La vida de los santos, en muchas ocasiones, está destinada a ser contada sólo tomando en cuenta los aspectos vinculados a su condición religiosa, dejando de lado aquellos episodios de esa vida ejemplar para la fe, en el marco de su aspecto secular y en los tiempos anteriores a la vocación que los hace protagonistas del mundo espiritual, convirtiéndose en modelo para los creyentes.
El tránsito de Isabel Flores de Oliva hacia Santa Rosa de Lima es un camino apasionante, inserto en una época de la vida social con gran influencia de la religiosidad, situado en un mundo marcado por el encuentro entre culturas, y sobre todo con las improntas de la frescura de una sociedad nueva, atravesada por las tradiciones. Vale destacar la condición de capital americana del imperio español que le correspondía a la “Ciudad de los Reyes”, inmortalizada incluso en el himno al General San Martín, como la “Lima Gentil”.
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Su vida civil
Isabel Flores de Oliva nació el 20 de abril de 1586 en el barrio del Hospital del Espíritu Santo, en Lima, la capital del Virreinato del Perú, que por entonces ya era sede de un arzobispado, uno de los primeros de América. Su padre era el portorriqueño Gaspar Flores, arcabucero de la guardia del virrey Fernando Torres y Portugal, y su madre la limeña María de Oliva, quienes unidos en matrimonio tuvieron trece hijos. Cuando Isabel era niña, la familia se trasladó al pueblo de Quives, donde don Gaspar asumió como administrador de una mina de plata, una de las tantas que hicieron del Perú uno de los sitios más ricos del mundo.
Allí, durante una visita pastoral del tercer arzobispo de Lima, el leonés Toribio de Mogrovejo en 1597, el tiempo de la confirmación de Isabel, se le impuso el nombre de Rosa, tal como la llamaba su madre, que soñó a su bellísima hija convirtiéndose en una flor. La experiencia de ser testigo del trabajo que los indios soportaban en las minas y su entorno económico y social fueron determinantes en sus opciones de vida. Ya entonces, la joven era muy devota y sobre todo veneraba a Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia Católica y religiosa dominica, dedicándose Rosa a la lectura de las 381 cartas de la mística italiana.
Su vida religiosa
Al regresar a Lima junto a su familia, como consecuencia de la falta de un convento dominico femenino, Rosa se decidió a ingresar en la Tercera Orden de Santo Domingo. Corría el año 1606 y ella sólo tenía veinte años. Es importante destacar que Rosa nunca vivió en un convento, sino que siguió con su familia, colaborando con las tareas domésticas, dedicada a la costura y a las obras de caridad. Su fama comenzó a extenderse por su generosidad y por su condición mística. La gente comenzó a recurrir a su auxilio espiritual, que ella brindaba en un cobertizo ubicado en el fondo de su casa. Montó un hospital cerca de su casa, donde contó con la ayuda de un fraile mulato, Martín de Porres, que llegaría a los altares como el “santo de la escoba”.
Rosa se confesaba siempre con los dominicos, pero mantuvo una relación muy activa con los jesuitas. Se la criticó por su vida ascética, e incluso su madre echaba la culpa a los consejeros espirituales que la visitaban, quienes le sugirieron registrar todas “las mercedes que recibiera de Dios”, notas que terminaron siendo la Escala Espiritual, su obra literaria más conocida. Construyó una ermita en el jardín de su casa y pasaba allí gran cantidad de horas haciendo penitencia, en permanente contemplación, ayunando y practicando disciplinas severas. Es fue el tiempo de sus grandes experiencias místicas. Siempre fue notable la alegría con la que emprendía sus tránsitos espirituales.
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El 26 de marzo de 1617 se celebró su matrimonio (desposorio) espiritual con Cristo. Al poco tiempo se enfermó gravemente y sufrió una hemiplejia, que la llevó a pasar sus últimos días en la casa de su gran benefactor Gonzalo de la Maza, asombrando a todos porque lo había predicho en una revelación el 1° de agosto. Murió el 24 de ese mes y sus funerales fueron multitudinarios, como nunca se habían visto en América hasta entonces. Fue sepultada en el convento dominico de Nuestra Señora del Rosario, el más antiguo de Lima, donde reposa hoy junto a San Martín de Porres.
Primera Santa de América
Inmediatamente a su muerte, el pueblo pidió el inicio del proceso de canonización, con la recepción de testimonios durante dos años y vale recordar que el arzobispo de Lima, el malagueño Bartolomé Lobo Guerrero fue un gran promotor de la causa, un proceso canónico parecido a un juicio civil cuyo objeto es demostrar que la persona juzgada merece estar elevada a los altares. Los inicios del siglo XVII en la capital virreinal eran de mucha devoción y se contaban por decenas los muertos “en fama de santidad”. Sin embargo, Rosa fue la primera, ya que los pobres veneraban privadamente, y a veces en forma pública, lo que provocaba problemas con las autoridades religiosas, que tomaron en cuenta esa devoción popular para solicitar al Papa que la declarara santa.
Luego de cinco décadas, el papa Clemente IX la beatificó en 1668, y al mismo tiempo la declaró Patrona de Lima y del Perú. Tres años después, en 1671 el papa Clemente X la hizo santa, la primera del continente americano, luego de declararla Patrona de América, Filipinas y las Indias Orientales un año antes. Desde ese momento, la devoción por Santa Rosa de Lima se expandió hasta la actualidad. Hay que destacar que tres religiosos que se conocieron entonces se convirtieron en los primeros santos americanos: Rosa, Martín de Porres y Toribio de Mogrovejo.
