No teníamos plan económico, ahora parece que tampoco tenemos ministro. Alberto lleva consigo a Guzmán en su nuevo paseo mendicante por Europa. Una misión inútil, de un presidente que también se va resignando a la insignificancia, así que es hasta lógico tenga de ladero a un funcionario que ya sabe no va a poder tomar de aquí en más decisión alguna, si ni siquiera lo dejan irse.
Pero la diferencia entre Alberto y Martín es que aquel parece decidido a seguir con su pantomima, hasta el final, mientras que este ha optado por dedicar sus últimos días en el gobierno a algo tal vez más útil, y un poco menos indigno: ventilar algunos trapitos sucios históricos del kirchnerismo. No pudo echar al subsecretario de Energía Eléctrica, tampoco puede influir en la política de subsidios y tarifas, pero al menos puede dejar en claro qué es lo que piensa al respecto.
Convertido así en un comentarista decepcionado y marginado, metió el dedo en la llaga, este viernes, en un acto que compartió con el presidente (en el que lo pusieron al final de la mesa, no fuera a ser que alguien creyera que todavía conserva algún poder en la gestión).
Aunque en verdad lo que Guzmán dijo allí no es nada nuevo: es lo que los expertos en la materia vienen advirtiendo, con números contundentes para probarlo, desde hace al menos 15 años, que el esquema de subsidios que inventó Néstor Kirchner con la excusa de la emergencia y los congelamientos de tarifas, allá por 2003, y que desde entonces no pararon de crecer, hasta que Macri empezó a reducirlos y aumentar consecuentemente el costo de los servicios para los usuarios, son “pro ricos”, no tienen nada de “redistribución social”, al contrario, usan recursos públicos para beneficiar a los que menos los necesitan.
¿Qué se puede inferir de las palabras de Guzmán? Que toda la cantinela con la cual se armó el Frente de Todos, que él venía a detener y revertir un salvaje ajuste instrumentado por insensibles liberales, que habían subido las tarifas a costa del hambre del pueblo, fue un camelo. Porque si los subsidios eran y siguen siendo “pro ricos”, entonces lo que cabe deducir es que la política de tarifas de Macri no lo fue. Tal vez hasta fue “pro pobres”.
Y tal vez lo que debió hacer Macri, ante los resultados de las PASO de 2019, en vez de enojarse y lanzar reproches destemplados a los votantes, era hacerles caso. En particular a los mayormente pobres que habían optado por los candidatos del Frente de Todos. Reponiendo los subsidios y bajando las tarifas. Así volvían a disfrutar de lo que tanto extrañaban.
Resultó también revelador que, cuando le tocó el turno de hablar al presidente, a diferencia de Guzmán, lo usó para insistir en las barrabasadas económicas que suele proferir el kirchnerismo desde hace ya dos décadas (pero ¿qué se puede esperar de un abogado e hijo de un juez?, su fuerte es el Estado de Derecho, cierto): sostuvo Alberto estar azorado porque por más plata que él reparte desde el Estado, no alcanza, culpa de los empresarios que siguen subiendo los precios. ¡Extraordinario!
Expuso así, en forma prístina, que él y su gobierno entienden que la máquina de hacer billetes es la fuente de riqueza, y la economía real la que genera pobreza. Así que adelante, ¡¡más y más Estado es lo que hace falta, y acabar del todo con esos malditos empresarios que no se cansan de producir pobres!!
No cabe duda, Alberto sigue y seguirá tratando de ser reconocido alguna vez como un kirchnerista pura sangre y del todo confiable. Guzmán, en cambio, ha tenido al menos el buen tino de renunciar a esos intentos. Y su exposición del viernes seguramente se sumará a la larga lista de motivos por los que La Cámpora y Cristina lo detestan y desprecian. Lista que encabeza, claro, el problema de la inflación galopante.
