El pequeño local de la bombonería “A los Holandeses” sobrevivió al paso del tiempo y a las diferentes crisis que atravesó Argentina. Está ubicado en pleno centro porteño, sobre la Avenida de Mayo y fue fundado en 1938. Así, la tienda lleva más de ochenta años con su variada oferta de chocolates y confituras.
El origen del nombre del local se remonta a un homenaje que sus fundadores, una familia judía de origen polaco, decidieron hacer a los Países Bajos. Según se cuenta, llegaron a Buenos Aires escapando de la persecución Nazi y eligieron ese nombre como una forma de agradecimiento, ya que los Países Bajos se habían declarado neutrales en el inicio de la Segunda Guerra Mundial y había sido su refugio antes de cruzar el océano Atlántico.
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La bombonería clásica del centro porteño
Así, se inauguró una bombonería en el mismo lugar donde anteriormente había funcionado un bar automático, un tipo de establecimiento muy popular en la época. La tienda cambió de manos en 1942, cuando el asturiano Avelino Álvarez adquirió el fondo de comercio y se puso al frente del negocio. Su pasión por la repostería y el chocolate lo impulsó a mantener el nombre original, como un gesto hacia sus predecesores y una forma de conservar la historia del local.
Avelino, que había trabajado durante años en panaderías y confiterías de Mar del Plata, se volcó a su nuevo emprendimiento con entusiasmo. La calidad de sus productos, que siempre priorizó con una rigurosidad extrema, pronto atrajo a los vecinos y a los paseantes de la avenida.
“A los Holandeses” se convirtió en un punto de referencia para quienes buscaban regalar o disfrutar de una caja de bombones. . Con el tiempo, la bombonería amplió su oferta e incorporó sabores y especialidades nuevas, pero sin dejar de lado sus clásicos, como los bombones rellenos de dulce de leche, las frutas confitadas y los “Cubanitos”, que se volvieron uno de sus emblemas.
“A los holandeses”, congelado en el tiempo
La tienda, con su piso de mosaicos originales, sus empapelados floreados y la singular escalera caracol de hierro, remite a un Buenos Aires congelada a principios del siglo XX. Incluso las carameleras y vitrinas, repletas de chocolates y confituras de todos los colores y formas, evocan la nostalgia de las confiterías y almacenes de otra época.
El interior de la bombonería es un recorrido por su propia historia: en el mostrador se exhiben bombones de estilo suizo, higos con dulce de leche, naranjitas y figuras de chocolate de lo más variadas, desde pelotas de fútbol hasta herramientas de trabajo. En épocas de Pascua, la tienda se llena de huevos de chocolate decorados artesanalmente, y para San Valentín, el Día de la Madre o Navidad, siempre hay una sorpresa nueva que combina tradición con creatividad.
Pero no solo los sabores fueron los protagonistas de la bombonería. También lo fueron los recuerdos y las historias de quienes la visitaron. A lo largo de los años, por “A los Holandeses” pasaron pasado tres generaciones de clientes: aquellos que alguna vez se acercaron para comprar un regalo o degustar un dulce, y que luego volvieron acompañados de sus hijos y sus nietos.
Durante su tiempo como Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, solía caminar por la Avenida de Mayo, y en más de una ocasión se acercó a “A los Holandeses” para llevarse algunas de sus delicias. Los chocolates rellenos de dulce de leche eran su debilidad
Hoy en día, a pesar de los desafíos que implica el contexto económico actual y la transformación del centro porteño, “A los Holandeses” sigue adelante. Sus dueños, fieles a la tradición de calidad y buen gusto, buscan innovar y mantener viva la esencia del negocio.
Para ellos, el chocolate es mucho más que un simple dulce: es una forma de hacer historia y dejar una huella en el paladar y en la memoria de quienes, desde hace más de ochenta años, eligen cruzar la puerta de este rincón dulce de Buenos Aires.