Crease o no, el microscopio apareció. No debe haber muchos antecedentes: algo robado es encontrado y el problema está resuelto. La noticia había explotado mucho más en las redes sociales que en las ediciones de papel de los diarios. Un hombre y una mujer entraron a uno de los laboratorios de Ciudad Universitaria y, pocos minutos después, escaparon llevándose la costosa pieza.
Los medios habían reflejado tres cosas distintivas. La primera, el valor monetario del microscopio, unos quince mil dólares. Después, lo sofisticado del aparato, un equipo traído de los Estados Unidos que se usaba para buscar un método de detección temprana de la tuberculosis. Y por último, la evidencia de que esos delincuentes tenían que actuar necesariamente por encargo, pues nadie imagina que algo así pueda aparecer a la venta en una página de internet de productos de segunda mano.
No sólo eso, el lugar del robo implica meterse específicamente ahí, hacer inteligencia para ver cuándo queda vacío el laboratorio, y después esperar el momento. Como decía, la reacción en las redes sociales fue inmediata. Una ola de indignación se extendía en los comentarios en Twitter y en las ediciones digitales de los diarios. La gente destacaba el daño a la investigación científica por sobre el perjuicio económico, una afrenta a la posibilidad de estudiar, de aprender, de encontrar algo a través de la ciencia que permita cambiar el mundo.
Como contraparte aparece el posible rostro del comprador, alguien que necesita algo tan específico como un microscopio, y ante los costos a afrontar, decide contratar a dos tarambanas para cometer el robo (no pueden ser muy brillantes los ladrones, basta ver la imagen que dejaron en unas cámaras de seguridad que no son, por tamaño y ubicación, muy difíciles de detectar).
Lo llamativo es que algo de todo eso produjo un cambio y, de un día para el otro, el famoso microscopio es abandonado en un descampado perdido en Valentín Alsina, entre pastos que a uno le llegan hasta la cintura, y montañas de basura. En ese lugar lo encontró un chico al que le llamó la atención el bulto, y, una vez descubierto el aparato, decide llevarlo a la comisaría.
// Encontraron el microscopio que habían robado en Ciudad Universitaria
Mucha gente vio en esa actitud algo llamativo. Se sorprendieron por la respuesta sana y ciudadana de ese joven que hace solamente lo correcto. En la exposición policial queda de manifiesto que el hecho, la desaparición del microscopio, había tenido mucha repercusión mediática. El chico que lo encontró, de hecho, supo de inmediato qué era ese aparato blanco que brillaba dentro de un bolso en medio de un basural.
Lo que nos queda es terreno para especulaciones. ¿Por qué esos delincuentes que habían gastado tiempo y energía en llevar adelante el asalto, abandonan el botín en un baldío? La primera respuesta posible, la más obvia, es que la trascendencia inmediata que tuvo el robo llevó a los ladrones a “descartar” el aparato antes que un inmenso cerco policial se cerniera sobre ellos y todo terminara en una captura cinematográfica. ¿No lo creen posible? Yo tampoco.
Si bien los medios hablaron del caso, es difícil imaginar un mega operativo cerrojo para buscar un microscopio, en medio de muchos otros casos policiales que son, a priori, mas relevantes. Otra explicación posible es la moral. Los asaltantes se dieron cuenta de pronto del daño que le estaban provocando a la Ciencia Argentina y, arrepentidos pero temerosos de que el peso de la justicia cayera sobre ellos, dejan el aparato intacto en un lugar en el que, con seguridad, alguien lo iba a encontrar y devolver a sus legítimos dueños. Lo que se llama, una epifanía. ¿Poco probable? Yo creo que nada probable.
Lo que yo imagino es un poco más pragmático. El hombre que ordenó el robo llama a sus cómplices para sacarse el problema de encima. Les dice algo así como "No se les ocurra aparecer con eso por acá", y da por terminado el trato. No sería un dato menor, pues probaría que el robo por encargo estaba destinado a una actividad que no podía cometerse en las sombras, y en la que quedaría muy en evidencia que ese aparato blanco era aquel del que hablaba todo el mundo.
De cualquier manera, y esto es algo que no tiene muchos antecedentes, la historia termina con un final feliz, y el microscopio seguirá cumpliendo la función para la que fue comprado. Al menos en lo material. En otro terreno, hoy hay un grupo de científicos que tendrá que evaluar echarle llave a las puertas de una universidad pública que, por una cuestión de principios, deberían permanecer abiertas. Y ese daño, que no se arregla con la aparición, durará mucho más en el tiempo.