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    La tragedia y el milagro de los Andes, uno de los viajes más perturbadores

    En octubre de 1971, un avión con rugbiers uruguayos se estrelló en la cordillera. 29 personas murieron. Pero otras 16 dieron lugar a una de las más increíbles historias de supervivencia contada en 18 libros, 9 documentales y 3 películas. Primera entrega.

    Mario Markic
    Por 

    Mario Markic

    13 de diciembre 2018, 11:31hs
    Mario en el Valle de las Lágimas
    Mario en el Valle de las Lágimas

    Hace unos años, fui a la cordillera de los Andes y formé parte de una expedición que llegó hasta el Valle de las Lágrimas, el lugar donde cayó el avión que llevaba a unos jóvenes uruguayos a jugar al rugby a Santiago de Chile.

    Fue uno de los viajes más perturbadores de mi vida periodística y, sin duda, uno de los mayores desafíos espirituales. Fue llamado “El Milagro de los Andes” porque el mundo había dejado de buscarlos diez días después de que desaparecieran del radar. Los chicos uruguayos se hicieron adultos de golpe. Hoy, muchos de ellos, los sobrevivientes, dictan conferencias en todo el mundo y hablan sobre cómo sobrevivir en situaciones críticas, cómo tomar decisiones, cómo mantener la voluntad de luchar ante las adversidades.

    Parte de los sobrevivientes minutos antes del rescate
    Parte de los sobrevivientes minutos antes del rescate

    Así como ese lugar, lo más profundo de la cordillera de los Andes, justo a la altura de Mendoza, justo en el límite con Chile, en invierno es solo nieve, hielo, temperaturas glaciales, días encapotados y ausencia casi total de vida, en verano es algo maravilloso: solo quedan con nieve las crestas de la cordillera y, en los valles, asoma el pasto para los caballos y se forman lagunas de agua dulce.

    Aparecen los glaciares colgados de las montañas y sus lenguas de hielo bajan hasta los valles, de modo que uno puede llegar y caminar sobre ellos (están espolvoreados con la tierra que se deposita por los vientos, con lo cual toman un color amarronado) y disfrutar de un espectáculo único.

    Pero es terrible llegar ahí y ver, aún hoy, partes del avión siniestrado, alerones, asientos, pedazos de ala, de puertas y de ruedas, papeles y ropas, parte del equipaje que la montaña va devolviendo con el paso de los años. Y hasta restos humanos. Llegar es una prueba difícil. Y llegar de la mano de uno de los sobrevivientes más caracterizados de ese grupo de jóvenes que pusieron a prueba su voluntad y escuchar, en los fogones noctunos, el relato de su descenso a los infiernos, directamente es sobrecogedor.

    Aquí va parte de los recuerdos de aquel viaje inolvidable.

    Salvajemente hermoso, aterradoramente intimidante

    Es verano. Aquí arriba, a casi cuatro mil metros de altura, en lo más profundo de la cordillera de los Andes solo estoy acompañado por una rústica cruz, hierro y un montón de recuerdos. Es la tumba de los que no sobrevivieron. Nadie habla aquí, solo se escucha el sonido del viento. Ademas, todo parece inmóvil a mi alrededor: salvo las nubes que peinan las crestas de las montañas y mis propios interrogantes sobre el terrible accidente que dejó enterrados bajo mis pies a 29 pasajeros del vuelo 571.

    Es inevitable pensar cómo 16 protagonistas de esta historia pudieron salvar sus vidas milagrosamente.

    Pienso que este lugar, ahora tan salvajemente hermoso, debe ser aterradoramente intimidante en invierno, cuando la temperatura baja a los 30 grados bajo cero. El deshielo ha dejado a la vista pedazos del Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya que aquel 13 de octubre de 1972 equivocó el rumbo, se metió en una trampa de la cordillera y se estrelló contra los dientes de los cerros que parecen vigilar esta hoya. Y que ahora mismo estoy viendo.

    La histórica foto del momento del avistaje de los sobrevivientes
    La histórica foto del momento del avistaje de los sobrevivientes

    He llegado hasta este santuario después de una larga, extenuante travesía, cruzando ríos ariscos y precipicios de espanto. El aire apenas es respirable y siento a veces náuseas y mareos. Algunos llamaron a lo que pasó aquí “El milagro de los Andes”. Es posible que sea así. Pero creo que no hay catástrofe en los últimos 50 años más impresionante que ésta, ni mas espeluznante, ni una prueba de supervivencia humana que rozó el límite de lo imposible como esto.

