El miércoles durante su última inauguración de sesiones ordinarias del Congreso, las primeras dos horas de un larguísimo discurso el presidente Alberto Fernández hizo lo que mejor sabe hacer: explicarnos que vivimos en Suecia. La Argentina fue durante esas dos horas un país sin 100 por ciento de inflación, sin 40 por ciento de pobreza y con un nivel de inclusión social que hasta envidiarían los escandinavos.
Después, el Presidente no aguantó más y nos recordó al Alberto Fernández que ya conocemos, con sus ataques a la “opulenta” ciudad de Buenos Aires y los planificados “escraches” con primeros planos reiterados e impertinentes a los dos ministros de la Corte Suprema que aceptaron cumplir con el protocolo para ir a escucharlo educadamente.
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¿Y la oposición?
A veces también parece que cree estar en el Riksdag, el Congreso Real de Estocolmo.
Después de su discurso, los opositores dejaron pasar inadvertidos los pasajes en los que Alberto Fernández aplicó la clásica toma de karate en la que el kirchnerismo tiene cinturón negro. El Presidente advirtió elípticamente que si tocaban alguna de las empresas estatales iba a “arder troya”: “Estamos viendo cómo anticipan un nuevo embate privatizador sobre las empresas públicas precedido de una campaña de desprestigio”, dijo. “Otra vez aparecen los negocios sobre el patrimonio de todos los argentinos y para eso se monta una campaña en contra de nuestras empresas”, anticipó el clásico discurso del “estado presente” ante los privados que “quieren hacer negocios con el patrimonio de todos”.
Queda claro que el Presidente ya da las próximas elecciones por perdidas. Por las dudas, Alberto Fernández dejó el territorio marcado para que el peronismo pueda volver pronto.
El kirchnerismo demostró después de sus cuatro ediciones que no puede gobernar generando progreso: el PBI per cápita de los argentinos hoy tiene el mismo valor nominal en dólares que hace 25 años. En términos reales equivale a un empobrecimiento de su población que no se vio en ningún otro país de la Tierra. Pero si hay algo que demostró saber hacer el peronismo es cómo hacerle la vida imposible al que gobierna cuando está fuera del poder para poder volver.
¿Algún opositor, aparte del economista Javier Milei, explica qué plan tiene para cerrar o privatizar las empresas estatales que generan un agujero fiscal de 5.000 millones de dólares anuales o 1 por ciento del PBI? El expresidente Mauricio Macri se cuadró ante la “amenaza” kirchnerista de que si tocaba las empresas estatales o estatizadas ardería Troya. Prometió solemnemente que intentaría hacerlas rentables sin privatizar nada. Demostró que eso es imposible.
Hoy el expresidente admite en voz baja que hay que privatizar las que sean privatizables y cerrar las que no sirvan. Pero cuando dejó el poder tuvo que admitir que no hizo lo que hoy entiende que debía haber hecho para cambiar el destino de su presidencia porque sentía que “no tenía mandato”.
El concepto de “mandato” es simbólico. El mandato formal a los presidentes se los dan los triunfos electorales que los habilitan a gobernar por cuatro años. Pero el “mandato simbólico” es esa misión no escrita que le dan sus votantes junto al “permiso” tácito que le confiere la oposición para dejarlo cumplir con esa misión.
Ese “mandato”, además de votos, requiere de mucho liderazgo y comunicación.
Reformas estructurales enormes
Será mucho más difícil conseguir el mandato para emprender las enormes reformas estructurales que precisa la Argentina para empezar a salir de su empobrecimiento crónico, si la oposición no sale a “ganarse” ese mandato explicando de entrada todo lo que habría que hacer para lograrlo. Si no lo hace, corre el riesgo de repetir la experiencia de Mauricio Macri.
No hay mejor momento que el año electoral para explicar por qué para frenar la locura económica argentina, el próximo gobierno tiene una tarea titánica por delante para la que va a necesitar un “mandato” simbólico monumental.
Un dato basta para entender: en los últimos 20 años la inflación acumulada argentina llegó a 30.000 por ciento (treinta mil). Un “récord Guiness” en los que no nos supera nadie.
Un ejemplo para entender cómo se llega a semejante desastre: la semana pasada, el Congreso aprobó una nueva moratoria previsional para otorgarles jubilación a casi un millón de personas sin aportes. La oposición se negó a acompañar la iniciativa del gobierno, que consiguió los votos en Diputados gracias a los peronistas “no kirchneristas”.
