Marta Minujin dice que siempre ha tenido y tendrá veinticinco años. En realidad, es la clase de persona que ha logrado un estado tal de plenitud, inteligencia y generosidad artística que en un lenguaje sencillo podríamos llamar simplemente felicidad, y la felicidad no tiene edad alguna.
Desde que comenzó su carrera, en el Instituto Di Tella, no hizo más que provocar rupturas, despertar sensibilidad, maneras nuevas e inquietantes de observar la realidad y quitar de en medio el espacio que separaba la obra de arte del espectador. Desde La Menesunda, una palabra que se integró al idioma popular y una muestra que no tiene fecha de vencimiento, desde entonces, Minujin ha engalanado esta ciudad y muchas otras en los Estados Unidos y Europa, con ideas cargadas de belleza y sentido.
Construyó en 1983 un Partenón en el centro de Buenos Aires con cinco mil libros prohibidos por la dictadura. Luego, en 2017, replicó el Partenón en la muestra Documenta 14, en Kassel, Alemania: esta vez se utilizaron setenta mil libros prohibidos. En otro momento construyó un Obelisco de pan dulce; cubrió de alfajores los lobos marinos de Mar del Plata; diseñó una mujer gigante de 26 metros de altura que pesa 5 toneladas, instalada en la Recoleta, a la que llamó “la mujer del nuevo milenio”.
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Muy amiga de Andy Warhol, armó con él una acción en The Factory en la cual ella le saldaba la deuda externa argentina con mil mazorcas de maíz: “El oro americano”. Es difícil recorrer la obra de Marta Minujin porque no tiene límites. Todo comenzó con los colchones, el material favorito de la artista, quien comenzó con el suyo propio, que convirtió en juego y arte.
Se considera una artista pop, es decir, popular, y su obra no necesita de museos: está en las estaciones de subte, en las plazas de la ciudad, dondequiera que la gente pase y se encuentre con una mirada diferente de la realidad, una fiesta de color, un homenaje a los deseos y un manejo vibrante del exceso. ¿Su edad? No tiene ninguna importancia. Ella se guía por su propio lema: arte, arte, arte.