En la vasta llanura patagónica, el Fuerte de Carmen de Patagones se destaca no solo como un sitio histórico, sino como un emblema de la evolución política y social de la región.
Fundado en 1785, se convirtió en la sede de la Comandancia de Patagones, una jurisdicción que buscaba ejercer soberanía sobre la vasta Patagonia, desde el Virreinato del Río de la Plata hasta la actual Argentina.
Durante casi un siglo, entre 1779 y 1878, Viedma y Carmen de Patagones compartieron una unidad política que incluyó la administración de la Comandancia. Inicialmente parte del Virreinato del Río de la Plata, la Comandancia se convirtió en una pieza clave en la administración territorial argentina tras la Revolución de Mayo en 1810.
La región pasó a ser gestionada por los realistas hasta 1814, cuando se incorporó a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, la historia del Fuerte de Carmen de Patagones no estuvo exenta de conflictos. De 1812 a 1817, se sucedieron varias sublevaciones realistas contra la Junta de Gobierno de Buenos Aires, hasta la derrota definitiva en diciembre de 1817.
El fuerte de Patagones, hito turístico y cultural
En 1820, tras la autonomía de Buenos Aires, Patagones se integró a su jurisdicción y se convirtió en un centro estratégico durante la guerra con Brasil, destacándose en la Batalla de Carmen de Patagones de 1827.
La Comandancia también tuvo un papel significativo en las relaciones con los grupos indígenas. El Tratado de Paz de 1863 con el cacique Valentín Sayhueque permitió una libre comercialización en la región, aunque con la exigencia de fidelidad al Gobierno. El cierre del ciclo de la Comandancia llegó con la Ley Nº 947 de 1878, que estableció los límites de la Patagonia y dio paso a la creación de la Gobernación de la Patagonia.
Este nuevo marco administrativo selló el fin del Fuerte como centro de poder regional y su transformación en un hito histórico. Hoy en día, el Fuerte de Carmen de Patagones es un importante destino turístico que permite explorar una parte esencial de la historia argentina. Su preservación como Monumento Histórico Nacional ofrece una ventana a las complejas dinámicas de la Patagonia durante el siglo XIX, consolidando su valor tanto histórico como cultural.