacando de contexto): “Mi aliado es Estados Unidos, sean demócratas o republicanos. Y vaya que nos están apoyando. Nos regalaron un Hércules. Lo del otro día fue el acto de soberanía más grande de los últimos 40 años. Porque al ser una base militar en Ushuaia, nos avala el reclamo sobre la Antártida”.
Esta no es una tontería; es un compendio de tonterías que Milei cree que puede decir aunque ignore el valor de verdad que tiene o carece cada componente. Tomando apenas dos, calificar la entrevista en Ushuaia como el acto de soberanía más grande es propio de una megalomanía agravada por el cargo. Y atribuir a una futura base militar, instalada en Ushuaia, estadounidense, argentina o lo que sea, la condición de “puerta de acceso” a la Antártida es tan patético como declarar que nos avala el reclamo.
Sin embargo, Milei presenta todo esto como “parte de la estrategia” de recuperación de las Malvinas. En realidad, y como algo que parece, y es, una repetición eterna, cada gobierno dice lo mismo, que da los primeros pasos –para asombro y admiración de tantos supuestos boludos– porque los anteriores no han hecho nada en una cuestión tan trascendental.
El periodismo
Me parece que podemos encontrar un vínculo entre este tic de la política tradicional y un signo que en estos días se está volviendo más preocupante, que es la agresividad volcada sobre los periodistas.
Atacar a los periodistas puede tener, en el asunto que discutimos aquí, dos sentidos.
- Los periodistas son irritantes porque le hacen más difícil a la política tradicional tomarnos por boludos. No siempre, es verdad, pero con gran frecuencia encienden, tácita o expresamente, luces de advertencia; los buenos periodistas son buenos interlocutores de sus lectores u oyentes.
- El segundo sentido es complementario: que los periodistas no dejen pasar cualquier cosa es un indicador de que también ellos deben estar alertas frente a lectores u oyentes más informados y despiertos. Sinceramente creo que es así, porque la multiplicación de las fuentes de información y análisis puede tener inconvenientes, pero estos son por lejos inferiores a las ventajas.
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Extrañamos a veces un mundo con muchos menos canales por los que fluía la información y en el que esta con enorme frecuencia circulaba formateada según campos ideológicos o filiaciones políticas. Personalmente, no puedo dejar de extrañar ese mundo, como nacido que soy a mediados del siglo XX, pero en la explosión y la pulverización de hoy, hay consecuencias ambiguas que quizás no justifiquen un pesimismo terminante.