Los opositores -enfrascados en sus internas sin fin- argumentaron que les dejarían un nuevo agujero fiscal y por eso no acompañaron la “generosa” iniciativa del gobierno.
Una vez más, la oposición “desalmada” quería dejar a cientos de miles de compatriotas sin su jubilación: unos mezquinos estos tipos, según la proyección del oficialismo.
Fue otra oportunidad perdida de la oposición para explicar que el “sistema” argentino fracasó y que hoy solo tiene dos opciones: el “emparche” de pagar jubilaciones sin aportes generando más inflación crónica, o el acto inhumano de dejar a miles de compatriotas sin jubilación.
Con la primera opción -inventar plata- se empobrece a todos los argentinos y se condena al país al atraso crónico con una inflación sin remedio. Con la segunda opción, se condena a millones de compatriotas a terminar sus vidas en una vejez miserable como “castigo” a no haber podido conseguir a lo largo de sus vidas los aportes para jubilarse “en regla”.
Fue otra oportunidad de oro perdida para que la oposición explique que a esta catástrofe humanitaria que es hoy el “sistema” argentino hay que hacerla de nuevo y desde cero.
La Argentina tiene a la mitad de su economía en negro
La población económicamente activa, de 43 por ciento, es bajísima. Un país de 47 millones de habitantes debería tener un millón de Pymes y tiene menos de la mitad. En los últimos 15 años, el único empleo que creció es el estatal y los planes sociales. Y buena parte de los empleados de Pymes está totalmente o parcialmente en negro: no porque los empresarios Pyme sean mala gente, sino porque si tuvieran que operar en blanco con los altísimos costos laborales y los impuestos que cobra el Estado, quebrarían. Se quedarían en la calle el empresario y todos sus empleados, que irían a sumarse a las filas de “planeros”.
Los sistemas previsionales están en crisis en todo el mundo porque la gente vive cada vez más. Pero en la Argentina, a eso se le agrega que solo la mitad de los argentinos en edad de hacerlo aporta al sistema. Para agravar las cosas, el gasto público ya se va todo en pagar empleo público y planes sociales. El kirchnerismo estatizó los fondos privados de jubilación sin un plan para generar un sistema previsional sustentable y a eso le suma moratoria tras moratoria.
Las leyes laborales argentinas, copiadas por Juan Domingo Perón de la Carta del Lavoro de la Italia fascista de Benito Mussolini (que pronto cumple un siglo), espantan a las empresas a contratar mano de obra. El kirchnerismo fue agravando las condiciones todavía más, hasta que tuvieron que inventar más y más planes sociales y dar más y más empleo público para reemplazar a ese mercado laboral directamente “clausurado” por empresarios en pánico por los altos riesgos y costos para conseguir mano de obra: a las jubilaciones estatizadas se le suma el empleo estatizado, más los planes del estado e impuestos tan altos que desalientan toda inversión privada.
Este dislate tiene como resultado lo que está a la vista: la inflación al 100 por ciento anual y 40 por ciento de pobreza que no existieron en la descripción “sueca” del Presidente ante la Asamblea Legislativa.
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Pero reformar ese “sistema” enfermo que tiene como síntoma un esquema previsional inviable requiere de mucha más comunicación por parte de la oposición para generar ese “mandato” para que el peronismo no repita las legendarias ″14 toneladas de piedras” frente al Congreso que contabilizó Mauricio Macri cuando intentó un ínfimo retoque de la fórmula de cálculo de las jubilaciones en diciembre de 2017.
Por el contrario: hoy, cada vez que puede, la oposición recuerda que, con ese método de cálculo que había propuesto el anterior gobierno, ante el brutal aumento de la inflación del nuevo período kirchnerista, “los jubilados estarían mejor”.
Es técnicamente correcto, pero estarían mucho mejor si la oposición aprovechara las oportunidades que le dan a diario las tropelías del gobierno de Alberto Fernández para explicar el plan que ya debería tener para resolver los problemas sistémicos de la Argentina y hacer de este un país algo económica y socialmente sustentable.
Quizás haya que copiar algunas de las cosas que hizo Suecia hace 40 años para dejar atrás su propia inflación y déficit fiscal.