Bronca, fastidio, impotencia, acusaciones... y mucho humor. Este fue el cóctel que aplicó Pany Chama, una histriónica abogada/ actriz/selfmade gurú de la infertilidad, en los largos cinco años que duró su lucha para quedar embarazada. Atravesó doce tratamientos y justo cuando estaba por tirar la toalla tuvo una recompensa que jamás imaginó: Toto, Lola y Uma, los trillizos que la convirtieron en mamá por primera vez y le dieron un nuevo propósito a su vida. Ayudar a las que todavía no llegaron a la meta.
Su carrera arrancó a los 30, cuando el sexo dejó de ser una actividad placentera para convertirse en una obligación numérica. Los días fértiles dictaminaban la hora del amor y, aún así, el positivo no aparecía. Un día llegó el momento de enfrentar la realidad y comenzó su recorrido por los consultorios, lo que ella llama ahora el "Tinder de doctores". "Es cuando empezás a ir de un ginecólogo a otro, después a interconsultas, recibís diagnósticos que no entendés porque el lenguaje no es tan coloquial. Y el embarazo sigue sin llegar", cuenta Pany a TN Show.
Primero se sometió a técnicas de baja complejidad y cuando eso no resultó, probó con la fertilización in vitro. Un proceso que tiene un alto costo emocional y económico. Pany calcula que gastó el equivalente a dos autos de alta gama en su lucha (en esa época al tratamiento no lo cubrían las obras sociales), pero el desgaste fue mucho peor en el plano psicológico porque el test no le devolvía el resultado esperado y la búsqueda se había transformado en un "mono-tema". Para ella, en las cenas sólo se hablaba de bebés, las futuras mamás eran el recuerdo de que lo que no le estaba pasabando, las noticias felices de los familiares eran agrias, y hasta las tapas de revistas con mamás parecían mofarse de su panza ausente.
Pany admite que en algún punto su deseo se volvió obsesión. "El estrés existe y, además, veía más al médico que a mi marido. La vida seguía pasando y no disfrutaba ni un Día de la Madre con la mía porque yo no lo era. Iba a un restó y lo único que se me cruzaba era una embarazada. Había una catástrofe y salvaban a la embarazada. Yo estaba con la zanahoria adelante..., es cierto que se mezcla mucho la obsesión con la lucha", reflexiona.
Uno de sus momentos más críticos fue después del tratamiento número ocho, cuando una madrugada, desolada por otro negativo, se hizo una docena de test caseros para cerciorarse de que el resultado que arrojaba el "palito" era certero. "Hasta llamé al 0-800 de atención al cliente para preguntar cuánto tiempo tenía que retener el pis".
Después de dos abortos espontáneos, dos cirugías, un diganóstico de trombofilia, decenas de visitas a brujas, curas y cualquiera que pudiera transmitirle algo de energía positiva -ella es judía pero se había abierto a otras religiones-, la historia cambió en 2010. En el tratamiento "más escéptico de todos" y justo cuando se disponía a descansar por el resto del año. "Había dicho 'hasta acá llegué'. Quería tener mi dignidad de vuelta, volver a disfrutar de mi pareja y de mis sobrinos, de un asado en familia, de ir al cine", recuerda. De hecho, en cada transferencia embrionaria, iba lookeada "como una buda, con estampitas y la cartera llena de deseos", pero esa vez fue sin nada y hasta había sacado un pasaje para irse a pasar fin de año afuera de la ciudad.
"Pasó algo mágico. Había dos embriones buenos y un tercero que lo iban a tirar a la basura porque no iba a servir; se llama residuo químico pero para mí era un bebé. Yo, de piernas abiertas, miré al doctor y al biólogo y les dije que lo transfirieran igual. Para mí, de tres fichas, como en el casino, una tenía que salir", cuenta.
Pasó las dos semanas de la betaespera (es el tiempo entre el tratamiento reproductivo y la realización del test de embarazo) en Mar del Plata, para distraerse con el casino y los mariscos. A su regreso, su hermana la convenció de que se hiciera un test y dio positivo. "Estaba pintado por Frida Kahlo, dos rayas optimistas. Llamé al médico y él fue cauto, dijo que había que esperar al análisis de sangre. Cuando llegué al laboratorio a buscar el resultado, en medio de un temporal, no me bajé del auto. Vino mi hermana con un sobre en la mano gritando como si fuese la lotería, y me dio un número: 1722. Ahí el doctor me anunció que, con ese resultado, tenía que haber más de uno -rememora-. Ya no era una historia ajena, algo que le pasaba a otra. Me estaba pasando a mí. Estaban ahí", sigue emocionada.
Fue un embarazo de alto riesgo, con reposo absoluto desde el cuarto mes; la tenían que bañar y debía estar acompañada en todo momento. Del parto -cesárea programada- se acuerda muy poco. La falta de oxígeno, por ejemplo, y de reencontrarse con sus tres hijos en una incubadora, llenos de cables y diminutos (el más chico nació con apenas un kilo), tanto que estuvieron internados en neo durante dos meses.
Pany había logrado su gran deseo, pero en el camino todavía había muchas que, como a ella le había pasado, sufrían cuando llegaba otro fin de año sin niños alrededor. Entonces quiso contar su historia. Primero creó un blog, donde tejió una gran red de mujeres que sueñan con ser mamás, y después, llevó su "obsesión" a algo más tangible. Se subió a las tablas para hacer un unipersonal autobiográfico que tituló In Vitro (en el Chacarerean Teatre) donde narra con mucho humor su largo camino a la maternidad. "Me abro de piernas en posición ginecológica y cuento las charlas que tenía entre mi vagina y el doctor. La gente se ríe y llora al mismo tiempo. Me encuentro con abrazos de mujeres que me dice que les di esperanza", comenta.
Para ella, la ruta fue ríspida, hubo badenes que no estaban señalizados y, a veces, parecía más fácil tirarse al costado del camino o dar marcha atrás. Y así será para muchas otras. Pero Pany asegura que "el sueño es mucho más fuerte" y que las fuerzas para seguir aperecerán de manera inesperada porque "la recompensa es vida". Aunque sí habrá obstáculos y le parece importante enumerarlos: Diagnósticos que se contradicen, médicos que dicen que jamás serás madre, obras sociales que no van a querer pagar, mucha frustración en cada menstruación, un calendario en la frente, la pregunta del por qué a mí, sensaciones entre la locura y la cordura. Una lista que ella volvería a tachar, cien veces más.