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    Un día conmovedor en Malvinas: de la desazón al reencuentro tan ansiado, tras 37 años de ausencia

    Las islas me siguen conmoviendo y aguijoneando con sus preguntas. Y me llenan de perplejidades. Demasiado sufrieron los soldados que fueron en su momento “ninguneados”. Ellos son héroes, nuestros héroes. Y es hora de rendirles nuestro permanente homenaje.

    Mario Markic
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    Mario Markic

    15 de marzo 2019, 17:54hs
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    Veo las cruces. Blancas, simétricas. Una al lado de la otra. Al pie, un cantero de pequeñas piedras malvineras. Y separadas las hileras por canteros de pasto. Las cruces tienen por lo general, un rosario. O más de uno, de distintos colores, ennroscados allí donde se juntan el palo vertical con el horizontal. Hacen clics al ser movidos por el viento: clic, clic, clic…

    Veo flores de plástico que han dejado los visitantes. Alguna estampita de la virgen de Luján, alguna de Cristo, esa donde el corazón le sale del pecho. Pero las cruces no son ya todas iguales. 110 tienen en la base una placa de granito con el nombre y el apellido del soldado que descansa en este camposanto desde hace 37 años.

    Los familiares al llegar al cementerio.
    Los familiares al llegar al cementerio.

    Una pocas cruces, quedan, sí, que son, a la vista, todas iguales: son las que todavía llevan la placa común donde se lee el conmovedor secreto: ”Soldado argentino solo conocido por Dios”. Volver a Darwin es sobrecogedor, es imposible no conmoverse. Porque en 2015, cuando pasé una semana entera en Malvinas estuve toda una mañana desapacible, bajo un cielo plomizo, borrascoso. El viento helado llegaba en rachas y todos los datos exteriores que yo recibía acentuaban la tristeza del entorno. El cementerio era como una pequeña ciudadela argentina. Solitaria, algo muy chico en la inmensidad de esas colinas sin árboles que lo rodean.

    Muchas mamás y hermanas no tenían canas, ni arrugas en la cara cuando los vieron vestidos de verde soldado, cuando oyeron su cálida voz por última vez.

    La mayoría de las tumbas llevaban esa leyenda. Y me la pasé pensando qué tremenda desazón la de los familiares que de tanto en tanto llegaban en busca de los seres más queridos que habían perdido en la guerra y que no podían, siquiera, dejar una flor en el lugar de su descanso eterno.

    Pero este viaje resultará inolvidable tanto para mí como para todos los que embarcamos en ese avión rentado que llevaba a bordo a 65 familiares de las 22 nuevas tumbas identificadas. Las escenas allí, en ese perímetro conformado por el cenotafio donde se levanta una cruz en el centro y cerrado por los lados por un cerco blanco, son demoledoras.

    Mario entrevista a Geoffrey Cardozo, coronel británico que enterró a los soldados argentinos en el primer cementerio de Darwin
    Mario entrevista a Geoffrey Cardozo, coronel británico que enterró a los soldados argentinos en el primer cementerio de Darwin

    Veo a una mujer abrazada a la cruz: derrama mares de lágrimas y no quiere soltarse, no quiere irse de aquí. Veo a dos hermanas peleadas a muerte en la vida por esas cosas familiares y, ahora, como un milagro, están abrazadas y acariciando la placa que dice con nombre y apellido que allí descansa su padre. O sea, logró el milagro de reunirlas, cuando tuvieron que hacerse el ADN.

    Veo al trompetista con su instrumento. Llamará a silencio en un rato, después de que termine el lamento de los gaiteros escoceses en plena ceremonia de homenaje. Dicen que una imagen vale mil palabras. Y, a veces, puede que sea cierto. Porque los 65 familiares que vinieron, me digo, son (mientras yo los observo a prudente distancia) expresiones de un duelo muy personal y nadie atina a saber qué sienten al encontrarse con el nombre y apellido que buscaban en esas placas de granito negro.

    Pienso en algunas expresiones que fui recogiendo antes de embarcar en Ezeiza o durante el vuelo en el que nadie durmió (ni los periodistas ni los familiares) y que hablaban más o menos así, al describir los sentimientos que fluían: dolor, distancia, ausencia, paz, recuerdos, reencuentro, angustia, bronca, amor, justicia, milagro, terapia, catarsis, silencio, rezos, magia, sanación, alivio, emoción…

    Volver a Darwin es sobrecogedor, es imposible no conmoverse.

