Ubicado a 3.900 metros sobre el nivel del mar, Antofalla es uno de esos rincones olvidados por la prisa del mundo moderno, donde la naturaleza habla con la fuerza de su vastedad. Su nombre, que proviene de la lengua diaguita, significa “pueblo donde muere el sol”, una referencia poética a su ubicación, que brinda vistas impresionantes del atardecer y un cielo estrellado como pocos.
Este pequeño asentamiento, que alberga a la comunidad indígena Pueblo Kolla Atacameño, tiene una población que no supera los 30 habitantes, y su territorio de 7.000 hectáreas incluye el imponente Salar de Antofalla y el volcán homónimo, considerado un lugar sagrado por sus habitantes.
Las casas de adobe se integran perfectamente con el paisaje agreste, en un entorno donde el viento y el frío marcan el ritmo de vida. Las veredas angostas y las fachadas de las viviendas, con puertas centenarias y pequeñas ventanas, parecen resistir los embates del tiempo y de las condiciones extremas del altiplano.
El pueblo transita en un ambiente de aislamiento absoluto, sin señal telefónica y con electricidad limitada a unas pocas horas al día, lo que refuerza la sensación de que aquí el tiempo se detiene. La tranquilidad es tan profunda que parece envolverlo todo, desde la calle de la Soledad hasta la pequeña capilla custodiada por una montaña, que da la bienvenida a los pocos viajeros que se atreven a llegar hasta este rincón remoto.
El imperdible Salar de Antofalla
A tan solo 25 kilómetros del pueblo, a través de un desafiante camino de ripio, se extiende el Salar de Antofalla, uno de los más grandes del mundo. Con más de 150 km de longitud y una superficie de 500 km², este vasto desierto blanco se ve rodeado por montañas de colores intensos y custodiado por volcanes. Su forma alargada y estrecha, que recuerda a la geografía de la provincia de Catamarca, le otorga una belleza única.
El principal atractivo del salar son las lagunas interconectadas conocidas como los Ojos de Campo, géiseres apagados que, con sus aguas saladas de tonalidades azules, verdes y anaranjadas, crean un escenario surrealista. Los reflejos de las nubes y la luz que se multiplica en el suelo cristalino dan lugar a espejismos, haciendo que el horizonte parezca desdibujado entre el cielo y la tierra.
Es un lugar para perderse, para detenerse a reflexionar sobre lo infinito y lo inexplicable, mientras el volcán Antofalla, con sus 6.409 metros de altura, preside el paisaje, que parece inmutable desde hace millones de años.
El acceso a este remoto lugar es todo un desafío: desde Antofagasta de la Sierra, se deben recorrer 90 km por terrenos extremadamente áridos, sin agua ni vegetación, y donde solo hay una huella de piedra volcánica para guiar a los viajeros. Se recomienda hacer este trayecto con vehículos 4x4 y guías locales, ya que la ruta es peligrosa y requiere experiencia para sortear sus obstáculos.
Sin embargo, quienes se aventuran hasta aquí descubren un paisaje fuera de lo común, que parece de otro planeta, y la oportunidad de vivir una experiencia única en uno de los rincones más remotos de la Argentina.