Y no deja de ser cierto que, en este punto, el ministro hizo todo mal: trató de quedar bien con el Fondo en vistas a un acuerdo que igual no se alcanzó, porque era imposible alcanzarlo, y disuadió al presidente de ser más duro aún en la atribución de la responsabilidad por la suba de precios a los empresarios, que a esta altura es el único argumento que el oficialismo puede blandir para lavarse las manos e ir a las elecciones con alguna chance.
Pero no hay que olvidar que, más allá de estas inconsistencias del otrora ministro preferido de Alberto, lo que está detrás del rechazo creciente que él despierta en el kirchnerismo duro y puro no son solo sus errores, sino algunos de sus “aciertos”. O mejor dicho, logros que alcanzó un poco por la buena fortuna, y un poco por el modesto esfuerzo que ha hecho por ordenar mínimamente las cuentas públicas: en primer lugar, el hecho de que, gracias a la supersoja, el impuesto a los ricos, la propia inflación y también en alguna medida el ajuste del gasto realizado desde fines del año pasado, la recaudación repuntó y el déficit disminuyó. Pero claro, Guzmán siguió sin entender dónde estaba parado, así que en vez de repartir esa guita para las elecciones, tuvo la loca idea de sentarse sobre la caja, seguir dosificando el gasto durante el resto del año, para no desatender del todo las exigencias del FMI.
Se entiende entonces el tono que han adoptado las críticas hacia él de Axel Kicillof y La Cámpora. Y que, tras cartón de haber abortado el despido del subsecretario de Energía Eléctrica, la juventud maravillosa y su alma mater hayan impulsado un proyecto de ley que obligará a Economía a darle destino electoral a los fondos que recibirá del malvado organismo financiero a quien el ministro insiste en seducir. ¿Qué mejor que usar el dinero del imperio para solventar la campaña de sus enemigos nac and pop? Más gloria y provecho aún para el “proyecto” que convertir el Sheraton en Hospital de Niños.
// Kicillof no pierde oportunidad de empiojar más las cosas
El trato humillante es parte de la nueva etapa que se ha abierto en la interna del oficialismo. A Guzmán le hicieron saber también en estos días que se va a ir no cuando él quiera sino cuando ellos lo dispongan. Y a Alberto le recordaron quién le pagaba el alquiler de su elegante departamento de Puerto Madero hasta el momento en que Cristina decidió que se mudara a Olivos.
Más o menos como decirles que no valen un mango si no es por lo que la señora y sus adeptos deciden hacer con ellos. Que no son más que engranajes reemplazables de una obra que infinitamente los supera. Así que mejor que se ubiquen.
Aunque, por otro lado, tan fáciles de reemplazar no son. Así que el problema va a seguir abierto. De otro modo ya los hubieran sacado, para poner en su lugar a gente que les simpatice más, o que se muestre aún más dócil. Por algo eso no ha sucedido, ni es probable que suceda en los próximos meses.
Kicillof igual sigue tejiendo para hacerse del control de la situación: impulsa a Augusto Costa para reemplazar a Guzmán, y busca por todos los medios abortar los tibios intentos que todavía ensaya Alberto por recuperar cierto tono de moderación. ¿No estará exagerando el gobernador en su capacidad y la de sus amigos de “El Colegio” de timonear en la tormenta? ¿O será que él sí tiene en claro que lo que conviene, visto el peligro cierto de perder las próximas elecciones, es quemar las naves, radicalizar al extremo la lucha política, para que no estén en discusión en la campaña que se viene los muertos que se acumulan, ni las vacunas que faltan, ni los 10 o 15 puntos que perderán los salarios este año frente a la inflación, sino la lucha definitiva contra la “derecha neoliberal y su ajuste salvaje”?
Para los que reclaman y todavía en algún rinconcito de su alma sinceramente esperan que haya un programa de gobierno más o menos razonable después de las elecciones: ese es el único programa que vamos a ver, una suerte de versión marxista del Ruckauf del 2001, tratando de que, si hay incendio, sea uno que queme al fusible que ocupa la Rosada, no a él, ni a la jefa, ni al “proyecto”.