El 10 de mayo de 1940, Bélgica se vio obligada a defenderse del ejército alemán a pesar de haberse declaro neutral. En solo 18 días, el rey Leopoldo III debió rendirse mientras las tropas francesas retrocedían y los británicos escapaban por Dunkerque.
Antes de seguir perdiendo vidas innecesariamente, el rey declaró solemnemente: “La historia contará que el ejército belga ha cumplido con su misión. El honor ha sido puesto a salvo”.
Sin embargo, ni los franceses ni los ingleses opinaban lo mismo. El ministro David Lloyd George sostenía que había que remontarse en los anales de la historia para hallar “otro ejemplo de perfidia y cobardía como la perpetrada por el rey de los belgas”. Su sucesor, sir Winston Churchill, en su discurso del 4 de junio, había declarado: “Sin previa consulta y sin advertirnos, sin el consejo de sus ministros y actuando solo, Leopoldo III envío a un ministro plenipotenciario al alto mando alemán, rindió su ejército y expuso nuestro flanco, obligándonos a retroceder”.
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¿Honor o cobardía en la actitud de Leopoldo III de Bélgica?
En realidad, las cosas no fueron tan así… y Churchill lo sabía. Tanto Francia como Inglaterra habían sido advertidas sobre el inminente colapso del ejército belga que, por pretender mantenerse neutral en los años después de la guerra del 14, no estaba preparado para luchar contra la aceitada maquinaria bélica nazi y su blitzkrieg.
El general belga Raoul Van Overstraeten había hablado personalmente con las autoridades francesas. “Nuestro frente se está rompiendo como una cuerda”.
A pesar de contar con casi 600.000 combatientes, Bélgica solo tenía 16 carros de asalto y la mayor parte de su aviación había sido destruida por un sorpresivo ataque de la Luftwaffe ese mismo 10 de mayo.
La abrupta invasión alemana provocó pánico en los belgas. Casi la cuarta parte de los 8 millones de habitantes intentó fugarse hacia Francia bloqueando los caminos por los que avanzaban las tropas francoinglesas. Tras 18 días de lucha, 6000 muertos y 15.000 heridos, los belgas se rindieron incondicionalmente y Leopoldo III fue tomado prisionero, al mismo tiempo que 125.000 soldados belgas huían hacia Inglaterra por Dunkerque. En Londres, se estableció un gobierno belga en el exilio, sin la participación de la monarquía.
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La capitulación del rey del Bélgica, como hemos visto, fue ferozmente criticada por los aliados, Paul Reynaud, el primer ministro francés, dijo que la decisión del rey era “un evento sin precedentes históricos”.
Leopoldo siguió ocupando un lugar de privilegio en su país. Se acuñaron monedas con su efigie y hasta tuvo una entrevista con Adolf Hitler a quien pidió que librase a los prisioneros belgas (sin mucho éxito).
Otro acto que le aparejó una serie de críticas fue contraer enlace con Lilian Baels (había quedado viudo de la princesa Astrid de Suecia) durante su cautiverio. A diferencia del rey de Noruega, Haakon VII y la reina Guillermina de Holanda que presidian gobiernos desde el exilio instando a la resistencia, Leopoldo III gozó de un dorado cautiverio, aunque, periódicamente, hacia elípticos proclamas para la liberación del país y su rey.
En Bélgica, hubo grupos que ayudaron a los invasores y hasta hubo belgas incorporados a las fuerzas de la SS, pero también existió una fuerte resistencia que fue severamente reprimida.
Finalizada la contienda, la posición de Leopoldo quedó muy comprometida. Los círculos políticos lo acusaban de incapacidad para reinar y su hermano Carlos fue nombrado regente. Todos los partidos políticos lo acusaban de no haber huido del país para presidir un gobierno desde el exilio. Por esta complicada situación, Leopoldo se instaló en Suiza pero sin abdicar.
El Parlamento belga inició una investigación sobre las conductas del rey desde la rendición en adelante pero sin poder acreditar una deslealtad.
En 1950, una consulta popular determinó un apoyo del 58% a favor del retorno del monarca, aunque los grupos opositores ocasionaron graves altercados con muertos en la zona de Valonia (zona que más activamente había apoyado al nazismo). El 16 de julio de 1951, Leopoldo abdicó en favor de su hijo Balduino. Sin embargo continuó viviendo en el palacio real belga hasta su muerte.
Por su lado, tanto Francia como, especialmente Inglaterra, continuaron acusándolo de haber ofrecido una débil resistencia al avance nazi. Winston Churchill estaba a la cabeza de esta posición tal como lo refleja en su historia de la Segunda Guerra Mundial. En una oportunidad, el archiduque Otto von Habsburg tuvo una reunión con el entonces exprimer ministro y su hijo Randolph.
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Von Habsburg le explicó con lujo de detalles el esfuerzo del ejército belga, su determinación y su coraje ante el imparable avance alemán y que la derrota incondicional era el único camino honroso, que Leopoldo había anunciado con la debida antelación.
Churchill lo escuchó detenidamente, le dio una larga pitada a su infaltable puro y a través de girones de humo miró a su interlocutor: “Usted no debe olvidar que la historia de un período está determinada por el mejor autor que la escribe y soy yo y seré ese autor. Por lo tanto, lo que escribo deberá ser aceptado como la verdad”. Sin más le estrechó la mano a su interlocutor y abandonó la habitación.
En el actual conflicto entre Rusia y Ucrania se está escribiendo una historia y en estos tiempos de exceso comunicacional, aún sigue teniendo vigencia la célebre frase de Esquilo: “La verdad es la primera víctima de la guerra”.
¿Quién será el el mejor autor que la escriba? Aún no se ha secado la tinta del prólogo...
(*) Omar López Mato es médico e investigador de la historia y el arte.