No tiene oficinas fijas, ni una sede principal. No conoce de horarios, feriados o vacaciones, y tampoco paga impuestos. Sin embargo, factura más que casi cualquier país del planeta: si el cibercrimen fuera una nación, su PBI lo ubicaría en el podio económico global, detrás de Estados Unidos y China.
Tal es la magnitud de este fenómeno que ya no se limita a hackers encapuchados encerrados en un sótano, ni a simples virus que bloquean computadoras. El cibercrimen se ha transformado en una industria global, profesionalizada, organizada y cada vez más difícil de rastrear.
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El dato fue compartido por Gabriel Zurdo, CEO de BTR Consulting y uno de los referentes más activos en temas de riesgo tecnológico.

En 2024, el daño económico global por ciberataques alcanzó los 42 mil millones de dólares. Y va en ascenso. Al respecto, Zurdo aseguró a TN Tecno que la clave está en el capital humano: “La tecnología puede ayudar, pero si las personas no entienden el riesgo, no hay sistema que aguante”.
Hoy se produce un ciberataque cada 39 segundos en el mundo. Solo se denuncia el 25% de ellos. Y durante este año se robaron mil millones de credenciales —usuarios y contraseñas— a nivel global. “Se estima que el 68% de los incidentes con impacto económico se generan a través de plataformas tecnológicas comunes: redes sociales, servicios de mensajería, sitios de e-commerce”, explicó Zurdo.
Según el especialista, la frontera entre lo personal y lo profesional se volvió difusa, y eso también abrió la puerta a nuevas vulnerabilidades. “Antes los blancos eran entidades bancarias, gobiernos o empresas energéticas. Hoy cualquier pyme, cualquier vecino puede ser víctima. La operatoria es la misma”, advirtió.
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Actualmente, el 60% de las pequeñas empresas afirman haber sufrido al menos un ataque con phishing, malware o ransomware. Sin embargo, muchas ni siquiera saben dónde denunciarlo, cómo responder o cómo prevenir el próximo. Todo esto ocurre en un escenario donde las leyes avanzan demasiado lento y donde los responsables rara vez enfrentan consecuencias reales. “No hay nadie preso —ni acá ni en el mundo— por cometer hackeos”, lamentó Zurdo.
El sistema judicial y legislativo todavía no logra estar a la altura del desafío. La falta de normativas claras, sumada a la escasa preparación para investigar este tipo de delitos, genera un vacío que los atacantes aprovechan con absoluta ventaja.
Mientras tanto, el cibercrimen sigue creciendo, mutando y sofisticándose. Ya no se trata solo de robar datos o dinero, sino de controlar información estratégica, manipular narrativas públicas, e incluso desestabilizar economías enteras. Las amenazas digitales no son solo técnicas; son políticas, sociales y económicas.
En ese escenario, la ciberseguridad no puede seguir siendo un apéndice técnico ni una línea en el presupuesto de tecnología. Necesita ocupar un lugar central en la toma de decisiones de las empresas y las organizaciones. Porque frente a una industria criminal sin fronteras, la prevención ya no es una opción: es una condición para sobrevivir.