El primero en emplear esta alegoría fue un noble ruso, un duque cuyo nombre no recuerdo, perspicaz y culto, durante los años de agonía del zarismo. Aunque muy pocos predecían 1917, ya eran muchos los que sospechaban que una catástrofe podía estar a la vuelta de la esquina. Y sabían que debía hacerse algo para evitarla. El duque, en rueda de amigos, transmitía su sensación de impotencia. “Caballeros, les ruego que imaginen estar viajando en automóvil, en compañía de vuestras madres, por una carretera de cornisa, acomodados en el asiento de atrás como corresponde. Repentinamente, perciben una actitud extraña en el volante que, como poseído, comienza a acelerar más y más, hasta lanzarse a una velocidad de vértigo. Naturalmente, en pocos segundos ustedes están ya extremadamente alarmados. Pero no es esta alarma lo que los paraliza. Los paraliza la virtual imposibilidad de hacer algo. Porque, evidentemente, cualquier intervención resultaría fatal. ¿Qué harían?”.
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La pregunta, por supuesto, no tiene respuesta
El duque y sus amigos pensaban, claro, en Nicolás II. El último zar nada tenía de iracundo: era apacible y de las mejores maneras, no como Milei. Pero era sumamente obstinado, como Milei. Las cosas en las que Milei cree son verdaderamente las que quiere hacer y está determinado a hacer. Milei es el verdadero creyente, que ha sabido construir una oportunidad única para la acción, y no la dejará pasar. Hará lo que sea necesario para poder hacer lo que cree debido; su misión en la Tierra. Desafortunadamente, Milei no es Menem.
Sí, esta es una obviedad, que el lector sabrá disculparme. Pero Milei no tiene la elasticidad de Menem, no tiene el temple (como amablemente me observó Mariana Llanos) de los pilotos de tormenta de los 80. Ojalá yo esté equivocado. Ojalá su rigidez y su intemperancia den vuelta la página para mostrarnos un Milei dispuesto a la negociación y a la composición y más sensato. Lo veo imposible. No sólo porque Milei es como es, sino porque ni siquiera ha comenzado, y para comenzar debe primero construir una posición de fuerza, política e institucional –su único capital, de momento, es él mismo y sus votos (nada más frágil que gobernar desde la exclusiva “voluntad del pueblo”, ese pérfido espejismo).
La del duque ruso es, para mí, la alegoría del triunfo de Milei
La alegoría de la Argentina y de los argentinos, hayamos votado por él o no, embarcados en el automóvil que conduce (fanático del mercado lo conduce, oh paradoja, como si fuera suyo). A mí tampoco me paraliza la alarma, sino el miedo a que yo mismo pueda contribuir, involuntariamente, a empeorar las cosas. Es cierto que Milei ha intentado con algún éxito ampliar su base de sustentación en el seno de la política convencional, en terreno de lo que él denomina la casta. Con personajes variopintos.
Pero este reclutamiento, que va a continuar, no me tranquiliza nada, porque no está enderezado a atemperar sus acciones futuras, a matizar los resultados esperados, a reconfigurar su agenda. Es el precipitado que él necesita para gobernar conforme a sus determinaciones. El león no se va a conformar con una dieta herbívora. Tendremos un presidente imbuido genuinamente de mesianismo y refundacionalismo, conocemos muy bien esa convicción de que se puede cambiar de arriba para bajo la Argentina, a fuerza de voluntad. Pero lo que desespera no son esas lacras absurdas, sino el empeño supremo que Milei está dispuesto a poner en ellas.
Quiero aclarar que me estoy refiriendo a la radicalidad y premura que Milei desea imprimir a su gobierno, no al contenido técnico de sus iniciativas. Él no podrá hacer lo que es materialmente imposible; no podrá dolarizar como no podrá convertir a la Pirámide de Mayo en un camello; pero sí podrá tomar, bajo ese nombre de pila bautismal, dolarización, pésimas decisiones de política económica. No importa; importa sí que su variable de ajuste podrían ser las instituciones del régimen democrático.
Se ha sostenido, no sin tino, que Milei no está contra la democracia. Me permito ser escéptico al respecto. Por dos motivos. Por un lado, porque la ideología (o el ideario) de Milei es la de un totalitarismo de mercado. No es imposible encontrar registros intelectuales, formulaciones conceptuales o propositivas, que puedan ser tachadas de este modo, aunque Milei cite unos cuantos libros, hay muchos más en este registro. Se trata de una concepción política para la que el mercado lo es todo.
Dicho de otro modo, todo lo terrenal debe organizarse según las reglas del mercado, de modo que estas pueden absorber no solamente la competencia entre conglomerados transnacionales (lo que parece bastante razonable, aunque Milei justifica ahora hasta la existencia de monopolios y denuncia como una mitificación a las fallas de mercado). Las reglas del mercado deben cubrir las relaciones entre padres e hijos o de un hombre con su propio cuerpo, pasando por la biomasa de los océanos.
