Una charla reciente por videollamada con el compositor Jorge Drexler se convirtió rápidamente en una lección de música sobre cómo un ritmo puede trascender continentes y culturas. Desde el estudio de su casa en Madrid, con guitarras en el suelo y libros y fotografías familiares en sus estantes, Drexler se adentró en los ritmos cruzados de una soleá por bulerías, el ritmo flamenco que subyace en la canción que da título a su nuevo álbum, “Tinta y Tiempo”.
“Tinta y Tiempo”, que sale a la venta el viernes, es el decimocuarto álbum de estudio de Drexler en sus 30 años de carrera discográfica, repleto de canciones cargadas de riqueza poética y construidas de manera ingeniosa, tocadas con amable sobriedad. Drexler ha ganado varios premios Grammy Latino y ha colaborado con Shakira, Caetano Veloso, Mon Laferte, Carlinhos Brown y Julieta Venegas, entre sus muchos colegas del ámbito musical que él prefiere llamar Iberoamérica: los lugares donde se habla español y portugués (no latín).
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Mientras golpeaba un tambor marroquí de cerámica de dos cabezas —un souvenir para turistas— y luego rasgaba su guitarra, Drexler explicó que los patrones de tres contra dos de la soleá interactúan “como el sol y la luna”, y mostró cómo la soleá se asemeja a una versión de doble tiempo de la zamba argentina, el ritmo que Drexler utilizó para “Al otro lado del río”, la canción que le valió un premio de la Academia en 2004, por la película “Los diarios de motocicleta”.
“Adonde voy, veo esas conexiones. Veo que esos ritmos se conectan desde el flamenco hasta Argentina, pasando por las culturas prehispánicas y África”, explicó. “Llevamos practicando la globalización 500 años antes de que se inventara como palabra. Y eso es un gran laboratorio, uno muy importante, un laboratorio contemporáneo de la interacción de las culturas”.
Drexler, de 57 años, tiene más experiencia real de laboratorio que la mayoría de los compositores. En Uruguay, donde nació, se licenció en medicina y ejerció como otorrinolaringólogo (especialista en oído, nariz y garganta). Se había criado tocando el piano y la guitarra, relató, pero “tarde mucho tiempo en alcanzar la madurez”.
Empezó a escribir canciones en serio cuando tenía 25 años, y publicó su primer álbum, “La luz que sabe robar”, en Uruguay en 1992. Animado por compositores en España, se mudó allí en 1995 y siguió grabando discos, obteniendo nominaciones continuas a los Grammy y ampliando su público cada vez más por todo el continente americano.
“Yo era un pésimo vendedor de discos”, relató alegremente. “Desde el punto de vista de la industria, era un completo fracaso. Era tan feliz que no me importaba”.
Mientras construía su carrera musical, Drexler se preguntaba por qué había perdido el tiempo en la facultad de medicina. “Y entonces, años después, empecé a darme cuenta de que había algo en mi forma de ver las cosas que era extraño, o mío. Me di cuenta de que miraba las relaciones humanas desde el lado biológico o científico, y empecé a unirlas dentro de las canciones”.
En algún momento, se dio cuenta de que “no es una carga. Es una identidad”.
En álbumes anteriores, Drexler ha cantado sobre migraciones masivas y universos paralelos. “Tinta y tiempo” comienza con la elaborada orquestación de “El plan maestro”. La canción imagina el momento evolutivo en que un organismo unicelular se cansó de dividirse solo y decidió compartir su ADN con otra célula: el comienzo de la reproducción sexual y, finalmente, del amor. El tema se abre con un contrafagot que toca la nota más baja de la orquesta y sube como la espuma. “Quería tener esa sensación del magma original donde se creó la vida”, aseguró Drexler.
A mitad de la canción, se une a Drexler uno de sus ídolos, el compositor panameño Rubén Blades; el ritmo cambia a un canto de mejorana panameño y Blades canta una décima —una forma de composición española de diez versos, centenaria y tan bien estructurada como un soneto— escrita por la prima de Drexler, Alejandra Melfo, una física.
Drexler suele construir sus álbumes en torno a conceptos. Su disco de 2014, “Bailar en la cueva”, surgió de su estancia en Colombia, donde absorbió estilos regionales y adoptó ritmos de baile. Para “Salvavidas de hielo” su disco de 2017, se fue a México, pero acabó grabando todo el disco con tan solo su guitarra y su voz, incluso creó partes de la percusión con golpeteos de su guitarra. “Salvavidas de hielo” ganó el Grammy Latino al mejor álbum de cantautor del año, y “Telefonía”, una canción que celebra las telecomunicaciones —”Bendita cada onda, cada cable/Bendita radiación de las antenas”— fue nombrada grabación y canción del año.
Si “Salvavidas de hielo” fue austero, “Tinta y tiempo” es fastuoso y variado. Contiene caprichosos arreglos orquestales, ágiles bandas de estudio, colaboradores internacionales y magia digital.
Después de grabar en Colombia y México, Drexler había considerado la posibilidad de visitar otro país para hacer su próximo álbum. Sin embargo, los confinamientos por el coronavirus lo enviaron a casa a vivir un aislamiento inesperado. Siempre había pensado que su carrera estaba dividida entre los polos de la actuación pública y la composición privada, solitaria y obsesiva. Pero no fue hasta la pandemia que se dio cuenta de que se había acostumbrado a probar sus canciones con la familia y los amigos, por lo que dejaba sus nuevas melodías un tanto inacabadas para ver qué pasaba cuando las tocaba para otros.
“Soy muy perezoso, así que me acostumbré a dejar el veinte por ciento de la canción sin terminar”, comentó. “Sin ese veinte por ciento, las canciones se deshacían al cabo de dos o tres días”.
Al estar solo, en los primeros meses de la pandemia, nada de lo que escribía le gustaba; solo pudo darse cuenta del potencial de las canciones cuando volvió a reunir a algunos oyentes. La canción “Tinta y tiempo” trata del escurridizo proceso de escribir canciones: “Nunca sé por qué ni cuándo”, canta. “No domino esa voz”.
Escribir canciones es algo en lo que Drexler ha pensado mucho. “La escritura de canciones es flexible, diversa, y se puede abordar desde enfoques muy diferentes”, afirmó. “Funciona con dos lenguajes: un lenguaje abstracto como la música y un lenguaje simbólico y conceptual de palabras. Pienso en el origen del lenguaje y en la relación que este tenía originalmente con la melodía. Las lenguas más primitivas utilizan menos palabras y más inflexiones. Cuando completo un formulario y digo que soy músico, es mentira. No soy músico y tampoco soy poeta. Soy un cancionista, un escritor de canciones, y eso tiene su origen en algo que viene incluso antes del lenguaje hablado”.