Si uno tiene la suerte de poder comprar, o al menos alquilar, algún vehículo de doble tracción y se toma el trabajo de alejarse unos poco más de 10 kilómetros del centro de Pinamar, ahí recién va a poder llegar a lo que todos conocen como "La Frontera".
Antes de entrar, seguramente se va a encontrar un control policial muy "riguroso", en donde se te pide que ingreses con casco y no estés descalzo, se verifica que cuentes con los seguros necesarios y algunas otras cuestiones burocráticas más.
Muchos entran en grandes camionetas, con los otros vehículos en la caja o trailer, y los chicos adentro, por lo que verificar quién va a manejarlos, cómo y en qué condiciones está frente a la ley, se vuelve complejo. Por eso, una vez que pasás ese control, adentro de la profundidad de la arena, podés hacer lo que quieras. Y cuando escribo "hacer lo que quieras" soy literal.
"La frontera" es, incluso según las palabras de muchos de los extranjeros que llegan a Pinamar, un lugar único en el mundo. Para bien o para mal. Se trata de 25 kilómetros cuadrados con algunos de los mejores médanos de nuestro país, a sólo 10 minutos de una bellísima ciudad, con la posibilidad de ejercer la más absoluta de las libertades.
No existen límites de velocidad, cilindrada o edad. En ese cuadrilatero fatal se entremezclan domingueros primerizos con pilotos de Dakar. La gente con el termo y los sandwiches de salame al lado de la reposera se sienta a disfrutar del sol a muy poca distancia de aquellos que están entrenando para correr un Enduro.
La libertad se convierte en libertinaje en la gran mayoría de los casos. Algunos padres sueltan a sus hijos en una pista donde el ruido de los motores más potentes tapa hasta los gritos de pedidos de ayuda para quedarse tomando sol junto al mar, que se encuentra a unos escasos 200 metros del principio de esta zona franca.
Circulando se pueden ver algunos móviles areneros de la Policía Bonaerense, y hasta de vez en cuando un helicoptero sobrevuela las cabezas de muchos menores de edad que descalzos y en cuero pilotean UTV's de hasta 800 cc. El atractivo de Pinamar, o uno de los tantos por no ser injusto, es justamente esa locura libertina. Por eso, no sorprende la resistencia de muchos a los distintos proyectos que restringirían algunas de estas mortales actividades.
El conflicto es complejo. Por un lado, no se equivocan quienes defienden activamente la correcta utilización de estos vehículos superpotentes en los médanos. Mucho menos equivocados están los que piden, sencillamente, que se haga "algo" para que no muera más nadie.
A juzgar por lo que uno puede ver cuando visita esta zona, es cierto que la mera presencia policial (aunque sea pidiendo que te pongas zapatillas para andar en cuatriciclo) no se acerca ni por asomo a esa intervención del Estado que se solicita. Ese helicóptero, ese móvil arenero ploteado con el logo de la policía, dudosamente puedan detener una muerte en una zona en donde no hay manos y contramanos preestablecidos. Tampoco hay postes o carteles que identifiquen particularmente cada médano o montes, por lo que si alguien se lesiona en el lugar que fuera es muy difícil siquiera dar indicaciones para ser ubicado. Tampoco hay puestos cercanos de atención médica primaria o de ningún tipo. Mucho menos un acceso más directo desde la ruta para que pueda ingresar una ambulancia.
Si a esta pequeña enumeración de algunos de los miles de vacíos que hay, les sumamos la negligencia de los padres que sueltan a sus hijos a la buena de Dios en el medio de esta pista de Dakar a escala y la convivencia de los expertos con los que están aprendiendo, es imposible que esta olla no estalle de presión.
Así, resulta imposible no pensar en Bariloche. Esa hermosa ciudad montañosa que está dividad en pistas, con los límites marcados, con mapas que indican la peligrosidad de cada lugar y espacios específicos para el nivel de cada concurrente. Ahí conviven, separados por categorías y dificultades de cada circuito, las motos de nieve manejadas por los que más saben con los que van de viaje de egresados a conocer la nieve.
En ese sentido, Martin Duarte preside la Asociación de Pilotos de Pinamar, que aglomera a los de UTV's, cuatriciclos, motocross y 4x4's. Su idea y soñado proyecto es ese: lograr convertir un cuadrilatero donde se pueda disfrutar la adrenalina, pero segmentado según categorías. Un lugar señalizado, con máximas y mínimas, con indicadores de peligrosidad y sentidos de mano y contramano. Un espacio en donde uno pueda encontrar cerca gente capacitada para poder discernir quién debería estar en cada lugar; y a la vez verificando que las condiciones de seguridad estén dadas. "No sólo aseguraría fuentes de trabajo para aquellos que vivimos en la costa y conocemos el deporte, sino que además garantizaría un orden que ya de entrada prevendría las muertes y accidentes que se viven a diario", explica el piloto.
Lo positivo del proyecto es que permitiría una solución que no sea la más sencilla, la de la prohibición, ni la más obvia: la de poner policía sólo para amedrentar. Esas no parecen las funciones ideales del estado. Se precisa de un estado activo, que se nutra del conocimiento de quienes viven a diario entre los médanos para ofrecer una solución que, encima, no implique una pérdida en la llegada de los turistas que -muchos- exclusivamente veranean ahí por las prestaciones de esos balnearios.
Corren tiempos en los que resulta obvio destacar que la prevención es mucho más efectiva que la cura. Y prevenir no es poner a un policía en la entrada a controlarte el seguro porque, como se puede ver en las imágenes de éste fin de semana... la muerte sigue ahí, esperando el mejor momento para atacar. De momento es un milagro que las muertes no sean diarias y por lo que se puede ver, una mínima activación no cirsense del estado podría sacarnos de este vértigo del día a día.