    Aunque no los escucho, percibo que ellos dialogan con las tumbas de los 22 soldados que fueron identificados con sus nombres y apellidos. Tiendo a creer que los hombres y mujeres que veo están tratando de narrar una larga película: muchos -muchas mamás y hermanas sobre todo- no tenían canas, ni arrugas en la cara, tal vez, cuando los vieron vestidos de verde soldado, cuando oyeron su cálida voz por última vez.

    La selfie de Víctor Bugge, el fotógrafo de presidencia, con los periodistas que viajaron a Malvinas.
    La selfie de Víctor Bugge, el fotógrafo de presidencia, con los periodistas que viajaron a Malvinas.

    Los veo a 20 metros de ese cerco blanco, perimetral y ni el frío que muerde, ni el viento que viene en rachas heladas puede derribar ese micromundo de calidez que por primera vez se conecta entre la tumba y esos hombres y mujeres que están descorriendo por primera vez el velo de la ausencia.

    Darwin se encuentra a 40 kilómetros del aeropuerto Mount Pleasant. Los soldados que allí descansan fueron declarados héroes nacionales por la Argentina en 1998. Darwin, además, es lugar histórico Nacional de Argentina. 230 argentinos se encuentran en tumbas individuales. Otros siete están en dos fosas comunes. Una está ocupada con los cuatro tripulantes de un helicóptero y otra, con los tres de un Lear Jet, avión civil que fue utilizado en la guerra como elemento distractivo. Este viaje es similar al del año pasado, cuando unos 200 familiares llegaron a honrar a los 90 soldados cuyos restos fueron reconocidos.

    El trompetista se llama Omar Tabares y es suboficial retirado. La de él es una minihistoria emotiva de Malvinas. Encargado de tocar la Diana de gloria frente a las tropas, en 1982 fue tomado prisionero y un soldado inglés le retuvo la trompeta, su instrumento de trabajo.

    Malvinas me sigue conmoviendo y me sigue aguijoneando con sus preguntas. Y me llena de perplejidades.

    En 2010, ocurrió el milagro. El mismo soldado inglés lo llamó y le devolvió la trompeta. Y ahora, en Darwin, emociona a todos tocando el Silencio para honrar a sus camaradas muertos. Esto fue posible por un acuerdo que firmaron la Argentina y Gran Bretaña. Una misión que llevó a cabo la Cruz Roja Internacional.

    Trabajaron 14 forenses en la identificación de los cuerpos. Los familiares aportaron muestras de ADN. Los restos, después de la identificación, fueron inhumados en un féretro apropiado porque hasta el momento de la identificación permanecían enterrados en bolsas mortuorias.

    La llegada

    Ahí vienen los familiares caminando lento por el sendero de grava. Me pregunto: ¿qué pensarán ahora que se acercan al ansiado reencuentro? Han sido 37 años de ausencia, de dolor, de secretas expectativas frustradas. Puesto que no sabemos los nombres… ¿a cuál de las tumbas le llevo las flores? ¿Mi llanto?¿Mis confesiones? ¿Todo el amor que tengo guardado?

    Por primera vez, se desplegó oficialmente una bandera argentina en el cementerio de Darwin.
    Por primera vez, se desplegó oficialmente una bandera argentina en el cementerio de Darwin.

    Y así se veía en las primeras visitas a los familiares: deambulando entre las cruces, sin saber qué hacer, a cuál de las tumbas hablarle, en cuál de las cruces descargar los sentimientos de madre que traían desde el continente. Al final, terminaban eligiendo una cruz entre todas: pero era un homenaje a medias. Ahora, llegan con una certeza. Van, por fin, a materializar el reencuentro… Y quedan solo 10, de esas placas que dicen que solo lo conoce Dios.

    Acaso vuelva otra vez a Malvinas, cuando todos estén identificados, cuando todos los familiares pueden llevar flores y rosarios a las tumbas de sus seres queridos. Cuando puedan llevarle un poco de abrigo, de calidez en esa frías latitudes. Y cuando ellos puedan sentir ese alivio y la cristiana resignación que llega tarde porque tal vez los argentinos no supimos hacer bien las cosas para que esto -este simple acuerdo humanitario entre adversarios- hubiera llegado a tiempo para muchas madres y padres que se fueron de este mundo sin poder llegar a vivir este momento.

    Malvinas me sigue conmoviendo y me sigue aguijoneando con sus preguntas. Y me llena de perplejidades. Algo nuevo está naciendo, creo, en las nuevas generaciones. Demasiado sufrieron estos soldados que fueron en su momento “ninguneados”, escondidos, invisibilizados, tratados de locos. Una forma mezquina, poco generosa, solapada, de cargarles con una responsabilidad que no tenían. Ellos son héroes, nuestros héroes. Y es hora de rendirles nuestro permanente homenaje.

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