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    Estoy de vuelta en el camino

    Este fin de semana empieza una nueva temporada del programa que conduce Mario Markic. El primer capítulo: "Ciudades perdidas de la Argentina”. Sábados y domingos a las 22 por TN.

    Mario Markic
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    Mario Markic

    12 de junio 2020, 14:14hs
    Mario en Chalguamayoc, Jujuy (Foto Mario Markic)
    Mario en Chalguamayoc, Jujuy (Foto Mario Markic)

    Cuando ya pensaba que el año estaba perdido, resulta que ahora estoy en pleno trabajo, escribiendo guiones y proyectando trabajos -viajes, dentro de lo posible- para lo que resta del año.

    Durante un tiempo, pensé que iba a ser imposible. Me contaminé de información pandémica hasta límites exasperantes. Hasta que un día, me puse a revisar mis papeles, dispersos, escondidos, que a veces invaden los sitios mas recónditos de mi casa, para espanto de mi mujer, y me puse a ordenarlos. Y un rato después, estaba empezando a escribir un libro de relatos, que solo Dios sabe cuando verá la luz, pero confío que será pronto, más temprano que tarde.

    De algún modo, esa rutina que me impuse me devolvió la pasión por los viajes. Es increíble cómo las situaciones de retiro forzoso lo inspiran a uno a la evasión. No digo que sea lo mismo, pero no calculo que no debe haber personas más imaginativas que los presos, los que están privados de su libertad.

    Lo que descubrí, escribiendo todos los días un relato distinto, es que terminé dando una vuelta entera a todo el país. Cada línea me llevó a lugares distantes, a bucear en la sicología de personajes tan increíbles como pintorescos -esos que uno encuentra en los caminos-. Cada línea fue como recuperar ese espíritu de libertad que guía cada una de mis cruzadas rodantes de conocimiento.

    Mario en Cafayate, Salta (Foto Mario Markic)
    Mario en Cafayate, Salta (Foto Mario Markic)

    De conocimiento digo y no me desdigo: mis viajes son para conocer y saber. Que, tal vez, eso sea lo extraño para aquel que lea estas líneas y haya visto mi programa de viajes. Sé que muchos piensan: ¡éste tipo si que se la pasa bien! Viaja, conoce lugares bellísimos y come y bebe con amigos -picada primero, provoletas después, un cabrito, un corderito, tal vez un apetitoso chancho- y seguramente, después, se hace una siesta de aquellas en una hamaca paraguaya…!

    Bueno, no es así. Nunca. Bueno, casi nunca fue así. Ojo, que no reniego para nada de los viajes que la mayoría de las personas realizan solas o en familia en busca del descanso reparador o, seguramente los más jovenes en busca de aventuras románticas, amorosas, temerarias y otras yerbas. Y mucho menos si la pasan bomba haciendo lo que acabo de describir más arriba. Si es posible, todos los días de su descanso. Aplausos para ellos.

    A mí también me gusta darme mis días de ocio, pero no aguanto mucho tirado al sol en la playa. Voy, claro que sí, pero a los dos días ando averiguando cosas relativas al lugar, los arrabales de la playa, los bares, las librerías, las calles, las ferias y hablo con los que viven de la playa y de los turistas, con los lustras, los buscavidas, los libreros.

    Pero la paso muy bien en mis viajes de ocio. Esa es mi manera, mi modo. La playa me cae muy bien cuando el sol está asomando o declinando, paseando con mi perro Gin. Ambos disfrutamos de esa luz blanda, del calor que empieza a cosquillear en la piel o cuando -en la hora mágica del atradecer- podés mirar al sol directamente con los ojos, cara a cara, de frente, sin que te lastime. Y ver como se hunde en el mar.

    Pero el resto del año, viajo. Y viajo para contar, como hacen los periodistas que se precian. Hablo para los otros. Pregunto yo, pero sé que soy vehículo, intermediario. Experimento yo, pero lo hago para trasmitir vivencias. Me gusta lo que vivo, pero lo hago para contagiar mi pasión a otros.

    Así estoy formateado desde que estudié en la Escuela Superior de Periodismo. ”Uno escribe para otros”, escuché decir a mis maestros. Para un número indeterminado de personas -cuantas más, mucho mejor- que apreciarán ese relato en la medida que sea honesto y atractivo. Entonces, mi placer consiste en complacer.

    Viajo para contar historias. No encuentro nada mejor que eso. Porque al margen de los reconocimientos personales –un Martín Fierro, una plaza, un diploma, todos premios que fueron debidamente agradecidos- lo que más me gusta son esos encuentros casuales que ocurren en los lugares más impensados del camino, que incluyen desiertos como para hacer un pis de emergencia, una estación de servicio, un kiosco de choripanes o el lobby o restaurante de un hotel de provincia.

    Mario y los árboles bandera de Tierra del Fuego (Foto Mario Markic)
    Mario y los árboles bandera de Tierra del Fuego (Foto Mario Markic)

    Digo, cuando alguien me reconoce y celebra el encuentro porque “¡si estoy aquí es por culpa tuya!“. Y si al principio me atajaba y por las dudas pedía disculpas (¡qué viaje de porquería debe haber tenido este pobre tipo!, pensaba) resulta que era exactamente al revés: el hombre, y muchas veces, toda su familia, estaba radiante y feliz de encontrarse con el inspirador de su viaje de vacaciones en la mitad el camino, por lo general, un camino en el medio de la nada.

    Son los placeres y fatigas de los viajes. Viajar de este modo me deja muy cansado físicamente pero enteramente feliz. Cada viaje es un nuevo aprendizaje. La cabeza abierta a los conocimientos.

    Me gusta lo que vivo, pero lo hago para contagiar mi pasión a otros.

    Y volver solo a ensayar -como lo estoy haciendo- pensar en nuevos destinos, me devolvió la alegría. Mirar mapas, pensar nuevos lugares, volver a los ya conocidos. Como a todos, la cuarentena me cubrió de desánimo y alterno momentos: a veces me caigo, a veces me recupero y tengo pensamientos positivos.

    Pero he descubierto algo mágico. También puedo viajar, escaparme de la rutina. He descubierto que puedo seguir viajando. Resulta que en los dos últimos meses, estuve escribiendo, que es una manera de viajar con la imaginación. La vuelta al dia en ochenta mundos.

    Asi que imagínense ahora que vuelvo, ahora que hice mi primer guión del año y está en pleno proceso de edición y cuando leas esto, tal vez, ya haya salido al aire el primer programa de “En el Camino” del 2020.

    Volví, en definitiva. Mi primera experiencia fue compleja: empecé el programa en enero, antes de la pandemia. Y lo acabo de terminar. Los invito formalmente a analizarlo: “Las ciudades perdidas de la Argentina”.

    Me pareció copado. Ciudades que fueron importantes y ya son recuerdos. Precolombinas, que son ruinas, que fueron devastadas por guerras o por el puro sometimiento de los imperios. Ciudades que simplemente languidecieron hasta morir. Minas abandonadas una vez que se acabó el oro. Ciudades como la Atlántida, que quedaron sumergidas bajo el agua.

    Pasen y vean. Estoy de vuelta, los sábados y domingos a las 22.

    Por Mario Markic.

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