El fenómeno debe ser advertido como de preocupante envergadura. Las empresas internacionales son un pilar significativo en la nueva economía en todos los países que progresan. Por eso la salida de empresas internacionales de la Argentina tiene, además de una faceta económico-productiva, una más integral: las empresas internacionales se han convertido en motores sociales en los países más prósperos.
Generan inversión de calidad y lideran el desarrollo tecnológico, son parte de alianzas innovadoras, crean empleo adecuado a nuevas realidades, lideran cadenas de aprovisionamiento en redes que integran socios, abastecen necesidades de consumidores y clientes más modernos y en muchos casos participan de cadenas internacionales.
Así, según un reporte del European Investment Bank la inversión en investigación y desarrollo se duplicó en el mundo en los últimos quince años; pero casi el 80% de ella es creada por empresas -mientras que el sistema educativo genera alrededor del 10% y los gobiernos menos del 10% del total-. El 90% de la inversión en I&D en el planeta ocurre en las economías más robustas.
La cuestión local
La Argentina padece debilidad en la presencia de inversión internacional de origen externo desde hace un tiempo. Según la UNCTAD el stock de inversión extranjera directa (IED) operando en la Argentina es en 2020 de 85 mil millones de dólares, algo menor que la cifra que se contaba en nuestro país en 2010. En este periodo 2010-2020, el stock de IED operando en la región (mientras no creció en Argentina) creció significativamente en Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú, Uruguay y Paraguay (también creció en todos los países de Centroamérica).
La Argentina muestra en 2020 un stock de IED valuada en dólares que es sustancialmente menor a la de Brasil y México (economías más grandes que la nuestra que exhiben hoy un stock de IED que es 7 veces el que logra la Argentina), y que también es menor que la que logró Chile (con un stock que triplica el argentino) y aun menor que el suman Colombia y Perú (estas últimas tres, economías más pequeñas que la nuestra).
Y como otra cara de la moneda, la Argentina también carece de un número relevante de empresas nacidas en nuestro país que invierten fuera (globalizándose). Así, empresas brasileñas han invertido fuera de su país (hasta 2019 inclusive) 223.000 millones de dólares; una cifra parecida a la que han invertido empresas mexicanas, cifras de ambos que supone más del quíntuple de lo que han invertido fuera del territorio las empresas argentinas (las de Chile -por su parte- lo han hecho en una cifra que es tres veces la que han invertido las argentinas y las de Colombia lo han hecho en un monto 50% mayor que el de las empresas originadas en nuestro país).
Las empresas internacionales son un pilar significativo en la nueva economía en todos los países que progresan.
Como efecto, según el tradicional ranking de América Economía (última versión: datos de 2019) entre las 100 mayores empresas multinacionales latinoamericanas (multilatinas) 28 son mexicanas, también 28 son brasileñas, 20 son chilenas, 11 son colombianas, 6 son peruanas, 6 son argentinas y 1 es panameña.
Qué hacer para cambiar
Corregir la tendencia de la decadencia en la Argentina requerirá muchos cambios. No uno solo. Pero uno de ellos será desactivar los impedimentos que agobian la evolución de empresas virtuosas. Extranjeras entre nosotros y de origen local que se internacionalizan. La inversión genera crecimiento económico, este contribuye a crear mejor empleo y todo mejora la satisfacción de necesidades.
Después de muchos años, con un deficiente ambiente de negocios es natural que contemos con pocas empresas con suficientes atributos competitivos como para crecer con los requisitos que hoy exige el mundo. Pero sin empresas internacionalizadas no habrá progreso.
Hay, pues, un conjunto de mejoras que son requisito para lograr revertir la tendencia. Y consiste en lograr un “cuadrado de condiciones competitivas” que está compuesto por una sana macroeconomía (el ambiente en el que las empresas invierten, se financian, crean, organizan personas y contratan proveedores); un entorno regulativo menos restrictivo y menos intervencionista y más apropiado a una economía ágil, dinámica, innovativa y flexible (propia del cambio tecnológico de la época); una despolitización y consecuente mayor institucionalización del marco de referencia jurídico; y una más profunda vinculación internacional que aliente la inversión y las exportaciones.
(*) Marcelo Elizondo es especialista en economía y negocios internacionales. MBA (Universidad Politecnica, Madrid), Abogado(UBA), Profesor/investigador en ITBA, Chapter argentino de ISPI.