La tormenta de Santa Rosa
A veces los historiadores debemos hacer un esfuerzo para relatar los hechos dentro de un contexto determinado, que no es un conocimiento común. Europa se debatía a principios del siglo XVII en una lucha por la hegemonía entre Inglaterra, Holanda, España y Francia. Corría el año 1615. Las guerras entre los imperios europeos se daban en todos los escenarios. Los holandeses, que disputaban con los ingleses y los españoles el dominio de los mares, enviaron una flota para atacar el gran puerto militar y comercial de España en el océano Pacífico: el Callao, a poca distancia de la capital del virreinato del Perú, el más grande del mundo. Ante la amenaza, Rosa comenzó a elevar sus plegarias para evitar el ataque holandés, frente a la iglesia limeña de San Jerónimo. Rápidamente comenzó a reunirse una multitud que acompañó los ruegos de la futura santa.
A los cielos Rosa elevaba su oración pidiendo una gran tormenta que desarmara a la flota atacante. Era el 30 de agosto y el invierno es la temporada seca en la costa central peruana. Sin embargo, comenzó a nublarse el cielo y al rato se desató un gigantesco temporal que acabó con los propósitos invasores y llevó tranquilidad a Lima. Este hecho aumentó la fama de santidad y la popularidad de Rosa, que aún no llegaba a los 30 años. Si bien algunos atribuyen a la muerte repentina del capitán de la flotilla holandesa el haber desistido de la invasión, sin duda para quienes creyeron, el poder del cielo fue la causa de la bendición.
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La Patrona de la Independencia Sudamericana
El Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata que se reunió en 1816 en la ciudad de San Miguel del Tucumán no iba a olvidar pedir a los cielos por el éxito del proceso revolucionario.
Según ha dejado para la posteridad la pluma de fray Cayetano Rodríguez, director de “El Redactor del Congreso”, en la sesión del 14 de septiembre de 1816 “el padre Oro hizo moción para que se elija por patrona de la Independencia de la América a la virgen americana Santa Rosa de Lima, ocurriendo al Sumo Pontífice oportunamente por la aprobación y confirmación de dicho patronato y concesión de las gracias y prerrogativas, que como á tal deben corresponderle. Fue apoyada suficientemente esta piadosa moción e inmediatamente sancionada por aclamación” (sic).
Uno de los votantes de la moción de Fray Justo Santamaría de Oro fue el representante santiagueño Pedro de Uriarte, que murió muchos años después, al terminar la celebración de una misa en homenaje a Santa Rosa de Lima, patrona de esa Independencia que él mismo había proclamado, en su iglesia de Loreto, el 30 de agosto de 1839.
La Basílica Nacional de Santa Rosa de Lima
A fines de los años de 1920, María Unzué de Alvear donó un terreno para la construcción de un templo dedicado a la Patrona de América, votivo del XXXII Congreso Eucarístico Internacional, a celebrarse en Buenos Aires. El proyecto del arquitecto Alejandro Christophersen planteaba una monumental iglesia de planta de cruz griega (tan larga como ancha) y la definió en un estilo que llamó románico bizantino.
El 12 de octubre de 1934, aniversario de la llegada de Colón a América, una multitud participó de la bendición de la iglesia, a cargo del cardenal Eugenio Pacelli, enviado por el papa Pío XI al Congreso Eucarístico, el primero que se realizó en el continente sudamericano. La ceremonia fue concelebrada por los arzobispos de Buenos Aires, Santiago Copello (que sería poco tiempo después el primer cardenal hispanoparlante de América cuya biografía está en este artículo); y de Lima, Pedro Farfán, quien trajo desde la capital peruana como obsequio para el nuevo templo reliquias de los santos peruanos Rosa de Lima, Toribio de Mogrovejo y Martín de Porres. Asistió el presidente Agustín P. Justo.
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El 30 de agosto de 1941 la iglesia fue consagrada y elevada a la dignidad de Basílica, hecho que convirtió a Buenos Aires en la segunda diócesis en el mundo por la cantidad de basílicas, sólo superada por Roma. También se le otorgó el título de “Nacional”, que sólo comparte con la Basílica de Luján. Una curiosidad es que la donante, ya convertida en condesa pontificia, tenía un acceso especial sobre la fachada lateral, que por medio de un ascensor la conducía a un disimulado balcón, donde asistía a misa regularmente.
El 18 de enero de 1950 murió doña María Unzué. Ya estaba previsto su entierro en la cripta basilical de Santa Rosa de Lima, pero causó perplejidad saber que un oficial de justicia interrumpió el cortejo fúnebre informando que una antigua disposición municipal prohibía nuevas sepulturas en los templos porteños. Así, la benefactora debió esperar en el Cementerio de la Recoleta cinco años para reposar junto a su esposo, Ángel de Alvear.
Una devoción popular
Es verdad que no siempre la tormenta de Santa Rosa llega a fines de agosto. Quizá se deba al hecho de que el Concilio Vaticano II, en 1965, cambió el día de su celebración al 23 de agosto. Pero la mayoría de los pueblos americanos sigue la costumbre de siempre: conmemorarla el día 30. Rosa de Lima es una de las santas más populares entre los fieles católicos. Decenas de iglesias en la Argentina llevan su advocación. Además de las imágenes presentes en muchas iglesias. Su nombre es el de la capital de la provincia de La Pampa, de la que es patrona. Sin duda, la joven Isabel Flores de Oliva, nuestra Santa Rosa de Lima, es una santa que, además de merecer el cielo, nos obliga a contar todas sus historias.