Un Teatro Colón a full, copado por jóvenes de 50 y 60 años que vieron pasar una tras otro los mejores versos que escuchan desde hace décadas. El público recibió a Joan Manuel Serrat de pie y con un aplauso cerrado, que amedrentaba en la maravillosa acústica del Teatro.
El Nano, que no debutaba en esa sala, igual arrancó respetuoso, casi sin hablar, afinado y preciso. Pasaron varias canciones hasta que empezó a intercalar sus bocadillos simpáticos y sus chistes, agradecidos con las risas de todo el Teatro.
Los primeros acorde de "Se equivocó la paloma" dejaron claro de qué iba el show, que repasó las canciones más entrañables que compuso Serrat -Mi niñez, De Cartón Piedra, Barquito de papel, Penépole-, los versos de José Hernández de Las abarcas desiertas, o su acento catalán en Pare y Paraules D´Amor.
Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas...
El maestro Joan Albert Amargós, a cargo de la Orquesta Sinfónica del Teatro Colón y autor de los arreglos sinfónicos, también fue ovacionado y aplaudido de pie, al igual que el primer violín Elías Gurevich. Sí, el concertino se destacó todo el show y la rompió en "Bendita Música".
Apoyó el arco suavemente entre las cuerdas y atacó con toda naturalidad, MI, FA, MI, RE, DO, RE, MI, FA... y uno por uno desgranó cada pasaje con preciso y afilado bisturí FA, SOL, FA, MI, RE, DO, RE, MI...
La perla de la noche fue Elena Roger, bellísima y con una tremenda panzota: "está muy preñada", dijo Serrat al presentarla como una "gran amiga". Su increíble voz se sumó a "Es caprichoso el azar" y, una vez más, hizo poner de pie a plateas, palcos y cazuelas.
Cantares, Mediterráneo y Fiesta ya habían sido los momentos culminantes, pero en el bis, con La Saeta, el Nano demostró que aún puede acomodar la voz en lo más alto.
Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual.
La gente pedía más. "Las ganas no son proporcionales a las posibilidades", trató de explicar al públlico. (Y si, no se puede improvisar con un orquesta sinfónica, muchachos). Ya nos había dado dos horas, sin interrupciones, de un show magnífico...
Entonces llegó la frutilla del postre: "No hago otra cosa que pensar en tí", sin orquesta pero con piano a cuatro manos. Amargós se sumó al gran Ricard Miralles y encantaron en el cierre con una "pirueta" divertida y sólida.
No hago otra cosa que pensar en ti y nada me gusta mas que a ser canciones, pero y las musas han pasao de mi, andarán de vacaciones.
Para los que van hoy, lleven pañuelo y no abusen del rimmel. No hay manera de no conmoverse en algún momento de un espectáculo puro sentimiento con un marco majestuoso como el Colón.