La columna de La Cámpora que se movilizó de la ex ESMA a Plaza de Mayo, por conmemorarse el Día de la Memoria, fue verdaderamente masiva. Miles de personas marcharon junto a los líderes de la agrupación K: Máximo Kirchner, el “Cuervo” Larroque, Mayra Mendoza, Luana Volnovich, Wado de Pedro, entre otros. Hasta Amado Boudou estuvo presente para sacarse una foto con Máximo.
Fue una gran demostración de fuerza, mientras el presidente Alberto Fernández realizaba un acto mucho más discreto en el Centro Cultural de la Ciencia, en el barrio porteño de Palermo. Dada la envergadura de la convocatoria, muchos kirchneristas se envalentonaron: “esta es la representación del pueblo”. Sin embargo, no hay que confundirse: la capacidad para reunir una inmensa cantidad de gente no guarda ninguna relación con el poder institucional y electoral.
Argentina tiene una cultura donde la política se expresa a través de la movilización popular: desde el 25 de mayo de 1810 en adelante que esto es así. Es válido que la adhesión política se manifieste a través de la “calle” (siempre y cuando sea sin violencia, tal como ocurrió este jueves).
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Sin embargo, sentir un mayor empoderamiento por llenar la Plaza de Mayo, con una movilización que encima requirió de una enorme cantidad de financiamiento, representa un engaño. No fue una convocatoria espontánea, por el contrario, La Cámpora movilizó a todo su aparato y una gran cantidad de recursos, de dudosa procedencia.
¿La Cámpora financia este aparato de movilización con fondos públicos?
Bueno sería para la Democracia, la cual dicen defender, que la agrupación K publicara cuáles son sus fuentes de financiamiento, para disipar las sospechas que existen respecto a que el enorme desfile de micros, el escenario y las torres de sonido se pagaron con recursos públicos. Sin transparencia, en vez de mostrar su fortaleza, lo que están haciendo es exhibir su debilidad, porque lo que La Cámpora le está diciendo a la sociedad argentina es que no puede prescindir del Estado.
A su vez, la convocatoria en las calles, por más multitudinaria que esta sea, no garantiza poder institucional, tal como se reflejó en el Congreso: aunque su actitud generó una fuerte agitación, los diputados y senadores de La Cámpora que votaron en contra del acuerdo con el FMI fueron una minoría, que quedó aislada.
Tampoco garantiza capacidad electoral: la izquierda también tiene un gran poder de convocatoria, sin embargo, nunca logró colocar un candidato que sea al menos competitivo en una elección presidencial y cuenta ahora, tras realizar una de las mejores elecciones en su historia, con apenas tres diputados. De hecho, Máximo Kirchner nunca encabezó una lista: probablemente él mismo dude de su competitividad como candidato. En 2019 apenas ocupó el quinto lugar en la lista de diputados.
El hijo de la vicepresidenta cae en el facilismo de afirmar que está con la gente y por eso no visita un estudio de televisión (ni siquiera concurre a los programas políticos afines). Un dirigente político no debería tener miedo a que le hagan preguntas por más incómodas que estas sean. Al contrario, la política implica someterse a los cuestionamientos de los periodistas, de cualquier ideología, nacionales e internacionales.
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Eso es lo que deberían hacer los líderes que se llaman a sí mismos democráticos. Lo que termina haciendo Máximo Kirchner es ocultarse detrás de una columna de militantes. Al margen, bueno sería que la dirigencia subiera la vara de su preparación previa antes de incursionar en la política. Después la sociedad se escandaliza cuando Luana Volnovich incorpora al PAMI a 200 empleados fijos que no tienen ni el secundario completo.
Si el jefe del espacio y diputado nacional (ex)jefe de la bancada apenas terminó el colegio secundario, ¿qué tanto se le puede exigir a los militantes o los empleados públicos?
Todo esto no implica decir que La Cámpora, bajo la conducción de Máximo Kirchner, no ha avanzado en todo este tiempo. Hubo dirigentes de la agrupación que se convirtieron en intendentes, legisladores o alcanzaron otros lugares de mucha trascendencia. De hecho, esta semana un dirigente cercano a La Cámpora desplazó a Antonio Caló de la conducción de la UOM tras casi 20 años.
No hay duda de que cuentan con un poder político significativo. Lo que corresponde es ponerlo en contexto: con lo que han demostrado hasta ahora su pretensión de sentarse en la mesa grande de la política, con el peso suficiente para dirigirla, parece difícil de alcanzar. Una marcha más, por más masiva que haya sido, no cambia nada.