Suena a palabra científica o a fórmula de laboratorio, pero no es tan complicado. Un algoritmo es simplemente un conjunto de pasos para resolver un problema o cumplir una tarea. Como armar un mueble o un castillo de Lego: una secuencia ordenada de acciones que llevan a un resultado.
Los algoritmos están en todos lados y son parte fundamental del funcionamiento de las computadoras: a través de ellos las máquinas ordenan datos, resuelven operaciones o analizan información.
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Una de sus características básicas es que son finitos, es decir, tienen un número limitado de pasos, que deben ser claros y precisos para que puedan ser ejecutados correctamente, ya sea por una persona o por una máquina.

Sin embargo, estos procesos automatizados no solo siguen instrucciones, sino que también aprenden solos. Son los que se usan en inteligencia artificial (IA).
¿Cómo funcionan? Se alimentan de grandes cantidades de datos, como fotos, textos, videos, canciones, lo que sea, y empiezan a reconocer patrones, como hace nuestro cerebro. A través de ejemplos concretos, aprenden.
Por ejemplo, si a un algoritmo se lo entrena con miles de imágenes en las que hay gatos y otras en las que no, va a analizar los patrones (bigotes, orejas, formas, colores) y empezará a deducir por sí mismo qué características suelen tener los gatos.
Así, luego de muchísimos casos va a terminar sabiendo cuando en una foto aparece un gato y cuándo no. Y después va a usar esa información para decidir si la imagen que subiste es un gato, un perro… o una nube con forma rara.
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Este proceso no es otra cosa que el llamado, aprendizaje automático (o machine learning), y es uno de los pilares de la inteligencia artificial actual.
Algoritmos en las redes sociales
Uno de los ámbitos donde los algoritmos tienen un impacto profundo es en las redes sociales. Plataformas como Facebook, Instagram, TikTok y Twitter utilizan algoritmos para personalizar la experiencia de cada usuario.
Estos “procesos automáticos“ analizan nuestras interacciones, preferencias, tiempo de permanencia en ciertos contenidos y otros datos para decidir qué mostrar en nuestro feed.
Por ejemplo, si pasás mucho tiempo viendo videos de cocina, el algoritmo de TikTok te recomendará más contenido relacionado con recetas y chefs. Esto se logra mediante las técnicas de aprendizaje automático.
A diferencia de los algoritmos clásicos, este tipo de procesos aprenden con cada dato nuevo. Se ajustan. Cambian. Y a veces, toman decisiones que ni sus propios desarrolladores pueden explicar del todo.
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Eso los vuelve más útiles, pero también más opacos. Por eso, entender cómo funcionan no es solo una curiosidad tecnológica: es una necesidad. Porque si una máquina va a influir en lo que sabés, lo que comprás o lo que pensás, entonces lo mínimo es saber por qué y cómo llegó a sugerirte eso.