El día del golpe, el jefe de los granaderos de la Casa Rosada Aliberto Rodrigáñez Riccheri supo, porque un camarada se lo había comunicado por teléfono, que se había iniciado un movimiento revolucionario dentro de las Fuerzas Armadas. Llegaba a su fin un gobierno elegido por el pueblo en 1963: querían destituir a Arturo Umberto Illia.
No lo sorprendió, porque era un secreto a voces que se estaba preparando el derrocamiento con la excusa de que el gobierno era ineficiente y que Illia era lento. Se lo caricaturizaba en los medios de comunicación como una tortuga, o con una paloma en el hombro.
Rodrigáñez Riccheri ordenó cerrar las puertas de la Casa Rosada y reforzar la Guardia.
Reunió en el Patio de las Palmeras a los Granaderos y los arengó: "De aquí puede que nos saquen a la fuerza, pero será con las patas hacia adelante".
CARA A CARA CON LOS GOLPISTAS
En el despacho del presidente, le comunicó a Illia que aún con el escaso armamento de sus treinta hombres, iba a resistir.
El ambiente estaba caldeado. El recinto estaba repleto de dirigentes radicales muy alterados. "El hermano de Chacho Jaroslavsky me tomó del brazo y me dijo "valiente actitud", recuerda.
Hubo militares que se mantuvieron fieles a Illia, aunque fueron excepciones. Uno de ellos fue el general de división Carlos Augusto Caro, que fue relevado después de su cargo como comandante del Segundo Cuerpo de Ejército y otro el general Eduardo Castro Sánchez, secretario de Guerra.
En un momento, Rodrigáñez recibió la comunicación de que en la puerta de la calle Rivadavia se había hecho presente el teniente general Julio Alsogaray. Lo acompañaba el coronel Luis Perlinger, hijo de un general, vestido de civil.
"Me presenté en la puerta. Alsogaray me ordenó replegar la guardia, pero me negué en los terminos más respetuosos en que pude", asegura.
Alsogaray llamó por teléfono al jefe del regimiento de Granaderos, coronel Marcelo de Elía, que era amigo suyo, para que le ordenara a Rodrigáñez Riccheri que depusiera su actitud.
La respuesta fue inesperada. Le dijo que el granadero estaba cumpliendo con su deber, y que iba a defender al presidente hasta el último cartucho y con los sables. Y que aunque la resistencia fuera inútil, no solamente no le iba a ordenar a su subordinado que se rindiera, sino que él también iría en su auxilio.
Alsogaray lo miró fijamente y avanzó hacia el despacho de Illia que se encontraba a la cabecera de una mesa larga, autografiando fotos.
Rodrigáñez dice que nunca podrá olvidar esa escena, que lleva "fija en la retina", y la relata con detalles, como si hubiera sucedido ayer.
Illia les mostró un ejemplar de la Constitución y les dijo que eran salteadores nocturnos.
"Doctor Illia, le comunico en nombre de las Fuerzas Armadas que ha dejado de ser presidente de los argentinos", le dijo Alsogaray.
Illia se mantuvo un momento callado, y con calma le contestó: "No, general, en nombre de las Fuerzas Armadas no, en todo caso en nombre de un grupo de generales que usted representa".
El presidente le mostró entonces un ejemplar de la Constitución, recordándole que era comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y le dijo que eran" un grupo de salteadores nocturnos".
Junto a Illia estaba su hija Emma, de 26 años, furiosa, recuerda el ex granadero: "Insultó al general Alsogaray diciéndole "¡Traidor hijo de puta! "
"Todavía hoy se lamenta- porque lo he hablado con ella- no haberle disparado. Lo habría hecho de tener un arma a mano", sostiene.
Emma, la hija de Illia todavía se lamenta de no haberle disparado a Alsogaray.
Illia fue caminando hasta su dormitorio, que ocupaba durante la semana, ya que solo sábados y domingos iba a la residencia de Olivos.
"No es verdad que me haya pedido un arma para quitarse la vida. Nada más lejano a la realidad. No estaba en su naturaleza suicidarse. Se puso a fumar, y solo se retiró cuando enviaron a la guardia de Infantería de la Policía Federal a desalojar la Casa de Gobierno", aclara.
"Se fue de la Rosada en el auto del ministro Alconada Aramburu, y lo acompañó hasta la puerta una multitud, que yo integré", afirma.
LO MISMO POR PERÓN
Varios días después Rodrigáñez llamó a casa de su hermano Ricardo, para anunciarle que quería visitar al presidente depuesto. " Decile que no necesita anunciarse", escuchó la voz de Illia junto al teléfono.
Cuando llegó, un grupo de radicales de primera línea lo saludó con mucho afecto.
"Quiero aclarar que si en lugar del doctor Illia hubiera estado el general Perón habría hecho lo mismo" les aclaró. Lejos de enfriar los ánimos, como pensaba, la la postura de Rodrigañez generó un mar de calurosas felicitaciones.
"Premiarme sería como hacer obispo un cura por mantenerse casto."
"La destitución me afectó en lo personal. Illia era un ejemplo de político republicano, sencillo y honrado. Mi conducta para algunos camaradas fue una compadrada que podría haberle costado la vida a 30 granaderos. Pero para mi, era la que cualquier oficial en mi situación habría tenido que adoptar. Premiarme habría sido como hacer obispo a un cura porque se mantiene casto", concluye.
Tal vez por eso nunca quiso hablar públicamente de su acción heroica, y se mantuvo en el anonimato.
En el 2013, una iniciativa del diputado Federico Pinedo quiso nombrar Granadero Aliberto Rodrigáñez Riccheri a la puerta de Balcarce 50. "La verdad, entre nosotros, no me imagino a la gente llamando así a esa entrada", se ataja.
El proyecto fue tratado en la Cámara de Diputados y aprobado por unanimidad, pero nunca fue debatido en Senadores.