A Milei le es indiferente la democracia
No es chiste que el pensamiento político de Milei se haya forjado en el crisol de Rothbard. Pero creo que es engañoso hablar de anarcocapitalismo en Milei. Parece más bien que va a proceder al modo del viejo comunismo, que creía establecer la dictadura del proletariado para extinguir pronto al Estado. Como se sabe, los comunistas históricos no hicieron nada de eso. El totalitarismo de mercado requiere coerción permanente y omnicomprensiva, no liberalismo político. Será el rayo que no cesa. Por otro lado, si por sus frutos lo conoceréis, por ahora sus frutos son discursivos, y a mi juicio son convincentes: a Milei le es indiferente la democracia. Quien promete “derogar” un artículo de la Constitución Nacional o se considera en condiciones de asumir la Presidencia y por eso, simplemente por ser presidente, lanzar la abrumadora batería legislativa como primer paso de su gobierno, quiebra el pacto democrático y republicano que mal que mal es la base de nuestra convivencia política.
Dejo en manos de los especialistas un examen más fino de los problemas que enfrenta Milei por el hecho de no contar ni con gobernadores ni con bloques parlamentarios que lo secunden; empezaremos a entenderlos cuando el procesamiento legislativo del DNU y la Ley Ómnibus resulte más claro.
Podrá sortearlos, siempre y cuando esté dispuesto a recoger con el criterio menos selectivo posible, y a pagar el precio más alto. Pero es dudoso que esto lo dote de una base sólida de gobernabilidad, porque salir del paso implica algo que no me parece que le resulte aceptable, una desfiguración de sus iniciativas que lo convertiría en una caricatura de sí mismo. Sería una configuración muy inestable, además, significaría que la amenaza de juicio político tanto como la tentación de amordazar el Congreso sobrevolarían su cabeza.
Esto explica, en parte, la extrema urgencia con que Milei encara el comienzo de su gobierno: con una base débil y muy poco tiempo (hasta 2025), teme que si se enreda en el brezal legislativo, corre el riesgo de perder las elecciones de medio término, lo que sería fatal.
Pero Milei tendría otro camino
Aunque lo veo muy improbable, por no decir imposible, me ocuparé de él. Sería intentar la formación de una coalición sociopolítica de largo alcance, liberal conservadora. No pido que sea progresista, pero sí reformista, aunque más no sea un reformismo mínimo que reconstituya al Estado y sus vínculos con la sociedad y ponga en su lugar a los intereses corporativos más crasos.
Liberalismo político plenamente constitucional (¡1994, entiéndase!), solidez fiscal, sistema impositivo asignativamente eficiente y más justo (con impuesto a las ganancias, menos IVA y sin retenciones), escuelas sin vouchers y sin docentes huelguistas, reconversión severa de las promociones industriales, economía mucho más abierta, BC independiente y moneda estable, flexibilización laboral negociada, atención a las política públicas clásicas pero también a las relacionadas con la inclusión social (hasta Pinochet lo hizo), control del orden público en los marcos constitucionales, etc. Dimensiones conservadoras podría haber unas cuantas: énfasis en el orden, distancia con las iniciativas consideradas hoy día progres, política internacional mucho más (hasta un poco demasiado) alineada con Occidente, aproximación al polo de liberalismo de mercado, respeto a los derechos humanos pero tajante distancia oficial con los discursos de derechos humanos, mayor proximidad con las confesiones tradicionales, etc.
Ya no se trataría, para tanto, de un rejunte de recortes políticos prendidos con alfileres y cambalacheos, sino de una coalición sostenible en el tiempo y proponiendo un clivaje político completamente innovador (imagino que esto debería leerse entre líneas). La base sociopolítica central podría estar constituida por los sectores de la economía dinámica, desde el agro hasta la economía del conocimiento. Pero esto significa que Milei efectuaría un despliegue de coraje y de inteligencia de estadista que, a juzgar por lo que los oídos oyen y los ojos ven, debería sacar de una galera.
Sería asombroso; y tendría poco que ver con el amontonamiento que actualmente lo acompaña. La consecuencia obvia es que deberían retirarse a un segundo plano, y hasta a un tercero, muchos de los componentes de su séquito –sería la típica circunstancia de que el equipo que sirve para ganar no sirve para gobernar (el desembarco en Normandía). No debería tener problemas por las mismas razones por las que no los tuvo Perón en 1946: salvo en el caso de unos pocos dirigentes sindicalistas, las adhesiones populares eran enteramente suyas.
Sé que el párrafo anterior es producto de un momento febril. Es más, preferiría que el protagonista de una reformulación de tanta envergadura fuera una coalición del diminuto centro político y legislativo de hoy. Las orientaciones ideológicas no se mezclarían de la misma manera, y el mézclum sería mucho mejor, más sabroso. Todo sea por el bien de la patria (en cualquier caso, yo seré un opositor firme pero más o menos constructivo -por no decir complaciente- de esa coalición conservadora, modernizante y alberdiana en gran medida, cualquiera sea la base que la constituya).
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Pero hay varios problemas. El primero es el liderazgo: no sabemos en la mochila de quién está el bastón de mariscal para encabezar la coalición en cualquiera de sus variantes de centro. El segundo es la confluencia de fuerzas: porque la condición de posibilidad de esta reconfiguración de las fuerzas políticas es que el peronismo se distribuya y no que sea un polo de la misma. Lamentablemente lo que veo más probable es que se profundice la polarización que, por un lado Milei y por otro el kirchnerismo, encuentran de su predilección.
(*) Vicente Palermo es politólogo y ensayista argentino, fundador del Club Político Argentino y ganador del Premio Nacional de Cultura en 2012, en 2019 y del Premio Konex de Platino en 2016.