Cuando a comienzos del siglo XX la Argentina terminó de constituirse como un país habitado por decenas de miles de criollos a los que se sumaron otras tantas decenas de miles de inmigrantes, que en su gran mayoría llegaban de Europa, la forma coloquial de nombrar a los extranjeros era lineal: todos los españoles eran gallegos; todos los italianos eran “tantos” (napolitanos); y todos los judíos eran rusos.
Pero hay un lugar que fue fundado en 1905, en el que sí es preciso llamar así a los judíos, porque Rivera es un pueblo fundado por judíos que escapaban de Rusia a comienzos del siglo pasado. Y fueron ellos los que le dieron empuje a esta localidad del partido bonaerense de Adolfo Alsina en la que, entre su historia y su arquitectura, sobresale una de las sinagogas más deslumbrantes de Buenos Aires, que construyeron hace más de 100 años.
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Porque aquellos inmigrantes que arribaron a las costas del Río de la Plata desde la Rusia todavía dominada por los zares (el imperio cayó con la revolución de 1917) trajeron sus costumbres, sus culturas y, fundamentalmente, su trabajo y ganas de progreso en unas tierras que prometía prosperidad.
Y justamente fue la tierra un detalle clave, porque a comienzos del siglo pasado lo que hoy se conoce como Rivera -a 600 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires- no era más que campos en donde conocer acerca de los trabajos rurales era fundamental.
¿Cómo hicieron aquellos judíos de oficios urbanos, como la zapatería o la peletería, para adaptarse? Tuvieron en los criollos a socios estratégicos, de quienes se nutrieron en conocimientos vinculados al agro. También inmigrantes de otros puntos de Europa, que habían copado el puerto de Buenos Aires, como los italianos y los españoles.
Escapadas de fin de semana: la sinagoga de 1920 y la historia de la inmigración
Oficialmente, la fecha de fundación remite al 5 de abril de 1905 bajo el nombre de “Colonia Barón Hirsch”, aunque el arribo del tren llevó a rebautizar el lugar tomando el nombre actual, Rivera, por Ignacio de Rivera, quien en el Congreso de Tucumán de 1816 fuese congresal por Bolivia.
También jugó un rol central la Jewish Colonization Association (JCA), conducida por el filántropo Mauricio Hirsch, quien les donó a esos primeros habitantes cinco hectáreas con el fin de que fuesen usadas, entre otras cosas, para levantar importantes instituciones religiosas para la comunidad. Y el resto del campo para ser explotado con la agricultura y la ganadería.
En su casco urbano aparece el edificio más imponente de Rivera que es la sinagoga, levantada en 1920. También puede apreciarse el Centro Cultural Israelita, construido en 1925, en el que además de recorrer la historia de Rivera a través de imágenes y objetos, tiene un cine, una librería, un escenario para ofrecer espectáculos típicos y una galería de arte.
Más allá del costumbrismo religioso, hay otros puntos de interés turístico destacado, como la estación de trenes en la que funciona el museo del auge del ferrocarril en la Argentina. Y justo enfrente de la estación está la escultura que representa la llegada de los inmigrantes al lugar y su encuentro con los criollos, en lo que es la imagen más simbólica de Rivera.
Para aprovechar una escapada de fin de semana en Rivera, es imposible no disfrutar de su gastronomía, con platos regionales hechos a base de productos elaborados en el pueblo, en especial los lácteos y los fiambres. El bar del Centro Cultural Israelita es el más tradicional y en el que hay una carta gastronómica especialmente preparada ofrecer al turista la historia de las comidas que los inmigrantes trajeron al lugar.
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Un lugar en el que muy cerca, a menos de 60 kilómetros, tiene como vecino a Carhué, consolidado como un destino turístico termal a orillas del lago Epecuén, rico en sales y minerales. Este lago era considerado como “sagrado” por los tehuelches, quienes habitaron esas tierras originalmente hasta la Campaña del Desierto, a finales del siglo XIX.