Tengo que contar que estoy en la puerta de la Media 8, en la que se produjo una discusión fuerte entre manifestantes que se oponen a que el aborto sea legal y gratuito y alumnos del turno noche. Los que protestan no son papás de la escuela, son militantes que llegaron para manifestarse en contra de que se dictara una clase de educación sexual integral y que sumaron algunas consignas más. O al menos eso es lo que nos habían dicho.
Tengo que decir que el hombre del traje y el paraguas tiene razón y que en los videos se ve que la pelea se produce en el hall de entrada del establecimiento pero que no avanza más de ahí, y que a nosotros nos habían dicho que había llegado más lejos.
“Hay que entender la situación también. Algunos alumnos insultaban a la profesora y su marido respondió el insulto. Yo no tengo nada que ver, pero te digo que, en el lugar del hombre, yo hubiera reaccionado peor”, me dice, y me impresiona que me hable de una situación que está filmada como si no hubiera registro. Al marido de la profesora, se lo ve ataviado en una remera escasa con la imagen de un bebé dentro de un vientre, gritando que no va a aceptar que se obligue a los docentes a enseñar que el género es una construcción social.
// A los gritos, un grupo de padres provida interrumpió una clase de educación sexual
“A mí me contaron que a la profesora la convocaron para que firme un acta por hacer un video en el que muestra que el aula está sucia y vino con su marido y el abogado”, sigue explicando como quien no quiere la cosa el hombre de traje azul que viene a “ayudarme”.
Me llama la atención la explicación. Soy hijo de una docente y jamás fue con mi papá y un abogado a la escuela (por no hablar de los veinte manifestantes que también llegaron con ella y que se pelearon a los gritos con los alumnos). Se lo digo al hombre de traje, le cuento que me parece muy peculiar.
“Vos no irías con un abogado?”, me responde subiendo el tono de voz y clavando en mí una mirada que ya no tiene tanto de amena.
Tengo ganas de decirle que no, pero siento que voy a generar una rispidez que me parece demasiado a esta hora de la mañana. “Hay más que eso”, le digo “el acta que tiene que firmar dice que ella imparte contenidos religiosos en sus clases”. “Y que?!?” me responde ofuscado, “por qué no puede hacerlo? Si querés te muestro una copia del acta para que veas que es una estupidez”.
Le digo que la educación pública en Argentina es laica pero responde con un gesto de desprecio, como si sacudiera con los dedos un polvo invisible. Tendría que hacer un alto y destacar algo que ustedes ya habrán detectado. El hombre de traje y paraguas pasaba por la puerta del colegio de casualidad, pero tiene una cantidad de información notable. Conoce los pormenores de lo que pasó; el dónde, el cuándo y el cómo. Sabe por qué estaba la docente en la escuela, sabe con quién, y tiene copia del acta. Debe estar hablando conmigo de casualidad también, preocupado por ayudarme a que no cometa una inexactitud.
Pero va más lejos, consciente tal vez de que se le notan los alambres: “Ustedes tienen que contar las dos partes de la historia. Cuenten también que hay gente que no quiere la educación sexual como se está dando”. Es el momento de llamarme a silencio. Si le digo que hay una ley que explica los contenidos que tienen que darse va a volver a gritarme, y no tengo ganas.
Como decía, es muy temprano. Pero también tendría que decir que el video de la docente que genera el llamado de atención de las autoridades está subido a las redes sociales. Tengo que decir que no se acaba en lo que cuenta el hombre del traje y el paraguas, en una denuncia por la suciedad del aula. Hay que decir que la profesora dice que no hay preocupación por limpiar y que sí hay tiempo para que los chicos vayan a la clase de educación sexual.
Dice además que sus alumnos católicos ya están advertidos de lo que están tratando de hacerles. Ese dato se le escapa al hombre de traje y paraguas, el testigo involuntario de la protesta que ahora quiere darme una mano para que haga bien mi tarea, para que sea exacto, para que muestre las dos partes de la historia de la profesora de La Plata que fue a firmar un acta con su marido, su abogado y veinte militantes “provida”. Cumplo con él, y escribo esta parte también.