Alegóricamente, la Luna es magnética: la humanidad la ha contemplado desde los tiempos más remotos y pronto volveremos a ella. También es magnética en el sentido más estricto. Según Isaac Narrett, del Departamento de Ciencias de la Tierra, Atmosféricas y Planetarias del MIT, esa característica que alguna vez tuvo el satélite de la Tierra, de la que resisten huellas, aún no pudo ser explicada.
“La mayoría de los fuertes campos magnéticos medidos por naves especiales en órbita pueden explicarse por este proceso, especialmente en la cara oculta de la Luna”, señala Narrett.
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Un estudio realizado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Estados Unidos, hace foco en este misterio especial. ¿Adónde se fue el magnetismo de la Luna? ¿Por qué presentó esa peculiaridad y ya no la tiene? Además, ¿cómo se explica que algunas rocas lunares tengan imantación?
La Luna tuvo un campo magnético, pero habría sido un fenómeno fugaz
En la actualidad, el satélite natural de nuestro planeta carece de magnetismo inherente. Sin embargo, muchas de sus rocas presentan un grado de imantación.
En un nuevo estudio publicado en la revista Science Advances, científicos del MIT podrían haber resuelto este enigma. La hipótesis que plantean propone una combinación de un débil campo que, tras un gran impacto, habría creado un nivel magnetismo en aquel paraje, temporal, aunque intenso. Eso habría ocurrido en la cara oscura de la Luna, aquella que no vemos desde la Tierra.

El proceso —que demostraron mediante simulaciones— habría tenido estas instancias:
- Un impacto, por ejemplo de un gran asteroide.
- Ese evento habría generado una nube de partículas ionizadas que envolvió la Luna, por un período breve.
- El plasma se habría expandido hacia el espacio, aunque una parte habría circulado alrededor del satélite, concentrándose en el punto opuesto al del primer impacto.
- Debido a esas condiciones, el campo magnético débil de la Luna se habría amplificado momentáneamente.
Así, cualquier roca en esa región registró indicios del magnetismo, antes de la extinción rápida. “El tiempo entre la amplificación y el decaimiento habría sido increíblemente breve, de unos 40 minutos”, comenta Narrett.
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Esto explicaría por qué la Luna no es inherentemente magnética, pero algunas de sus rocas sí lo son. En concreto, esas variantes fueron encontradas en la región cercana al polo sur lunar, en la cara oculta, durante las misiones Apolo de la NASA, en las décadas de 1960 y 1970. Además, diversas mediciones tomadas por naves espaciales revelan indicios de magnetismo en las rocas superficiales.
¿Qué ocurre en nuestro planeta?
La Tierra genera un campo magnético mediante un proceso de dinamo, y se cree que la Luna pudo haber hecho lo mismo en el pasado. Pero su núcleo, mucho más pequeño, habría producido un campo más débil.

Lo cierto es que el examen del polo sur lunar no es trivial: las próximas misiones tripuladas prevén descender en esa región, que tiene agua congelada.
Una sacudida sísmica en la Luna
El proceso simulado que los investigadores del MIT proponen para explicar el pretérito magnetismo lunar, ¿alcanza para explicar que ciertas rocas aún tengan imantación? ¿Un fenómeno de apenas 40 minutos es suficiente? Los especialistas subrayan la ayuda de otro efecto directamente relacionado con el impacto: una onda de presión similar a un sismo en la Luna.
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Estas ondas habrían convergido hacia el otro lado, sacudiendo las rocas circundantes y alterando brevemente sus electrones. “Es como lanzar un mazo de 52 cartas al aire, en un campo magnético y que cada una tenga una aguja de brújula”, grafica Benjamin Weiss, científico planetario del MIT. “Cuando las cartas vuelven al suelo, lo hacen con una nueva orientación. Ese es esencialmente el proceso de magnetización”, observa.
“Durante varias décadas, ha existido una especie de enigma sobre el magnetismo de la Luna: ¿se debe a impactos o a una dinamo?”, concluye Rona Oran, también del MIT. “Y aquí decimos que es un poco de ambas cosas. Y es una hipótesis comprobable”.
La investigación encabezada por Narret, Weiss y Oran tuvo la colaboración de científicos de las universidades de Curtin, Michigan y Cambridge.