    Carlos

    Mi viaje al avión de los uruguayos –una larga travesía en el corazón de la cordillera- había empezado con un viaje en avión a Mendoza. Fue un viaje sereno, con nubes como copos de algodón que dejaban ver, de tanto en tanto, las cuadrículas de los viñedos, bañados por un sol generoso. Acababa de volver de Uruguay, más exactamente de la glamorosa Punta del Este.

    Carlos Páez en 2012
    Carlos Páez en 2012

    Allí, en su casa cercana a Punta Ballena y frente a la orilla del mar, Carlos Páez, me contó una y otra vez la tremenda experiencia que le tocó vivir cuando era todavía un adolescente. De hecho, era el más joven de todos los pasajeros. Su relato es estremecedor:

    “Tenía 18 años. Cumplí 19 sepultado por una avalancha y encerrado tres días en el fuselaje del avión. Volví convertido en otra persona. Maduro para algunas cosas, inmaduro para otras. Manejar la fama no es fácil. Eso me complicó mucho, me metí en caminos jodidos, como la droga y el alcohol. Pero un día, decidí pelearla, como allá arriba –todos los días un poco- y por suerte llevo 20 años de abstinencia. Ese drama fue mi segunda cordillera. Cuando pasó lo que pasó yo era un chico malcriado, consentido, caprichoso, no servía para nada, ni había sido boy scout, ni había ido a un campamento: nada.

    ¡Desayunaba en la cama y tenía niñera… ¡Nuestra historia en la cordillera es una historia extraordinaria porque fue protagonizada por gente común. Metafóricamente, tiene mucho glamour: 18 libros, 9 documentales, 3 películas de Hollywood. Pero lo que la vuelve distinta, es eso. No eramos escaladores que veníamos del Everest. Íbamos a jugar al rugby a Chile y a divertirnos un fin de semana. Mi niñera me había preparado la valija… Yo nunca había dormido fuera de casa. Y de repente, el señor de arriba nos tira a más de cuatro mil metros de altura y 25 grados bajo cero, a vivir la historia de supervivencia más extraordinaria de todos los tiempos durante 70 días: siempre digo que ese tiempo da para ponerse de novio, casarse y divorciarse.

    Carlos Páez en 1973, junto a su padre, el recordado artista plástico uruguayo, Carlos Páez VIlaró.
    Carlos Páez en 1973, junto a su padre, el recordado artista plástico uruguayo, Carlos Páez VIlaró.

    Ahí arriba, la luna era el vínculo. Siempre quería ver la luna porque era lo que me vinculaba con mi madre, sin saberlo. Cuando volví, ella me dijo que miraba también la luna, porque se dio cuenta que era el único punto que teníamos en común. Y ahí arriba, se armó una rutina, una sociedad armada a los tumbos, donde había expedicionarios como Parrado, Canessa y VIcentín, los que laburábamos para que los expedicionarios salieran adelante y los tres o cuatro “jubilados” que, como los llamo amablemente, era gente que pudiendo hacer cosas, no las hacía.

    El primer comentario sobre canibalismo se lo escuché a Parrado. Yo me iba de expedición a buscar la cola del avión, que había quedado arriba de la montaña, cuando el avión se quebró con el golpe, y busqué si quedaban chocolatines y unas pocas latas de mariscos que había. Le dije a Parrado: 'Nando, no queda nada en la despensa'. Y él me respondió: 'Yo me como al piloto'.

    Me sorprendió lo determinante que fue, aunque también me pareció un comentario natural: él había perdido a su madre en el accidente, a su hermana cinco días después y él, consciente o inconscientemente, se la agarraba con el piloto. Y entonces después, lo agarré a Strauch. 'Che, Nando está loco de remate: se quiere comer al piloto'.

    Me miró y me dijo: 'No está tan loco, con mis primos ya lo pensamos'. Resulta que era una idea generalizada y nadie se animaba a decirlo. Cuando lo hablamos, no generó resistencia alguna: fue más simple de lo que la gente cree. Si querés resumir la historia, podés titular: 'Equipo de deportistas se cayó en los Andes y se comieron entre ellos'. Pero es mucho más que eso. Primero, Dios no nos pone acá para morir, sino para vivir. Como cristianos, pensamos que se nos hubiera condenado por suicidas de no haberlo hecho. Como todos, yo peleaba porque quería volver con mi mamá, mi papá y mi perro y para que eso pasara, tenía que hacer esas cosas. Hoy doy conferencias.

    ¿Vos te pensás que las empresas me contratan para hablar del tema de la alimentación? No.

