Alta trascendencia tuvo el reciente intercambio entre el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, y el de la Argentina, Alberto Fernández, en ocasión de la reunión de Presidentes del Mercosur. El diálogo (que trascendió más por lo ríspido que por su contenido) en verdad sucede a algunos mensajes que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, había enviado semanas antes y a algunos otros intercambios -de hace unos meses- entre los socios del Mercosur, ocurridos en reuniones de órganos del bloque.
En todos los casos está ocurriendo algo: los gobiernos de Uruguay y Brasil están reclamando reformas en el Mercosur y la Argentina no está adhiriendo a esas propuestas.
Qué reformas quieren ellos y la Argentina, no
Ocurre que el Mercosur es un pacto celebrado entre la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay -hace 30 años- con la finalidad de integrar las economías de los 4 socios (alguna vez se sumó Venezuela pero luego fue suspendida por no cumplir normas del pacto) a través de la reducción de aranceles para el comercio internacional entre ellos. Y ese propósito se cumplió relativamente y hoy empresas de los países miembros comercian y generan alianzas dentro del pacto con más comodidad. Pero ello resultó poco. Y el acuerdo requiere algo más porque la evolución de la globalización exige ampliación de los mercados. Acceso a más países, regiones, continentes.
Hay algo más profundo: cómo funciona ahora la economía mundial.
Las empresas exitosas hoy en el mundo participan de redes internacionales en las que organizaciones productivas aliadas (sin importar en qué países están) innovan, invierten, planifican, producen asociadamente, organizan la comercialización y venden a diversos puntos del globo. La globalización nunca fue tan profunda y hoy es “hexagonal” porque se compone de seis grandes flujos sistémicos: intercambio internacional de bienes; de servicios; de financiamiento productivo; de inversión extrajera directa; de información y datos; y hasta de telemigraciones de trabajadores internacionales en organizaciones globales que interactúan en tiempo real más allá de los países.
Ocurre que el Mercosur, que se pensó para la integración intrabloque, ahora presenta por su antigüedad un obstáculo para el vínculo de empresas hacia fuera del bloque. La evolución hoy reclama más acceso a otros mercados y no se conforma con cuatro vecinos acercados entre sí. Requiere más participación en procesos trasnacionales de producción. Y ello es lo que aparece en la controversia.
La discusión de fondo
Pero hay aquí algo más: amén del hecho puntual referido -ocurrido hace unos días- hay detrás una cuestión más esencial que nos lleva a otra pregunta más profunda. ¿Se comprende acabadamente qué beneficios genera la mayor inserción económica internacional?
Así, es apropiado rescatar algo más relevante en tratamiento: la ampliación de mercados, la apertura comercial, la participación en redes transfronterizas de evolución e innovación económicas y en general la internacionalidad productiva. Todo genera beneficios para los países. Y en esta instancia de la globalización, lo contrario (la cerrazón) atrasa la evolución productiva y consecuentemente la calidad de vida de las poblaciones.
La experiencia muestra que los que más exportan en el mundo son muy exitosos (se observan los más altos ratios de exportaciones en relación con el PBI en Hong Kong, Singapur, Irlanda, Vietnam, Holanda o Bélgica) y aún que los que importan mucho tienen capacidad local de producir mucho y bien (se observan los más altos ratios de importaciones en relación al PBI en Luxemburgo, Irlanda, Bélgica, Vietnam, Holanda o Estonia).
Efectivamente, la evidencia (al contrario de lo que muchos sospechan y por lo que temen para nuestro caso) muestra que la Argentina, siendo uno de los países que menos exporta y menos importa en relación con la dimensión de su economía en Latinoamérica, se perjudica enormemente.
Los 10 beneficios
Lo antes referido se constata si se advierte que la participación en el comercio internacional global a través de exportaciones robustas genera diez beneficios principales:
- Mejora la calidad de lo que se produce (aun para la demanda local) porque la exigencia externa obliga a elevar estándares.
- Se eleva la calidad -y la cantidad- del empleo creado porque las empresas que compiten internacionalmente deben invertir en sus personas
- Se reduce la volatilidad cambiaria porque se accede a dólares comerciales que no son cortoplacistas como los financieros.
- Se alimenta la inversión internacional que se dirige allí donde hay acceso a mercados.
- Se incrementa también la inversión doméstica porque exportar requiere producir más y mejor.
- Se incentiva la maduración de ecosistemas de proveedores locales en cadenas de valor (abastecedores que se benefician por la demanda de los exportadores).
- Se incrementa la recaudación fiscal por los mayores negocios de los exportadores.
- Se aumenta además el producto bruto porque se elevan las exportaciones netas.
- Se permite el fortalecimiento consecuente de muchas empresas que logran mayor escala y benefician así la productividad y competitividad de la economía -además de contagiar espíritu emprendedor y mejorar las expectativas productivas diversificando riesgo de mercados.
- Se facilita -a través de las empresas- la mejora en los niveles promedio de tecnología sistémica y consecuentemente de la cultura productiva y emprendedora.
En esta instancia de la globalización, la cerrazón atrasa la evolución productiva y, consecuentemente, la calidad de vida de las poblaciones.
Es curioso que, a cambio, en la Argentina sospechamos de los beneficios de la internacionalidad. De las exportaciones, de las que muchas veces no se comprenden las citadas ventajas; pero también de las importaciones, que exhiben aportes como el acceso a la tecnología y el conocimiento productivo internacional, la facilitación de la inversión, la contribución a la eficiencia sistémica, la participación en cadenas internacionales de valor, la eventual mayor recaudación por impuestos a la importación y la creación del empleo en los servicios que se desarrollan para permitir que esas importaciones se consumen.
La evidencia muestra una directa relación entre la cerrazón y el atraso, y -al revés- entre la inserción externa y el progreso. Un nuevo consenso al respecto es, pues, requisito.
(*) Marcelo Elizondo es especialista en economía y negocios internacionales. MBA (Universidad Politecnica, Madrid), Abogado(UBA), Profesor/investigador en ITBA, Chapter argentino de ISPI.