    Yo les hablo del trabajo en equipo, de los roles, de la toma de decisiones, de encontrar recursos desconocidos, de adaptación a los cambios, de afrontar desafíos, de amistad, solidaridad, de lucha para salir adelante en medio de la desesperación. Y finalmente, Dios no resolvió la historia, pero nos dio las herramientas para hacerlo. Sentimos su presencia como real”.

    Eduardo

    Tambien viajé a Montevideo para encontrarme con el prestigioso médico -cardiólogo de niños- Roberto Canessa. En 1972, fue el primero que después de mucho caminar se encontró con un arriero chileno que, literalmente, les salvó la vida.

    El sobreviviente Roberto Canessa con Carlos Verginella (foto 2002)
    El sobreviviente Roberto Canessa con Carlos Verginella (foto 2002)

    A esta historia llegué integrando la expedición que organizó hasta el lugar del accidente otro sobreviviente, Eduardo Strauch.

    “Creo que nunca quise irme de la cordillera totalmente -me confiesa-. Quedé conectado con ella. Siento que me nutre. Le agradezco todo lo que aprendí de ella, la perspectiva diferente de la vida que puso delante de mis ojos. Por ejemplo, esto que vemos, esta naturaleza tremenda que es una especie de lavado, de purificación de la mente. Yo, aquí, me sacudo la mugre de la civilización y te aseguro que vuelvo distinto. Y claro: están todos mis amigos muertos aquí, a los cuales no pude llorar en aquel momento porque, también es la verdad, no había ni energías ni tiempo para desperdiciar en medio de esa desesperación: todo eso se necesitaba para sobrevivir y, cada vez que voy hasta este lugar del avión, siento como que hubiera sido ayer que los perdí”.

    Está claro que los Andes fueron un martirio para ellos. Sin embargo, Strauch está en la cordillera por enésima vez: es como que no puede dejar de ir.

    “Es la décima vez que vuelvo -me dijo-. Las primeras veces, llegaba cansado, dolorido. Pero cada vez, me gusta más esta expedición anual y ya lo disfruto: detrás de cada montaña, hay un paisaje distinto, fantástico, conmovedor. Y los precipicios… ¡Ves cinco veces más estrellas que en cualquier otra parte del planeta! Y tengo la misma vista del cerro El Sosneado que tenía en 1972: porque en medio de la pesadilla que vivíamos también, en cierto modo, lo disfrutaba, me encandilaba verlo.

    Son las contradicciones de la vida. Supongo, un modo de defensa de la mente humana.

    Ricardo

    Después de cargar todo el equipamiento en un microbús, la expedición se pone en marcha. No será fácil llegar a destino y esto es solo el comienzo. El río Atuel queda a la izquierda del camino de ripio que tomamos para seguir internándonos en la Cordillera. Pasamos el viejo hotel de termas El Sosneado, que está derruído, y llegamos hasta un puesto para descansar, aprovechar para un almuerzo rápido mientras llegan los arrieros con una tropilla.

    Mario, en plena travesía
    Mario, en plena travesía

    Todos se ponen a preparar el viaje y a cargar las mulas. Aquí, entra en escena Ricardo Peña, un personaje importante en la historia. Cada vez que viene al Valle de las Lágrimas, -ése será nuestro destino- trepa la montaña hasta llegar a la cumbre donde golpeó el avión. Siempre encuentra cosas que quedaron dispersas en esas soledades.

    “Mi relación con Eduardo viene desde cuando encontré la cartera con los documentos de Strauch, el pasaporte, ropa,y un pedazo de tren de aterrizaje, relojes, partes del motor…”. Montañista de profesión, es un enamorado de la historia del Vuelo 571 y es amigo personal de Eduardo Strauch.

    “Me inspira, es una aventura, tal vez la mejor que conozco. La montaña es rica en historiaas de vida, pero ésta…¡imaginate¡ es la mejor de todas. Aquí, aprendés de todo, la montaña te lo enseña. Qué pasa cuando le sacan todo al ser humano: la comida, la protección, el abrigo. Lo que más les importaba era sobrevivir, una sola oportunidad buscaban…se miraban morir unos a otros... escucharon por radio que ya habían abandonado la búsqueda. Rápidamente, cayeron en la cuenta de que había otra escala de valores que germinó allí en la montaña fuera de la comodidad y el lujo. Allí, no contaba lo superficial, eran problemas reales, era la necesidad de regresar a los seres queridos. Una gran aventura la de este avión y estos sobrevivientes en la montaña.

    De aquí en más, será el líder de la expedición.

    Continuará...

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